Con la colaboración de
Clara Soler y Gemma Muray de Caram Caram.
Clara Soler y Gemma Muray están al frente de Caram Caram! © Sergio Ros

Sabores de Barcelona: un viaje gastronómico y sensorial por nuestra cultura e identidad

Junto a Caram Caram!, identificamos los productos con identidad que configuran la cultura culinaria de comarcas como El Moianès, El Vallès Oriental y Occidental y El Lluçanès

¿Qué sabor tiene un paisaje? En el corazón de la provincia de Barcelona, el sabor puede ser la dulzura de una manzana del Vallès, el aroma persistente de una miel del Moianès o la intensidad de un licor de hierbas recogidas en los bosques del Lluçanès. El territorio se traduce en sabores, y cada comarca explica quién es a través de lo que en ella se cultiva, se recolecta o se elabora.

Esta mirada sensible y gustativa sobre el paisaje la comparten Clara Soler y Gemma Muray, dos jóvenes que han dado forma al proyecto Caram Caram! Sommeliers de formación y con experiencia en varias bodegas, pronto detectaron un desequilibrio: la gastronomía quedaba a menudo en segundo plano frente al protagonismo del vino y el cava. “Eso nos llevó a fijarnos en los productos gastronómicos que nos rodeaban —explica Soler— y, cuando empezamos a visitar pequeños obradores, nos dimos cuenta de que detrás había historias muy potentes y con mucho valor”.

Desde hace años, recorren el territorio para dar visibilidad a proyectos locales y para dar voz a los artesanos que trabajan desde la raíz. “Nos dedicamos a divulgar productos gastronómicos catalanes que forman parte de nuestra cultura e identidad”, apunta Soler.

“La idea es acercar el producto no sólo a través de sus características, su textura o su sabor, sino también por su significado: por qué se elabora, por qué ha perdurado generación tras generación y qué papel juega dentro de nuestra cultura”. Porque el sabor de un paisaje no solo se come: también se escucha, se aprende y se comparte.

El valor de los productos con identidad

En este viaje de redescubrimiento gastronómico, Soler y Muray hablan a menudo de los “productos con identidad”: aquellos que dejan una huella que va más allá del paladar. “Para mí, un producto con identidad es aquel que recuerdas desde el primer bocado. Cuando lo pruebas, se te queda grabado en la memoria”, describe Soler. Y Muray añade: “Cuando vuelves al lugar donde lo comiste, recuerdas que, un día, allí, lo probaste. Y seguramente lo volverás a buscar. Y si ese lugar ha cerrado… Sentirás una tristeza enorme”.

Esta manera de entender el valor afectivo de los alimentos se refleja en el mundo del vino, que —tal como explica Muray— les enseñó a interpretar el concepto de terroir: esa combinación entre suelo, clima y variedades adaptadas que configuran un carácter y hablan un lenguaje paisajístico. Ese mismo criterio lo trasladan a sus maridajes y a las experiencias enogastronómicas que proponen, como catas de productos y vinos a ciegas o talleres de pintura entre copas.

Ejemplo de cata de productos de las comarcas barcelonesas. © Sergio Ros

“Crear maridajes territoriales tiene todo el sentido del mundo, porque vino y productos comparten un mismo clima, una misma cultura gastronómica y una forma de hacer artesanal que los hace compatibles de manera natural”, apunta Muray.

Por eso, si hacen una degustación de vinos de la D.O. Alella, lo maridan con quesos de cabra de Arenys de Mar. Si la cata es de vinos de la D.O. Penedès, optan por quesos elaborados y/o afinados en la zona o por dulces de productores y pastelerías del Penedès.

Cata de Caram Caram
En Caram Caram! también ofrecen catas en localizaciones históricas.

Y, siempre que pueden, ponen en valor productos singulares, como la longaniza de conejo del Lluçanès, la butifarra terregada —inspirada en un plato tradicional de Terrassa, originario de principios del siglo XX, elaborado con sangre y menudos cocinados en un guiso ligeramente picante— y el aceite de becaruda del Vallès Occidental. Productos que, como el vino, explican un territorio sin necesidad de palabras.

¿Cómo se traduce un paisaje?

Esta técnica de traducir las emociones de un territorio en sabores y aromas se aplicó en un proyecto presentado en la última edición de FITUR 2025. En colaboración con la Diputación de Barcelona, Caram Caram! creó cuatro cócteles que evocaban el territorio, mezclando aromas, colores y sabores de las comarcas barcelonesas en combinados concebidos expresamente para esta acción, con la colaboración de un maestro coctelero. El vino, el vermut, la ratafía y otras bebidas tradicionales se convirtieron en la base de las recetas, y cada cóctel se personalizó con ingredientes que tematizaban la mezcla y reflejaban la esencia del territorio.

Detrás de estos cócteles, hay un proceso creativo que parte de la sensibilidad. Para Soler, traducir un paisaje en una experiencia empieza con una sensación. “Primero sentimos qué nos despierta un territorio. ¿Tengo un recuerdo dulce, amargo o salado? ¿Y qué tipo de dulce es? A partir de ahí, buscamos un registro de sabor o de textura que pueda expresar esas sensaciones. Y muchas veces encuentras esos ingredientes en el mismo lugar, que te ayudan a contar su paisaje, su vibración”.

Los ingredientes barceloneses esconden muchas historias personales.

“Una vez tienes todos esos elementos identificados”, añade Muray, “se trata de trabajar con un coctelero que pueda traducir esa inspiración en destilados, licores, vinos espumosos… También es una cuestión de armonía, de equilibrio y de escuchar la sensibilidad de quien crea”. Para las sommeliers, explicar un territorio con un cóctel es mucho más fácil que hacerlo con un solo producto, porque un territorio nunca es una sola cosa. “El cóctel nos ayuda a contar muchas cosas en una sola bebida”, concluye Soler.

Más que productos, personas

El territorio, sin embargo, no se explora sólo con el paladar, sino también a través de la red humana que lo hace posible. Para Muray y Soler, cada territorio es una puerta abierta a una manera de hacer, de relacionarse, de cooperar. Y cada encuentro con productores locales revela una identidad propia. “Cada comarca tiene su singularidad; nos ha sorprendido de una manera u otra, y yo creo que esa es la riqueza que tiene Catalunya: su diversidad”, afirma Muray.

Probar un producto local es una forma de conectar con la cultura que lo hace posible

En este sentido, Soler añade que el interés no siempre recae en el producto en sí, sino en la historia que lo acompaña. “Ya no se trata sólo de destacar productos, sino también pequeños comercios de toda la vida que encuentras en los pueblos, y que a menudo esconden un producto vinculado al sueño de alguien”. Por ejemplo, en El Vallès Oriental tienen un amigo que elabora un total de 90 bulls diferentes. “Es su sueño: antes de jubilarse, quiere dejar escrito un libro con todas las recetas. Y yo destacaría ese producto, no sólo por su calidad, sino por la historia que lo acompaña y por la pasión con la que muchos productores viven su oficio”.

Y es que este viaje por los sabores del territorio nos recuerda que, más allá de los ingredientes, hay paisajes, personas e historias que dan sentido a la cocina. Y que las comarcas barcelonesas están llenas de productos singulares aún por descubrir. A través de una longaniza, de un queso o de un bull artesanal, también se puede leer una forma de vivir, de cuidar la tierra y de preservar un legado. Al fin y al cabo, probar un producto local es una forma de conectar con la cultura que lo hace posible.

Más información en www.barcelonaesmoltmes.cat/es/gastronomia

Las ‘sommeliers’ preparan una de sus catas en la bodega Albet i Noya, en Sant Pau d’Ordal. © Sergio Ros