En uno de esos años “prepandemia”, cuando todavía podíamos ir al gimnasio con cierta normalidad, me vi con el deber cívico de dar un paso adelante. Un gesto necesario e indispensable para poder transitar, con una cierta dignidad, entre las máquinas de pesas y la sala de spinning. Tuve que abandonar con el paso decidido la sala de fitness y dirigirme a los responsables de la recepción:
–¿Podríais cambiar la música?
La cara de extrañeza de las dos personas detrás del mostrador me sorprendió.
–¿Quiere que quitemos la música?
— No, no. Quiero dejar de sufrir reggaeton a las 7h de la mañana.
–¡A las chicas les gusta! — Me soltó la más joven.
–¡Pues debo ser muy viejo! – Respondí con una sonrisa y exhibiendo las arrugas. Y añadí –Sólo te pido música normal de siete a ocho de la mañana. –Esto de “normal” entiendo que puede ser ofensivo, pero inevitablemente, el concepto normal siempre es subjetivo.
Y así tres días seguidos, hasta que la música pasó del tum-catatum-tum-tum del reggaeton al pop anglosajón. Otro mundo, otra dimensión y sobre todo, otro ritmo.
La lástima es que pude saborear poco mi victoria, ya que el advenimiento de la pandemia me impidió volver a pisar el gimnasio. Ahora estoy atento a los cambios de normativa Covid-19 para poder ver cuándo podré volver a desembarcar en mi centro. Reconozco que me da mucha pereza sudar y jadear con mascarilla. Si ya te cuesta respirar en plena actividad, ¡imagínate con mascarilla! Pero también me da pereza tener que empezar de nuevo la guerra por la música. Estoy convencido de que durante mi ausencia, el reggaeton ha vuelto a campar libremente y en todo momento por los altavoces de mi querido gimnasio.
Me da pereza tener que empezar de nuevo la guerra por la música en el gimnasio
No creo que el auge y hegemonía del reggaeton y sus variantes sea generacional. Es decir que sea fruto de un cambio de tendencia estético ni tampoco fruto de la consolidación del mestizaje como interpretación de una cultura global. Es más bien que el público adolescente es más proclive al subproducto. En los años setenta y ochenta, una mayoría del público adolescente del estado español prefería a los Pecos o Leif Garrett (si por casualidad algún joven lee esto se preguntará: “¿Quiénes son estos?”) a Peter Gabriel, Madness o Ovidi Montllor. Hoy pasa igual con el reggaeton, el rap y de con otras especies similares. Y es cierto que dentro de estos géneros hay algunas obras de arte, cosa normal con tanta producción, pero la mayoría morirán sin pena ni gloria. Y no voy a entrar a hablar del contenido de las letras, ya que algunas (muchas) son de juzgado de guardia.
Conclusión: Nos hacemos viejos. Y este mes se nos ha muerto Franco Battiato. Como dijo aquel, fue el primer Franco celebrado por muchos españoles. Nos ha dejado uno de los grandes y aunque la prensa se ha hecho eco, aquí la noticia ha pasado bastante desapercibida. Pude disfrutar de su última actuación en Catalunya en el Festival Castell de Peralada en julio del 2017. Ecléctico, romántico, profundo… como siempre Battiato deja un legado y una trayectoria únicos. Espero que Italia, su país, institucionalice su recuerdo como es debido.
Cada generación suele tener sus referentes y luego están los clásicos. Yo siempre había creído que toda la tropa de solistas italianos como los Adriano Celentano, Franco Battiato, Paolo Conte o Domenico Modugno eran ya clásicos y que Italia siempre permanecería como un referente cultural. Y la sensación era la misma cuando veías que Nek, Eros Ramazzotti o Laura Pausini seguían siendo referente de las siguientes generaciones a pesar de la bajada de nivel. Por no hablar de la música francesa. Pero no. Los vientos tropicales se han llevado por delante nuestros referentes. Lo que considerábamos un clásico. Ya no hay ningun Joan Capdevila que quiera convertirse en Sergio Dalma. El canon estético también está cambiando a toda máquina. Y nos negamos a aceptar como arte lo que las nuevas generaciones han hecho suyo.
Cada generación suele tener sus referentes y luego están los clásicos
Pero a pesar de asumir que la edad no perdona, que cualquier tiempo pasado fue mejor, y que volveremos a escuchar una y otra vez La stagione dell’amore, Prospettiva Nevski, La canzone dell amore perduto o que buscaremos definitivamente un Centro de gravità permanente. Y me pregunto qué quedará después del reaggeton, el rap o el trap. Incluso el heavy metal y el punk más transgresores han pasado a formar parte de los clásicos. Tendremos que ver qué queda de todo ello dentro de veinte años.