Ángela Cervantes, Biel Duran, Francesc Ferrer y Laura Pau protagonizan este éxito escénico que reflexiona, en clave de humor, sobre el modo que tenemos de tratarnos.
TEATRO: LA PELL FINA

Quiero dar las gracias

'La pell fina', la nueva comedia del tándem de dramaturgos formado por Carmen Marfà y Yago Alonso, en el Teatro Borràs hasta el 29 de julio, es una divertidísima reflexión sobre la verdad y sobre la amistad. Una de las mejores propuestas escénicas para este verano.

En primer lugar quiero dar las gracias por el guion. Carme Marfà y Yago Alonso (Ovelles, Instruccions per a enterrar un pare). Cuesta mucho hacer un texto que mantenga una alta frecuencia de vibración humorística durante hora y media. Normalmente, considero que toda buena obra de teatro o buena película lo debe todo a un buen guion, y en buena parte lo mantengo, pero en este caso debo admitir que los agradecimientos y reconocimientos quedan bastante más repartidos.

El guion, primero. Porque creo que los guionistas son los compositores, y que todo lo demás son intérpretes. Ahora bien, hay intérpretes que pueden destruirte la más excelsa de las composiciones y en este caso Biel Duran, Ángela Cervantes, Francesc Ferrer y Laura Pau parecen haber nacido todos ellos para el papel. Quiero dar las gracias a los cuatro, también. La obra se desliza con total naturalidad dentro de sus pieles, quizás porque se han encontrado en las mismas situaciones de la obra (como todo el mundo), quizás porque el casting está bien elegido (diría que Francesc Ferrer, física y gestualmente, es el más clavado a su personaje y diría que en gran parte es el protagonista oculto), pero sin duda porque son muy buenos actores. Biel tiene una comicidad interior que yo no conocía del todo, sincera, desnuda, cruda, tal vez innata. Y ellas se adaptan bien a un guion que gira, creo justo admitirlo, mucho más en torno a la torpeza masculina que en torno a las contradicciones femeninas. Pero, al respecto de las masculinidades y feminidades, ya hay vodeviles bien cargados de estereotipos y bien previsibles en nuestra actual cartelera y creo que será mejor no comentarlos.

No quiero olvidarme de dar gracias a la fábrica. La sala Flyhard, inmensa gestadora de buena parte de nuestros últimos greatest hits escénicos: Smiley (exportada a Netflix), Litus, Tortuguess, Un home amb ulleres de pasta… Casanovas, Clua, Cedó, Pompermayer. Perdonen si destaco a aquellos que escriben, al principio de este discurso ya he mencionado la razón. En todo caso, la pequeña sala de Sants lleva más de diez años regalando rotundas perlas de teatro contemporáneo que afortunadamente, a pesar de las dificultades de nuestro sector escénico, encuentran eco y reconocimiento entre la oscuridad de la platea (y en algunas pantallas domésticas).

En este caso, la criatura es una amable y divertida reflexión sobre la verdad y la amistad, mucho más sobre la amistad que sobre la verdad, y mucho más sobre la amistad entre tíos que sobre la amistad entre tías. Lo que sí comparten ellos y ellas son los problemas con la verdad, con la realidad, con hacerse mayores mientras de fondo suenan los Strokes y se va agotando el tiempo para poder asistir al concierto del Primavera. Tienes un hijo, tienes un hijo feo, por cierto, y tienes que cuidar de él. O bien tienes demasiados asuntos pendientes con tu amigo, que es otro tipo de hijo, alguien que no quieres nunca en la vida que se lastime. O como todos ellos, tienes contradicciones con el amor de pareja y con el amor de familia y con el amor de amigo del alma. Cuestan de gestionar, tantos tipos de amor, a partir de cierta edad. Ah, y el hijo, y el hijo. El pecado mortal de fealdad que es tu hijo, perdona que te lo diga y perdona que se me haya escapado. Coño, entre amigos debemos ser sinceros, ¿no?

Algo parecido al planteamiento de El Nombre, de Matthiew Delaporte y Alexandre de la Patellière, porque hay muchas situaciones incómodas, todas ellas relacionadas con la verdad, que pueden surgir inesperadamente en una cena de amigos. La diferencia es que en este caso saltamos de un tema a otro, es decir, no nos concentramos en la anécdota de los ojos salidos del niño, sino que afloran a partir de ahí todas las verdades ocultas entre ellos, incluida la impostada moda de elegir vivir fuera de Barcelona, por aquello de poder oír las campanas y que solo son veinte minutos. Una retahíla de espejos que se disparan como lanzas hacia las vidas del público, y que tienen la buena fortuna de desenlazarse con un final tan inesperado como precioso. Un discurso de agradecimiento es una fórmula perfecta para descubrir qué nos importa de verdad. Todo el mundo debería hacer un discurso de agradecimiento al volver a casa, y todo el mundo se sorprendería de lo que acaba apareciendo en la lista. Y de lo que nunca acaba apareciendo (no podemos aburrir al respetable). Es un ejercicio de lo más saludable, incluso si el discurso nunca vamos a pronunciarlo. Dicho esto, yo ya tengo una parte del trabajo realizado: gracias, cracks.

Después de agotar todas las localidades durante dos temporadas, La pell fina ha vuelto al Teatro Borràs, hasta el 29 de julio.