A lo largo de esta semana han ido llegando a Barcelona un buen número de veleros históricos. Entrando por la bocana norte del puerto han enfilado las aguas de la dársena del comercio bajo la atenta mirada de quienes trabajan en el World Trade Center, la de otros navegantes y también la de los visitantes del área del Port Vell, para quienes estos clásicos de madera y construcción tradicional no han pasado desapercibidos. El destino de estas embarcaciones, en algunos casos centenarias, eran los pantalanes del Real Club Náutico de Barcelona, punto de encuentro de la Puig Vela Clàssica Barcelona, que se celebra del 14 al 17 de julio, con la participación de unos 200 regatistas internacionales.
La regata que lleva el nombre de la multinacional de moda y perfumes nacida en Barcelona en 1914 es una apuesta por la ciudad y por su tradición náutica y lleva celebrándose desde 2008, con la única interrupción de la edición de 2020, suspendida por la situación sanitaria internacional. Esta también afecta al normal desarrollo de las actividades paralelas del evento, pues aun recuperándose todas las pruebas en el mar, en la edición de 2021 no habrá la intensa actividad social en el village que se monta en el Muelle de España, junto a las instalaciones del club y que los organizadores esperan poder recuperar en 2022, en que ya será la 14º edición de la prueba.
El hecho de que no haya actividad junto a los pantalanes no implica que desde diferentes puntos del litoral no se pueda disfrutar de la visión de estos barcos navegando. Para verlos a toda vela en mar abierto y dentro de los campos de regatas, hay tres puntos remarcables para hacerlo: el nuevo Paseo del Rompeolas, al pie del Hotel W y sobre Marina Vela. También son buenos puntos de vista la playa de la Barceloneta, el Paseo Marítimo y el paseo exterior del Puerto Olímpico, mientras que para poder ver y fotografiar de cerca a los clásicos, un buen punto de vista es la Rambla de Mar, paso obligado de todos los participantes, o el Moll de la Fusta, desde donde se pueden ver salidas y atraques.
25 clásicos en la ciudad
Cuentan los responsables de Puig que Barcelona es la única capital internacional que acoge un evento de estas características, pues otras reuniones de veleros clásicos suelen organizarse y salir de otros puertos mucho más pequeños del Mediterráneo, tanto en la Costa Azul francesa, la Costa Esmeralda y la Liguria en Italia o Menorca, en Baleares. Los organizadores también llevan a gala que a lo largo de esta última década y media se ha facilitado la coincidencia en las aguas de Barcelona de veleros cargados de leyendas y que en diversos momentos de la historia han sido propiedad de figuras de talla mundial como el matrimonio de Rainiero Luis Enrique Majencio Beltrán Grimaldi con Grace Patricia Kelly, príncipes de Mónaco, la familia Gucci o el 35º presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
Y es que cada uno de los barcos participantes, además de una belleza única, tiene una historia especial. Pongamos por ejemplo el caso del Manitou, un precioso yawl de Bermudas de 62 pies (casi 19 metros) convertido en icono chic por las fotografías de JFK disfrutando de días de mar a bordo de un velero construido en Maryland en 1936 para el empresario John Lowe, que tenía como fijación ganar la Chicago Mac Race en el lago Michigan.
Con una quilla de cuatro toneladas y casco de caoba, roble y una cubierta de teca, alcanzó su objetivo: ganó la gran regata de la capital de Illinois de 1938, quedó en segundo lugar el año siguiente y ganó las dos siguientes nuevamente. Con la misión cumplida, Lowe vendió el yate y este acabó en manos de los guardacostas estadounidenses como barco de formación complementaria en su escuela.
JFK, que siempre había sido un navegante entusiasta, vio el barco en Annapolis y durante su mandato (de enero de 1961 a noviembre de 1963) lo convirtió en un refugio personal. Eso sí, al velero se le instalaron una serie de mejoras tecnológicas, sobre todo en el terreno de la comunicación, cosa que convirtió al Manitou en lo más parecido a una Casa Blanca flotante, pues el presidente podía disfrutar de su tiempo libre a bordo sin perder nunca el contacto con sus asesores e incluso tenía línea directa con el Kremlin, que por entonces tenía como inquilino a Nikita Jrushchov. En el terreno de la rumorología, se decía que Marilyn Monroe era tripulante habitual del velero, aunque eso es ya una historia de la historia que queda tan lejana como el mandato de Kennedy, que acabó de forma abrupta en Dallas.
Como la historia del Manitou hay otras 25, con otros nombres, otros protagonistas, otros mares surcados y diferentes propietarios que han ido conservando estas joyas que en algunos casos superan más de un siglo de navegación y se mantienen con mimo, impecabilidad y orgullo para poder participar en regatas como la que este jueves empieza en Barcelona, ciudad de mar… y estos días también ciudad de vela clásica.