Frank Dubé, incombustible artista pluridisciplinar.
El Bar del Post

Frank Dubé: Un chaval de ochenta y pico

Es un placer ver a Frank Dubé por el bar, desde que, hace cuatro años, se mudara a Terrassa con su familia, “un lugar donde no ha llegado el virus contra el uso del coche privado que se respira en Barcelona”. Su relación con la ciudad es, ahora, y por este y otros motivos, “mínima”.

–¿Qué tomarás?

–Café con leche descafeinado.

–¿Dejo puesta la radio o quieres escuchar algo en concreto?

–Necesito constantemente el murmullo de la Radio o la TV, para controlar si algo me interesa.

 

Tal vez sea este apetito por escuchar, ver, escudriñar, descubrir cosas nuevas, el secreto de juventud de este incombustible artista pluridisciplinar que, a sus ochenta y pico, sigue dando mucha guerra, con la energía de un treintañero.

Ha ejercido de actor de teatro y cine, ha grabado discos de todos los géneros, desde twist en los años 50 hasta House en los 90, pasando por Jazz y música latina en compañía de Pedro Iturralde, hasta una cotizada joya del Rock Progresivo autóctono registrada en 1970 bajo el nombre de Proyecto A y codiciada por coleccionistas de todo el orbe.

Ahora mismo, de hecho, “estoy moviendo hilos, aprovechando la reciente y exitosa reedición de este disco, para llevar su música hasta la misma NASA para poner banda sonora cuando repoblemos otros astros”, una forma de llevar un disco singular y absolutamente rompedor para su momento, más allá de nuestra atmósfera.

Un objetivo muy propio de esta insobornable ave nocturna que, de lo que más se enorgullece en su vida, es “de haber hecho caso a mi amigo Pascual Iranzo que me llevó de la oreja a conocer a un hombre que cambió mi vida: Carles Muñoz Espinalt creador de la Ciencia Psicoestética”. Algo deductible por el vistoso colgante que adorna su cuello desde hace años: “simboliza una mano que acoge un astro”.

Dubé versiona y adapta temas de Frank Sinatra.

¡Caramba, qué país!

Preocupado por la imagen colectiva de Catalunya, apuesta por intentar convertirla en “un país de seductores”, mejorando su imagen y buscando una ansiada independencia con inmejorable banda sonora, que actualmente pone en sesiones en directo donde versiona y adapta, ante un público fiel que le ve más como a un amigo que como a un mero intérprete, temas del inmortal ídolo Frank Sinatra.

Muchas de sus ideas sobre Catalunya quedaron recogidas en el divertidísimo ensayo autobiográfico Ostitu… quin País, de 2005, donde, entre otras cosas, Frank ya se posicionaba fuertemente a favor del uso del vehículo privado, “usado por un 80% de los trabajadores en Catalunya” y “en contra del acoso y abuso de nuestros administradores que, además, jamás viajan en transporte público de superficie”.

Una batalla, como poco difícil, pero él se empeña: “¡No consentiré que mis nietos vayan en patinete a la fuerza!”.

Una ciudad para sus ciudadanos

A Frank Dubé, muchos barceloneses le descubrieron por ser el dueño, junto a su inseparable mujer y cómplice, la cantante Laura Martí, de la boîte que llevaba el nombre del artista. En aquel alevoso reducto de la calle Buscarons, se cocieron infinidad de iniciativas y sesiones musicales destinadas a dejar una profunda huella en el mapeado nocturno urbano. “Añoro la época en que los responsables de los locales de noche teníamos la potestad de prohibir la entrada a indeseables. Por culpa no gozar ya de esta facultad, murieron, entre muchas otras salas de noche, el maravilloso Drugstore y, más recientemente, todo el Port Olímpic”.

Ese es uno de los efectos secundarios de que las administraciones “estén intentando convertir Barcelona en un parque temático para paseantes indígenas”, cargándose el legado de “genios como Antoni Gaudí, Ildefons Cerdà o Carles Buïgas, que decidieron crear una ciudad vital, activa, emprendedora y admirada por propios y extraños”.

Una ciudad de leyenda.

–Como aquella que narraba Joan Amades en su libro Costumari–, puntualiza.

–¿Cuál?

–Cuando dice que María, madre de Jesucristo, nació en la calle de Bertrallans.

El café con leche ha terminado y Frank sonríe con una sonrisa difícil de describir, porque es la del artista milenario y multidisciplinar curtido sobre incontables escenarios, pero, a la vez, es la de un chaval con unas irrefrenables ganas de todo lo que tiene por delante. Y entonces pide “un Cointreau con naranja burbujeante”.