Este es el segundo capítulo de nuestras crónicas sobre la historia de la aviación en Barcelona. Hoy contamos cómo la ciudad, en un tiempo no tan lejano, albergó tres campos de vuelo que, como piezas de un rompecabezas, se unieron para dar vida al Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat.
Cada vez que un avión llega a las pistas de este aeropuerto, se escribe un nuevo renglón en una historia que comenzó hace más de un siglo. En 1916, los primeros aparatos volaron en los terrenos que hoy forman el corazón del recinto aeroportuario, pero antes de llegar ahí, Barcelona vivió una fascinante creación de aeródromos: La Volatería, el campo francés y el Aeródromo Canudas. De su rivalidad, sus sueños y su fusión nació el aeropuerto que hoy conecta la ciudad con el mundo.
La Volatería
La aviación llegó a Barcelona en 1910, un año que marcó el primer vuelo en España. El escenario no fue un aeródromo, sino un hipódromo: Casa Antúnez, en lo que hoy es el paseo de la Zona Franca, junto al litoral. El óvalo de carreras de caballos se transformó en un improvisado campo de vuelo, testigo de exhibiciones que maravillaban a una Barcelona que soñaba con conquistar el cielo.
Por entonces, los aviones eran una novedad casi mágica, un invento cuya utilidad aún se exploraba. La Primera Guerra Mundial (1914-1919) mostró su potencial bélico, pero Barcelona, al margen de la contienda, apostó por la aviación civil. En 1916, la provisionalidad del hipódromo quedó atrás, y la ciudad estrenó su primer campo de vuelo: La Volatería, bautizada así por las granjas avícolas que estaban en sus alrededores.
La empresa Pujol Comabella y Compañía impulsó este salto, seguida por Talleres Hereter, que construyó aeronaves y formó pilotos. En 1919, La Volatería dio un paso más al acoger los primeros vuelos comerciales: los aviones-correo de Latécoère, germen de la mítica Aéropostale. Iberia despegó aquí en 1927; Lufthansa unió Europa con España, y en 1921 el campo pasó a manos del Gobierno central, convirtiéndose en el Aeronaval de la Marina de Guerra, una historia que merece su propio capítulo.

El campo francés
Mientras La Volatería bullía, la Compagnie Latécoère, pionera del correo aéreo y que había arrancado desde allí, buscó su propio espacio en Barcelona, escala clave de su ruta entre Francia y Marruecos. Así nació el campo francés, un pequeño aeródromo donde aviones cargados de sacos postales —y algún valiente pasajero— hacían escala. Con el tiempo, Latécoère se transformó en Aéropostale, un proyecto que soñaba con unir Francia, África y Sudamérica en una red aérea sin precedentes.
Por este rincón barcelonés desfilaron figuras ilustres de los años 20, desde jefes de Estado hasta aventureros, atendidos con la hospitalidad de la Aéropostale. La esposa de un jefe de escala se ganó el corazón de los viajeros con sus platos caseros, servidos en las pausas de aquellos vuelos épicos. En 1933, Air France heredó el aeródromo y lo rebautizó como Campo de la compañía Air France, operándolo hasta 1938, cuando la historia de Barcelona tomó otro rumbo.

El Aeródromo Canudas
En 1923, con dos campos de vuelo ya en marcha, el piloto Josep Canudas i Busquets soñó más alto. Convencido de que Barcelona debía tener un aeródromo a la altura de su ambición europea, impulsó la creación de un tercero: el Aeródromo Canudas. Este espacio se convirtió en un símbolo de modernidad, hogar de la sociedad Aeródromo de Barcelona SL, dedicada a la formación de pilotos, el mantenimiento de aeronaves y servicios aéreos.

Sus pistas se llenaron de actividad con vuelos de fotografía, publicidad y bautismos aéreos que hacían soñar a los barceloneses. Los años 20 rugían, y la aviación era el emblema de una ciudad que miraba al futuro. Como La Volatería, el Canudas pasó a manos públicas, primero a la Generalitat y luego, tras acuerdos con el Gobierno de la República y el Ayuntamiento, se convirtió en la semilla del aeropuerto unificado que Barcelona anhelaba. La memoria de Canudas sigue viva en el actual Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat, y una de sus salas VIP está dedicada a este pionero de la aviación en Barcelona.
En 1936, todo parecía listo para fusionar los tres campos en un gran proyecto aeronáutico. Pero la historia, caprichosa, tenía otros planes, y los tres años siguientes cambiarían el destino de la ciudad y su cielo.
