— Cuando empezaste a estudiar había pocas referentes de viñetistas mujeres. ¿Cómo hiciste tu camino?
— Yo no tenía referentes de mujeres. Entonces, no dices: “yo quiero ser como ésta”. Y si veía viñetas de Forges o de El Roto, no se me pasaba ni por la cabeza que era un humano que trabajaba ocho horas al día haciendo esto. Gracias a las redes sociales, tú puedes hacer lo que quieras y tienes a tu público, sin intermediarios. Entonces, empieza a gustar, empieza a gustar… Y son los periódicos que te vienen a buscar a ti.
— Enseguida te diferenciaste por hacer unas viñetas claramente feministas.
— Empecé a hacer viñetas de humor o autorreferenciales de mujeres que leen. Encontré una mina allí. Primero, porque mi madre, mi hermana y yo crecimos leyendo mucho. Sabía perfectamente de lo que hablaba. Las mujeres que leen están muy orgullosas de hacerlo y nos gusta vernos representadas. No había nadie que hablara de esto. Y eso empezó a tirar para arriba, arriba, arriba…
— ¿Gracias a las redes?
— Sí, sí.
— ¿Para ti han sido unas aliadas?
— Es que no conozco otra forma. Me abrí Facebook, yo creo, en 2010. La página de Flavita Banana tenía 150, 200 personas, de las que conocía a la mayoría… Pero eso, de repente, lo peta.
— Aquellas mujeres que leían, de repente, tenían a alguien que las representara.
— Lo utilicé como un caballo de Troya, un poco para decir que esto me representa. Ya pude empezar a relajarme y a creer que podía incluir humor. Gracias a que ves un feedback positivo del público, te puedes envalentonar y empezar a hacer las cosas que te gustan e ir probando.
— Siempre trabajas desde un punto de vista feminista, pero en los últimos tiempos estás trabajando otro abanico de temas.
— Ahora lo que intento es tocar temas cualquiera, pero que los personajes sean mujeres que charlan. Es curioso que mucha gente se piense que son viñetas para mujeres porque salen mujeres, aunque estén hablando del partido del domingo. La gente aún asocia al hombre como personaje neutro. La gente prefiere leer viñetas donde hablan dos animales que donde hablan dos mujeres. Piénsalo: Calvin y Hobbes… O seres mitológicos o superhéroes.
— De empezar en redes sociales has pasado a ser una de las viñetistas de ‘El País’.
— Trabajé primero en Orgullo y Satisfacción, después en la revista S Moda. De repente, en 2018, murió Forges, que era uno de los tres dibujantes viñetistas del diario El País. Me llamaron y, al día siguiente, empecé a trabajar. Puedo hacer todo lo que quiera, es un mix de muchas cosas. Actualidad intento no hacerla, porque no me gusta. Las viñetas caducan y no puedo ponerlas en un recopilatorio. No me gusta aprovechar las desgracias para hacer algo bien hecho. Imagínate que hago la viñeta del siglo sobre Gaza y me dan premios, incluso. No podría. Y es lo que la mayoría de la gente hace para que se haga viral. Cuando hay un tema así, lo que se tiene que hacer es pensar. Ganar dinero o aplausos, no.
— Todo el público que tenías en las redes era más bien joven. En El País, no tanto.
— Están empezando a agradarles. Pero no les culpo. Es normal. Desde su fundación, el diario ha tenido señores viñetistas. Entré ocupando el lugar de Forges, que era el preferido. Y era mujer y joven. La suerte de haber crecido y estudiado la carrera sin móvil y sin redes es que tienes paciencia. No quieres un éxito o un reconocimiento inmediato, que es recibir likes. Tú piensas a la larga. El año pasado me dieron un premio que, en 50 años, sólo han dado a hombres.
— En tu web dices que te definen como “una viñetista de humor triste, entre costumbrismo y absurdidad”. ¿Qué es ese humor triste?
— Es la forma de tratar los temas con la viñeta que te hace en un primer momento reír. Y dices: “¡Mira, soy yo!” Pero enseguida dices: “Hostia, soy yo…” Es decir, que te provoque ambas sensaciones. Primero una y después la otra. O al revés. Porque es un tema duro, pero que entonces sonríes… Podría ser tristeza humorística, en vez de humor triste.
— En algunas entrevistas has explicado que tomabas antidepresivos y que a menudo costaba entender que una persona con una depresión pudiera dedicarse al humor.
— Yo creo que es lo habitual. Estuve muy deprimida durante fases y períodos, deprimida con ansiedad y todo fatal. Ahora ya estoy lo suficientemente bien para mirarlo en la distancia e incluso reír. Yo tengo límites. Hay temas que no dibujaría. Todo lo que tiene que ver con los niños sufriendo, no quiero aplausos. Hay mucha gente que dice que hay viñetas que se tienen que hacer porque si no, la gente no recibe este tema. Si yo hago una viñeta viral, la única que gana soy yo. Reflexionar, la gente ya reflexiona. Yo no voy a cambiar la opinión de nadie.
— ¿Crees que existen ciertos límites en el humor?
— No, el humor no creo que tenga límites. El humor es un idioma, un lenguaje, es algo fluido. Todos hemos hecho bromas duras en privado. Nosotros debemos ponernos límites teniendo en cuenta con quién hablamos y qué momento es. Hay un límite que me pongo yo, que es ni obtener beneficios ni notoriedad respecto a un tema que realmente me desquicia. Todo lo que tiene que ver con niños me paraliza.
— Eres consciente de que habría viñetas que si las hicieras lo petarías, pero huyes de eso.
— No busco ni demasiado dinero, ni agradar a todo el mundo. Esto es peligroso. Si subes muy rápido, igual de rápido caerás. Podríamos intentar acordarnos de cosas virales de hace 3 años y seríamos incapaces. Cuando empecé a tener muchos seguidores en Instagram, me cagué. Si tuviera un millón de seguidores, me cagaría. La liaría un poco para que se marcharan la mitad. (ríe)
— Y que te cancelaran.
— ¡No, eso no! Es el hombre del saco de los dibujantes.
— Otra espada de Damocles que tienen los ilustradores es la precariedad. ¿Vives con el miedo a que un día vuelva a llegar?
— Yo, ya no. Pero lo he vivido, claro. He trabajado de todo. He trabajado de todas las variedades de camarera que puedas imaginarte, encuestas a pie de calle, helpdesk, he estado en el paro, comido arroz… Pero la ambición ayuda a salir adelante. Yo siempre recalco que es muy importante que la gente joven sea hoy ambiciosa. Que es algo que se ha asignado, sobre todo a las mujeres, a algo negativo.
— Decías que tú no tenías referentes. ¿Notas que para las nuevas ilustradoras tú lo eres?
— Yo creo que sí. Este es el gran premio. Pesa, agobia… Hay tipos de personas y hay tipos de caracteres. Y yo creo que el mío, el tono, muy echada para adelante, chapucera, a veces mal hablada, creída, segura… Hay muchas chicas que son así y que piensan que son unas bocazas… Me siento mejor pensando que ayudo en esto.
— ¿Recibes mucho hate? ¿Tiene connotaciones machistas?
— Sí. Lo siento mucho, pero son mujeres. Y no creo en la máxima de “las más machistas son las mujeres”. No, lo más machista es el patriarcado. El patriarcado puede ser de hombres o mujeres. No es culpa nuestra, es el sistema, pero éste es el sistema que debe cambiar.
— Estudiaste en uno de los centros para artistas más reconocidos de Barcelona, La Massana.
— Sí, era cara, era privada. Mi madre no podía pagarla y empecé a trabajar. De hecho, me pasé los cuatro años de grado y los tres de ilustración, trabajando.
— ¿Cómo ves Barcelona respecto al arte? ¿Es una ciudad de artistas?
— Sí, es muy referente. Por las escuelas, porque tenemos la Massana, l’Eina, la Llotja… Hay mucha gente de fuera, gente que no ha estudiado aquí, pero que se dedica a esto… Yo creo que la escena de la ilustración en Barna es muy grande, porque al final somos un poco raros y nos gusta estar entre nosotros. Una persona que es humorista gráfica digital, feminista, en un pueblo remoto de Aragón, quizás dirá: “hostia, me voy a Barna”. Yo creo que ahora el país o ciudad de referencia es Internet. Ya no hay sitio físico.