A los conciudadanos más desvelados e internautas les habrá aparecido en el teléfono móvil un vídeo en el que un fotógrafo chino, especializado en realizar reportajes de recién casados en el Gòtic, inmoviliza a un ladrón que le había robado la cámara mediante la ayuda de un grupo de sicarios. A pesar de ser muy breve, en el documento se puede ver al fotógrafo estrangulando al cortabolsas con la técnica popularmente conocida como mataleón —un artificio más bien patrimonializado por atracadores, consistente en atacar a la víctima por la espalda y presionarle el cuello, ahogándolo, para que pierda el conocimiento— hasta que llega la policía, detiene al caco y el público aplaude a rabiar. Esta escena podría ser una atracción turística en sí misma, no sólo dada la cantidad enorme de fotógrafos asiáticos que se pasean por Sant Felip Neri en busca de la instantáneas más cuquis, sino también debido a la normalización de los hurtos alrededor de la barriada.
Todo esto ocurrió el pasado martes, pero podría haber sucedido cualquier otro día. En casa estamos acostumbrados a ello, especialmente en verano, cuando por la noche la calle de Sant Sever se convierte en una auténtica pista persecutoria entre algunos tragaperras que se adentran en el Call mientras un pobre turista va gritando “my watch, my watch” (recomendamos, pues, a los visitantes de todo el mundo que salgan a cenar sin su peluco, más aún si el objeto en cuestión supera los cien euricos). Cabe decir que, desde la llegada del PSC a la administración (y del lugarteniente Albert Batlle como concejal del distrito) esta escena ha disminuido en la frecuencia y puede notarse más presencia policial y de agentes cívicos en el barrio. Pero los problemas estructurales, que dirían los cursis, todavía permanecen. De hecho, junto a mi casa ha reabierto un mítico narcopiso donde, de vez en cuando, algún politoxicómano nos ha regalado grandes noches de griterío e insomnio.
Al final del suceso que os relataba al principio, la policía acabó apareciendo en pocos minutos (el mangui en cuestión, por tanto, pudo recuperar el oxígeno perdido) y el fotógrafo chino también se reencontró con su instrumento de trabajo. Pero los aplausos del final del vídeo marcan algo más preocupante que el problema de la seguridad, y es aquel frenesí particular de los ciudadanos que se alegran de la existencia de individuos que, mediante actos de aparente heroísmo, acaban por sustituir la desidia policial. De hecho, aunque parezca no tener nada que ver, en Catalunya ha aumentado notoriamente la gente que ha solicitado permiso de armas (servidor tiene varios amigos que así lo han hecho) y no sólo como herramienta recreativa para dedicarse a cascar unos disparos los domingos y así encarar la semana con algo menos de tensión. A mayor riesgo de inseguridad, el ciudadano puede caer en la tendencia más bien atávica y premoderna de creer que puede sustituir a la policía.
Las acciones individuales sirven para excitar a las redes, pero no acabarán con los hurtadores que campan por la ciudad
Ésta no es una buena noticia, no sólo porque una sociedad más armada no suele ser más segura (como certifica muy bien el caso de Estados Unidos), sino porque alimenta la noción de que, con nuestros poderes públicos y sus consiguientes servicios, los ciudadanos no estamos lo suficientemente protegidos. El caso del fotógrafo chino en el Gòtic puede parecer muy banal, porque se trata de un hurto, y la violencia empleada es más bien defensiva; pero los aplausos generales de los espectadores de la trifulca llevan a imaginar un nuevo contexto donde el ciudadano no sólo desconfía de las fuerzas de orden público, sino también del sistema judicial que, como ha ocurrido en este caso, ha acabado dejando al forajido libre, a pesar de acumular una decena de robos similares. Desde que tengo uso de razón, los políticos prometen endurecer la ley de hurtos, pero esta reforma parece más costosa que el levantamiento de una pirámide. Hoy, en el barrio, habrá más jugarretas como ésta.
Que el pueblo actúe de poli o de juez nunca es buena noticia, por mucho que el acto en cuestión haya servido para recuperar una cámara, detener al cleptómano y provocar un alivio momentáneo a un problema muy serio. Barcelona sigue necesitando más efectivos policiales (especialmente de noche) y más agentes callejeros que nos regalen seguridad mientras paseamos a oscuras en un barrio iluminado con criterios similares a los de Transilvania. Las acciones individuales sirven para excitar a las redes… pero no acabarán con los hurtadores que campan por la ciudad. Por muchos aplausos que suscite el espectáculo (o el chiste) de ver cómo un chino estrangula a un marroquí, mientras los barceloneses aplauden alegres.