Los masones y sus secretos siguen causando fascinación y/o temor desde que fuera presuntamente fundada en Londres en 1717, un hecho que los historiadores ponen en duda. Rodeada por una serie de estereotipos —muchos sin fundamento alguno—, las logias atraen la curiosidad de muchos. Y curiosos son los que acuden a visitar desde hace algunas semanas la exposición Maçons! Una mirada actual a una institució centenaria en el Palau Robert —hasta el 28 de agosto—.
Se trata de una muestra que prometía ambición, pero que se ha quedado a medio camino. Previsible en los tópicos de siempre, el visitante acaba concluyendo que los masones son una élite económica, política e intelectual, cuando en realidad se trata de un grupo diverso que abarca todas profesiones, clases sociales, creencias e ideologías. Esta es una de las gracias, que en una misma logia se mezclen catedráticos con trabajadores, políticos con comerciantes, y empresarios con jubilados y desempleados. Todos comparten principios y la pertenencia a un club iniciático extendido por todo el mundo. Es conocido que el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt fue masón junto con otros 13 inquilinos de la Casa Blanca, pero menos conocido es que su chófer pertenecía a la misma logia.
Lo mejor de la exposición es la recreación de un templo masónico en la que se puede seguir mediante una voz en off el proceso de apertura de los trabajos de una logia. Se exponen pocos objetos relacionados con la masonería y la relación de personajes que a lo largo de la historia han pertenecido a la sociedad secreta es la de siempre: Montesquieu, Oscar Wilde, Churchill, Benjamin Franklin, Goethe, el general Joan Prim y el presidente Lluís Companys, entre otros. Sin embargo, el público puede saber que el recientemente desaparecido marido de la reina Isabel II de Inglaterra, el duque de Edimburgo, fue masón hasta su muerte.
En muchos de los grandes logros de la humanidad han estado involucrados masones. Por ejemplo, fue un masón catalán, el doctor Federico Duran, quien inventó el sistema para conservar la sangre en plena Guerra Civil y poderla trasladar al frente, lo que permitió salvar la vida a miles de soldados y civiles heridos. Tuvo que huir a Manchester al final de la contienda para evitar ser detenido y represaliado por el régimen franquista.
El primer reglamento del fútbol se redactó en 1863 en la taberna de los masones de Londres. El Manchester City viste de azul porque en su origen el club estaba sostenido por una logia y ese es el color de la masonería inglesa. La Coca Cola original fue inventada por un masón de Atlanta y otro suizo creó el chocolate Toblerone, que no es triangular por casualidad. Otro masón canadiense inventó el baloncesto y uno de Nueva York creó el béisbol, cuyo terreno de juego recuerda a un compás y una escuadra entrelazados, que es el símbolo más identificativo de la sociedad secreta.
Grandes nombres del rock como Carl Perkins y Phil Collins han sido masones, como lo es el histórico teclista del grupo Yes, Rick Wakeman, muy activo hoy día en su logia de Chelsea. Y el considerado mejor bajista de la historia, John Entwistle, de los Who, lo fue también. Hasta el Libro gordo de Petete lo creó el masón y dibujante español afincado en Argentina Manuel García Ferré. También fueron masones el Charles Ingalls real, el patriarca de La casa de la pradera, su esposa y su hija Laura, cuyos libros inspiraron la histórica serie de televisión.
Y así podríamos seguir. Continuas referencias a la masonería se pueden encontrar en el cine, la literatura, el cómic y en los dibujos animados, como los Simpson y los Picapiedra. Y si uno sabe dónde encontrarlos, en Barcelona abundan: en la catedral de Barcelona, en el antiguo convento de Sant Agustí, en un hostal de Portaferrissa, en el edificio de una antigua cooperativa de la Barceloneta y en la Biblioteca Arús, un centro de investigación de referencia de la sociedad secreta fundada por un filántropo barcelonés que fue el gran impulsor de la masonería en Catalunya en el siglo XIX. Todos ellos tienen el mérito de haber sobrevivido a la orden franquista de eliminar cualquier símbolo masónico de edificios públicos y cementerios, en el marco de la represión más furibunda que ha sufrido la masonería a lo largo de su historia.
Pese a que la del Palau Robert es una exposición incompleta, vale la pena visitarla.