A medio el concierto, la cantante gallega se lanzó con todo —incluida su banda— en No me importa nada. La variada audiencia la llevó en volandas. Un rato antes, Luz Casal había prometido que se abriría en canal. Y lo hizo. Disfrutar de su delicado impacto acústico, esa voz dulce que parece pararse cada dos o tres sílabas para pausar las notas desde el silencio. Fue un goce compartido.
Luz Casal desplegó una voz consistente y una etérea gestualidad, asistida por una sección rítmica de nivel, más teclados. Ella ocupaba la parte central del escenario, vestida de riguroso negro, complementado con elementos de color, que le concedían una estilizada teatralidad, nada forzada, a su actuación.
En el deber de Casal, consta la insistencia en seguir con ese rock muy de los ochenta, que arrastra ese barniz heavy, ya innecesario, y más sabiendo de la ductilidad del conjunto. Unas cuantas síncopas de otros estilos le harían bien a su voz y a sus canciones. Cuando presentó a los músicos, el reconocido y versátil batería Tino di Geraldo no dudó en recrearse, desde del groove, con Sex Machine, y Peter Otero, al bajo, se meció en un breve y poderoso jazz-funk que remitía a Marcus Miller. La noche seguía iluminando la platea con Un pedazo de cielo, Te dejé marchar y Negra sombra, entre otras interpretaciones.
Cuando la intérprete se desliza por los versos de Piensa en mí, bolero transversal —ese género se caracteriza por no definir la opción sexual de la persona añorada, despechada, deslucida o malquerida—, chispas de emoción surgen de los labios de la cantante. Antioxidante ante cualquier pesar. En 1935, Agustín Lara y su hermana María Teresa escribieron esas partículas boleristas e inflamadas que se desprenden de un desamor en combustión.
La vocalista ya se había soltado y empezó a caracolear con las sílabas hasta que llegó Loca, pieza de la que es coautora. Esa canción la define, es la jefa de la función de pies a cabeza. Irradia un feminismo resiliente. Los golpes de la vida empujan los sueños rotos a la vía. Los sesenta no son los nuevos treinta. La edad madura se cimienta en las antípodas de la ingenuidad del pasado. No hay lugar para la timidez, la razón es la atalaya de una vida exprimida en la carretera, la enfermedad y el sosiego. Otros son libertinos, divinos y superficiales. La respuesta la ofrece ella misma cuando se enardece durante el bolero mencionado.
En distintos momentos, algunos de los presentes le entregaron ramos de flores. Después de casi dos horas de concierto, cuando pensábamos que nos quedaríamos con las ganas, en la pantalla de vídeo aparece Luz Casal en una respetuosa versión, que le sienta francamente bien, de Radio Futura. Los teatreros ambulantes de El canto del gallo ponen fin a la velada y abren la noche a una Diagonal vacía.
