La vagina es el órgano del aparato genital femenino que conecta el útero con el exterior del cuerpo. Sería la puerta de salida y de entrada, es decir, el sitio por donde hay que pasar. Tanto para nacer como para tener placer, es también por donde sale el líquido menstrual y por donde los espermatozoides ascienden para fecundar el óvulo. Vamos, que es la reina del mambo.
La vagina es también el objeto del deseo del agresor cuando viola y cuando mutila los genitales en la ablación femenina. Esto lo dejó muy claro la dramaturga y feminista norteamericana Eva Ensler en 1996 con la obra de teatro Los monólogos de la vagina traducida a 45 idiomas e interpretada en 120 países. En esta interpretación se escuchan monólogos de tres mujeres que explican experiencias de placer desde la masturbación y las relaciones sexuales, pasando también por las agresiones y las violaciones vividas. En estos casi 30 años esta obra no se ha dejado de interpretar, constatando así que la vagina, como órgano femenino es causa de inspiración, placer y agresión.
Hoy 25 de noviembre —Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer— he querido mirarme el mundo desde aquí, desde esta palabra de seis letras tan poderosa. Este instrumento de poder exclusivo de la mujer y que hay hombres que se piensan que es de ellos. Que solo somos portadoras de este órgano para que entre y salga quien quiera y cuando quiera.
Este otoño en Barcelona he visitado la exposición de la artista catalana Mari Chordà en el Macba que ya en 1964 pintó la primera vagina y durante la exposición puedes simular entrar en una vagina y sentir su abrazo. Normalizar el poder de la vagina y por extensión de la mujer es importante y asociarlo a feminismo y educación más todavía. Conocí de primera mano el trabajo de la fundación Sorli que trabaja para erradicar la violencia de género y las agresiones en el lugar de trabajo. Hemos conocido el caso de Gisèle Pelicot, quien ha sufrido violaciones durante años y está empoderando a otras víctimas a denunciar y dar la cara.
El político Errejon se ha mostrado como un agresor y nos ha dejado perplejos a todas las personas progresistas y feministas que trabajamos cada día para visibilizar la igualdad. Hemos desayunado muchos días con noticias de religiosos que han abusado de sus alumnos y alumnas y los ha enviado a otras misiones para alejarlos del foco y minimizar el trauma. He conocido el trabajo de la cineasta Gala Hernández que analiza la comunidad de los incels (hombres que odian a las mujeres empoderadas porque no pueden tener relaciones con ellas) y asistí a la presentación del documental Bonita de la publicitaria catalana Eva Santana que de una forma magistral explica el miedo que todas sentimos ante una amenaza y posible agresión y como lo hemos normalizado. Y me viene a la cabeza la cineasta francesa Agnès Varda cuando le sorprendía que le preguntaran, “¿Aún eres feminista?”, como si fuera una enfermedad o algo pasajero.
Cuando me dicen que el feminismo da un paso atrás cuando todavía pasan estas cosas, yo contesto que no. El feminismo está más presente que nunca, porque se denuncia, se habla en la calle, se anima a que todas denunciemos las agresiones y los abusos de poder y de vagina. Efectivamente la vergüenza debe cambiar de lado, y solo cambiará de lado siendo valientes y denunciando la agresión y al agresor. Solo cambiara, no siendo cómplices del agresor con el silencio y girando la cabeza. Esto es también feminismo.