Cuando los primeros Juegos Olímpicos de tu ciudad te cogen con tu padre presidiendo el organismo que los impulsa y a ti a punto de cumplir los 33 años, no hay duda de que tienes que vivirlos intensamente y que deben marcarte profundamente. Ya si después lo vives con melancolía o no, es cosa tuya. No ha sido, al parecer, el caso de Juan Antonio Samaranch Salisachs, que vive en Madrid hace ya tiempo y que también hace unos años dejó de ser vicepresidente del Comité Olímpico Internacional (COI), aunque ahora regresa al cargo.
De la conversación que pudimos mantener en la apertura del ciclo Moments Estel·lars de la Barcelona Contemporània que organiza The New Barcelona Post en la Casa Seat con la colaboración de Must Media Group, destilo sobre todo esto. Pocas ganas de detenerse en el pasado y vivirlo con nostalgia. Por parte del protagonista, como mínimo.
No cree que ni Barcelona ni los barceloneses hayamos cambiado tanto como para no poder volver a deslumbrar al mundo entero. Aunque para encontrar algún cambio de cierta relevancia que pueda detener o ralentizar el poder repetir este éxito, hay que buscarlo en una clase política que, a pesar de las trifulcas típicas de siempre, quizás ahora cuesta de ver que encuentre un momento de tregua (olímpica) para defender con unidad algún proyecto de ciudad y de país.
Samaranch tampoco se queda anclado en el modelo clásico de los Juegos Olímpicos. Antes eran sinónimo de infraestructuras y de inversiones para la ciudad que les acogía. Ahora dice que son, sobre todo, “una buena idea”. Y defiende su sostenibilidad. La económica y la medioambiental.
Defiende que unos Juegos Olímpicos como los de invierno de 2030 pueden aportar las ventajas clásicas (y tan necesarias, tal y como estamos de un tiempo a esta parte) de suma de moral, de autoestima colectiva, de valores ligados al deporte, además de generar puestos de trabajo y una actividad económica muy fuerte. Pero de inversiones, sólo las que quiera la ciudad o el país de acogida, y sólo si son realmente necesarias.
Relativiza la trascendencia del rifirrafe con el gobierno socialista de Aragón, porque cree que desde fuera este conflicto “se ve, pero no se vive”. Y reconoce con la boca pequeña que lo que podría dar un papel barcelonés a la candidatura (el hielo, es decir, patinaje y hockey) es lo que está en disputa con los vecinos toca pelotas.
¿Saldrá? ¿No saldrá? Samaranch es optimista. Le ha hecho feliz el anuncio de la llegada de la Copa América a Barcelona, que se visualizó en aquella foto de políticos celebrándolo con los organizadores en el Port, donde no faltaba ni el apuntador (vease aquí a la alcaldesa Ada Colau). Le recordó aquella foto en barca con su padre, Jordi Pujol, Pasqual Maragall, Narcís Serra, el empresario Carles Ferrer Salat y Josep Miquel Abad, del comité organizador de 1992. “Hay brotes verdes” de recuperación de Barcelona, dice. La celebración de esta copa en la ciudad considera que puede ser un primer paso en clave de gran evento que lo oficialice, y los Juegos Olímpicos de invierno de 2030 podrían ser el segundo. Veremos.
¿Ayudará él como vicepresidente? Porque, de hecho, ¿qué hace un vicepresidente? En el COI y en todas partes suele existir la duda. No acaba de contestar del todo, pero deja claro que sí podrá ayudar.