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ane Goodall, con casi 85 años, viaja, incansable, explicando la importancia de respetar nuestro planeta y a todos los seres vivos con los que lo compartimos. “¿No os parece raro que la criatura más intelectual que jamás haya pisado este planeta esté destruyendo su única casa?”, nos interpela. Esta mujer menuda hace llorar de emoción a su audiencia.
El pasado 13 de diciembre Jane Goodall volvió a visitar CosmoCaixa y nos habló de sus 58 años de investigación de los chimpancés en África. Niños y mayores tenían los ojos fijados en ella, mientras contaba su vida como una retahíla de aventuras, descubrimientos, amor y suerte.
Goodall es lo más parecido a una estrella de rock que tiene la ciencia. Dice que se le cansa la voz, que a su edad algo tenía que perder, y también nos recuerda que es una especie de desesperación la que no le permite dejar de rodar por el mundo con su activismo, acompañada siempre de Mister H, su chimpancé de peluche. La doctora Goodall tiene claro que no puede retirarse hasta que el mundo esté a salvo.
Cuando era pequeña, la londinense llenaba su cuarto de tierra cuando invitaba a los gusanos del jardín a pasar un rato con ella. Su perro Rusty fue el primero que le enseñó que los animales tienen emociones y una vez, con cuatro años, se escondió en un gallinero, armada de paciencia y sigilo, hasta que vio como una gallina ponía un huevo. A Goodall le fascinaban las vacas, los caballos y los cerditos. Ella vino al mundo con este amor por los animales y su curiosidad hizo el resto. Estaba naciendo una científica. Y ya nunca jamás dejó de devorar libros de animales y de Tarzán, y de pasearse por el Museo de Historia Natural de Londres.
Ya en África, su empeño y conocimiento práctico junto con su don con los animales convencieron al paleontólogo y arqueólogo keniano Louis Leakey de que aquella mujer de 26 años que nunca había pisado la universidad y que no sabía qué era la etología —el estudio del comportamiento animal— era la persona adecuada para investigar la conducta de los chimpancés en África y descubrir si veníamos de un ancestro común. Y, aunque los primeros meses fueron muy frustrantes, porque los primates huían al verla, poco a poco le perdieron el miedo, y empezó a ponerles nombre (David Greybeard, Goliath, Gigi, Flo) en lugar de asignarles un número en sus estudios.
Goodall probó a la descreída comunidad científica de su tiempo, gracias a las grabaciones de Hugo Van Lawick, que los chimpancés, igual que los humanos, crean herramientas para abastecerse de comida. Descubrió que ellos también tienen personalidad y son capaces de tener pensamiento racional y emociones como la alegría, la tristeza o la ira. Observó abrazos, besos, palmadas en la espalda y cosquillas, como evidencia de las relaciones afectivas entre miembros de una misma familia o comunidad. Sugirió, en definitiva, que no somos tan diferentes. “Fueron los días más geniales de mi vida. Podía pasarme horas sola en la selva. Fue cuando empecé a aprender que toda la vida en la selva está interconectada”, cuenta Goodall.
En 1977 fundó el Instituto Jane Goodall. “Había llegado el momento de hacer algo por los animales y por la naturaleza, que tanto habían hecho por mí”. Más tarde, en 1986, ayudó a organizar una conferencia en Estados Unidos en la que se habló de la caza furtiva, de los chimpancés brutalmente maltratados por la industria del entretenimiento y el circo, así como de la desforestación y la comercialización de carne de animal salvaje para su consumo humano. Goodall entendió que tenía que ayudar a las poblaciones que vivían en aquellos parajes. “Si no hacíamos nada para que la gente encontrara maneras alternativas de sobrevivir que no destruyeran el medio ambiente, no podíamos tampoco salvar a los chimpancés”.
Fue en 1991 cuando un grupo de 12 jóvenes de Tanzania se le acercaron, preocupados por lo que pasaban en su entorno, y así nació Roots & Shoots. Ahora ya son más de 80 países los que cuentan con proyectos llevados a cabo por jóvenes y basados en la protección de los animales, el medio ambiente y las personas. El mensaje clave es que “cada uno de nosotros, cada día, deja huella en nuestro planeta, y tenemos que escoger qué tipo de huella queremos dejar”.
Jane Goodall acabó su conferencia en CosmoCaixa dándonos cuatro motivos para no perder la esperanza: los jóvenes, nuestro cerebro, la resiliencia de la naturaleza y el indomable espíritu humano. Al finalizar, la cola para las fotos y la firma de libros se alargó más de una hora. Ella no dejaba de sonreír sentada encima de una mesa, balanceando sus piernas y sus mocasines negros. Como nos dijo Mia, una risueña admiradora de 8 años: “Jane descubrió un montón de cosas. Ha hecho mucho por todos los humanos”.
Texto: Laura Calçada
Fotografía: Laia Sabaté
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