Fuman, beben y hablan con los hombres
La efímera incorporación de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial y el sentimiento de carpe diem que sucedió a los horrores de dicha contienda propiciaron el surgimiento de mujeres que querían ser tenidas en cuenta no solo en el ámbito de los derechos civiles, sino también en el del cotidiano. Así, el primer acto reivindicativo estético de las flappers fue el de sustituir el corsé por fajas que reprimían cualquier forma femenina. Y sobre estos cuerpos artificialmente andróginos vestían trajes rectos de corte bajo que dejaban sus rodillas al descubierto cuando bailaban o corrían. Las flappers, como Zelda Fitzgerald, resaltaban su rostro con un maquillaje vistoso y se colgaban decenas de joyas y abalorios (tendencia que hasta entonces únicamente seguían las prostitutas), conducían, bebían y fumaban en público, algo inaudito para la época. Se cortaban el pelo y llegaron a imponer el estilo garçon y bob que se convertiría en el look del momento.
Diseño para una mujer activa
«Hasta ahora las prendas estaban diseñadas para mujeres ociosas, yo diseño para una mujer activa», advirtió Coco Chanel. Y cumplió con creces su cometido. La diseñadora francesa acabó con todos los tópicos estéticos referentes a la valía y la independencia del género femenino: «En mi juventud, las mujeres no parecían humanas. Sus ropas eran contra natura. Yo les devolví su libertad. Les di brazos y piernas de verdad, movimientos que eran auténticos y la posibilidad de reír y comer sin tener necesariamente que desmayarse». La petite robe noire (que se podía vestir de la mañana a la noche sin necesidad de cambiarse para cada ocasión), los jerséis y suéteres de tweed que se ponían por la cabeza, el tacón bajo, la reducción de los tocados de las damas («parecían ridículas tartas de cumpleaños», solía comentar), el bolso 2.55 (el primero con cadena para que las manos quedaran libres), la creación de la bisutería (permitiendo a las mujeres adquirir accesorios sin depender de sus maridos o estatus social)…
En la década de los ochenta, las mujeres acceden a estudios superiores y aparecen las llamadas career women, es decir, mujeres con formación que acceden a puestos directivos antes reservados solo a los hombres. Las mujeres emulan la estética de sus colegas con trajes de chaqueta, grandes hombreras y camisas abotonadas para construir una imagen de seriedad y autoridad. Fue el gran momento de Armani y su power suit.
Vestiré falda cuando asista a su entierro
¿Cuándo se pondrá una falda?, le preguntó la periodista Barbara Walters a la gran Katharine Hepburn. La actriz, sin inmutarse, le contestó: «Cuando asista a su entierro». ¡Zasca! A diferencia de sus compañeras, Hepburn no había permitido jamás que ningún productor o director cambiara su estilo (ni de pensar ni de vestir): pantalones de pinza, camisa masculina, camiseta de cuello alto, mocasines y apenas maquillaje. Un caso muy parecido al de Marlene Dietrich, quien encarnó la estética andrógina durante los años treinta, sembrando la polémica y adelantándose a su época. La actriz alemana utilizaba corbatas, pajaritas, zapatos oxford, sombreros de caballero y se servía de trajes completamente masculinos, sin estilizar, de la sastrería austriaca KNIZE, la preferida de los dandis de aquellos años en Europa.
El pantalón no se empieza a normalizar entre las mujeres hasta las décadas de los sesenta y setenta, coincidiendo con el Mayo del 68. En 1966, Yves Saint Laurent presentó y popularizó el esmoquin femenino. Como bien sintetizó Pierre Bergé, «Chanel dio libertad a las mujeres e Yves Saint Laurent les dio poder».
Con su mirada están retrasando cien años la civilización
«Con su mirada están retrasando cien años la civilización», espetó Diana Vreeland al comprobar la reacción retrógrada de sus colegas en Harper’s Bazaar al descubrir el bikini. La editora de moda fue una de las primeras en predecir que la (re)invención del bikini de los cincuenta (en la Antigua Grecia el conjunto de dos piezas ya se empleaba como vestimenta para comodidad de las atletas femeninas) iba a ser «tan impactante como la bomba atómica».
Si a principios del siglo XX, la policía custodiaba las playas cinta métrica en mano para detener a las que se pasaran de «exhibicionistas», en el 2016, tras los atentados de Niza, una mujer vestida con un burkini fue reprendida por unos agentes por ir demasiado tapada… Francia, herida y debilitada también moralmente por los yihadistas, se planteó prohibir la prenda, pero finalmente comprendió que legislar nuevamente la indumentaria femenina solo significaría una victoria para los extremistas y un enorme retroceso de libertades para todos los ciudadanos franceses, europeos y occidentales.
Queremos ser lo que somos
Durante la primera mitad del siglo XX, la falda se había ido acortando progresivamente. Los bailes de los locos años veinte y la incorporación de la mujer al deporte fueron contribuyendo a que las féminas enseñasen cada vez más centímetros de pierna. Pero hasta principios de los sesenta no se había visto un largo de falda fijo por encima de la rodilla. Bajo el lema «Queremos ser lo que somos», la minifalda de Mary Quant no solo cuestionaba lo que era socialmente aceptable para las mujeres, sino que al coincidir con la píldora anticonceptiva, se convirtió en la prenda de la liberación sexual de la mujer por excelencia.
¡Quememos los sujetadores!
El siglo XX se estrenó con la introducción del corte imperio. Madeleine Vionnet, Jacques Doucet, Paul Poiret y el español Mariano Fortuny, con su vestido plisado Delphos (1909), dieron un respiro a la mujer rescatando el corte de estilo helénico. El corsé empezó a perder popularidad conforme crecía la lucha por la libertad de la mujer.
El 8 de septiembre de 1968, el Washington Post publicaba una fake news en la que aseguraba que un grupo de mujeres que protestaban en Nueva York contra el sexismo que representaban los concursos de belleza había acabado quemando sujetadores. El gesto, que en realidad nunca se produjo porque no obtuvieron permiso de las autoridades, acabó convirtiéndose en todo un símbolo de la revolución feminista. Actualmente, cuando plataformas como Facebook o Instagram siguen prohibiendo la publicación de cualquier instantánea que muestre pechos femeninos, la iniciativa en esta materia es #FreeTheNipple.
Del unisex al genderless
Primero, allá por los años sesenta y setenta, se llamó moda unisex. Hoy, con una base más conceptual, se la denomina moda sin género, neutra o genderless. Se trata de ropa amplia, versátil y confortable para ambos sexos. Aunque ahora llegue la tendencia a los percheros de Zara y H&M, los diseñadores referentes de este estilo fueron los japoneses Rei Kawakubo (Comme des Garçons) y Yohji Yamamoto en los ochenta, la belga Ann Demeulemeester en los noventa y el estadounidense Rick Owens en los años 2000.
Voy de negro y te preguntas el porqué
Las sufragistas de principios del siglo XX, además de adoptar un estilo refinado y romántico que suavizaba su combativo mensaje, crearon un código cromático propio para diferenciarse: verde para la esperanza, blanco para la pureza, morado para la lealtad… Pero, sin duda, el púrpura es el color que más se asocia al feminismo. Se dice que de ese tono era el humo del incendio en el que 129 trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York murieron en 1908 mientras reclamaban mejoras mínimas en sus pésimas condiciones laborales.
Si con la llegada de Donald Trump al poder se escogió un pussy hat rosa para mostrar el rechazo a la actitud y palabras de agravio contra la mujer por parte del magnate, desde hace unos meses, el movimiento Time’s Up anima a todas las actrices y actores a posicionarse contra el acoso sexual vistiendo de negro cuando pisen una alfombra roja en unos premios cinematográficos. El 30 de enero, las mujeres demócratas en el Congreso de los Estados Unidos siguieron la tendencia vistiéndose de negro para el primer discurso sobre el estado de la Unión del presidente Trump. En cambio, la primera dama estadounidense acudió de blanco. Pero la oposición cromática no supuso un enfrentamiento con las mujeres demócratas, más bien se descodificó como un apoyo explícito por parte de Melania Trump a la causa: la esposa del presidente vestía un white pantsuit, conjunto originalmente masculino con el que Hillary Clinton lució toda la campaña presidencial y que rendía homenaje al blanco de las sufragistas estadounidenses.
La mujer que llevo fuera
Este caso, además de reciente, nos queda cerca de casa. Seguro que les suena… Alfred de OT y numerosos actores y actrices en la gala de los Goya luciendo un clásico traje masculino (símbolo del capitalismo y el patriarcado) con formas de cuerpos de mujer dibujadas sobre él. «La mujer que llevo fuera», es el último proyecto del artista malagueño Ernesto Artillo. Los beneficios obtenidos por subastar cada una de las piezas artísticas serán destinados a diferentes asociaciones de apoyo a la mujer.
Tod@s deberíamos ser feministas
Hace solo unos días, durante la semana de la moda de París, la primera mujer directora creativa de la firma francesa Dior volvió a convertir su desfile en un llamamiento a favor de la lucha feminista. Si en el 2017 María Grazia Chiuri ya logró estampar el título del ensayo de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en el pecho de medio mundo (viralizándose «gracias» a que la camiseta de 500 euros fue falsificada y versionada hasta la saciedad por todas las marcas low cost), esta vez las modelos lucían en sus prendas proclamas como «Why have there been no great women artists?» o «C’est non, non, non et non». ¿Pura estrategia de márquetin? Tal vez. En una industria basada en el capitalismo y el consumo voraz siempre queda la duda, la sospecha. A la espera de que alguna universidad demuestre el impacto e influencia de las camisetas y cuerpos pancarta (Femen) en nuestras mentes, nos quedamos con lo importante de la campaña: «We should all be feminists».