“Desde la pandemia escribo casi cada día de mi vida”. El escritor y músico Alexandre Escrivà sonríe, sentado en la terraza del Bar, dejándose acariciar por el sol y la brisa primaveral. “Hasta entonces, había sido algo así como un hobby, algo que me llamaba desde pequeño, pero, cuando hace cinco años todo se paralizó y mis proyectos musicales se quedaron en barbecho, por fin me puse en serio y logré terminar mi primer manuscrito”.
Para este clarinetista de carrera que, antes que nada, se define como “alguien que procura ser una buena persona”, aquella interrupción de la vida, a la que las circunstancias abocaron en 2020 a todo el mundo, fue providencial para dar rienda a su pasión por la escritura. Es en este terreno en el que confiesa sentirse “mucho más libre a nivel creativo con respecto a la música, que, de todos modos, también amo”, explica ante una humeante taza de café con leche y una tostada con tomate recién servidas. Bon profit.
Empezó en lo de la música con ocho años, en su pueblo, Tavernes de la Valldigna, que, como buen municipio valenciano, tenía una tradición musical de profundo arraigo. “Escogí el clarinete porque era el instrumento que tocaba mi primo, Toni, que entonces también era músico”, explica el parroquiano, que tiene como grandes referentes para el instrumento a su maestro, Vicent Alberola, al francés Nicolas Baldeyrou o al italiano Alessandro Carbonare.
Ecléctico en sus gustos, donde caben desde Mahler, Ravel o Debussy, hasta su admirado Pablo Alborán, desde un principio tuvo claro que, aunque la vida del músico implica un movimiento constante, “no quería vivir fuera de España”. Y con ese espíritu recaló en Barcelona en 2022. “Oposité y, desde entonces, colaboro con la Orquesta Municipal de la ciudad”. Eso le permite viajar, pero volver siempre a su lugar de origen. A casa.
California y Nueva York desde la distancia
Tras aquel primer manuscrito completado tras acudir a la llamada de las letras, Alexandre Escrivà se puso a trabajar en su siguiente obra, El último caso de William Parker, que, a resultas de una serie de afortunadísimas carambolas, vio la luz hace dos años. Para poder escribir aquel debut, que seguía los pasos de un asesino en serie apodado ‘El Verdugo’ en las calles de San Francisco, el autor estableció contacto con policías californianos que le ayudaron y asesoraron para que el relato tuviera la máxima verosimilitud y lograra trasladar al lector al lugar de los hechos narrados.

Parecido ha sido el proceso para escribir su siguiente novela, El misterio Hannah Larson (Alfaguara), que acaba de salir al mercado y para la cual “conseguí recibir asesoramiento por parte de un fiscal de Nueva York, que es donde se ambienta la obra”. La historia de un antiguo crimen, capaz de salpicar a algunos de los paladines de la flor y nata social neoyorquina, sale a flote cuando el periodista que estaba a punto de publicar un libro sobre el asunto se suicida salvajemente en un directo televisivo y una joven inspectora decide desmarañar la madeja de mentiras, silencios y atrocidades que envuelve aquel asesinato de hace treinta años.
A Alexandre le queda, en cualquier caso, cuerda para rato, porque además de disfrutar de la promoción de este nuevo libro asegura estar ya trabajando en el siguiente. “De momento, eso sí, no puedo revelar mucho más”, apostilla con aire críptico, mientras termina su tostada.
El día de los libros y las rosas
Tras algo más de año y medio residiendo en la ciudad, el parroquiano tiene claro que lo que más le enamora de esta es “cómo se vive el día de Sant Jordi en Barcelona, ver las calles atestadas de rosas y libros y cómo todos se regalan literatura es sin duda lo que más me gusta de aquí”.

La masificación que ya le gusta menos es la de turistas que colapsan el centro y que le hacen echar un poco de menos “la vida tranquila de mi pueblo”, si bien está contento de vivir en Zona Franca, donde esa marabunta apenas si llega “y donde además aparco fácilmente”, añade liquidando su café.
— Lo que hará que no eches tanto de menos tu pueblo es la oferta gastronómica de nuestro Bar, que ya se ha hecho hora de comer y tenemos tapas, raciones, menú, carta…
Alexandre Escrivà tarda menos de un segundo en elegir menú, para degustar en la terraza, “aquí, tranquilo, mientras pienso en mis cosas”. Cosas que, probablemente, se podría casi apostar, acabarán en su siguiente novela.