Josep Martorell BSC
El director asociado del BSC, Pep Martorell, en un encuentro organizado por la Cámara de Barcelona.
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Josep Martorell (BSC): “Hoy nadie hace ciencia de frontera sin grandes ordenadores y la IA”

Hace diez años pocos empresarios se hubieran sentado a escuchar qué hace un superordenador. Se veía como algo demasiado lejano para el día a día de sus compañías, puede que demasiado complicado. Las cosas han cambiado y así se nota en la cada vez mayor presencia del Barcelona Supercomputing Center – Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) en el debate público, ya no solo para hablar de los muchos cálculos complejos que es capaz de realizar, sino también de sus aplicaciones en cuestiones que preocupan a todos como la salud o el cambio climático. Incluso se ha convertido en un motivo de orgullo de la ciudad como infraestructura científica que la posiciona en el panorama mundial.

No extraña, entonces, que el director asociado del BSC, Josep Maria Martorell, haya sido el primer invitado de un nuevo ciclo de encuentros organizados por la Cámara de Comercio de Barcelona, patrocinados por Indra y con The New Barcelona Post como medio colaborador. Nada de la típica comida entre corbatas. Es primera hora de la mañana y toca un desayuno de tenedor, empezando con embutido y mucho pan, tortilla de fesols y butifarra en el entreacto y carquinyolis para rematar. Las ocho y media de la mañana no es una hora en la que nadie imaginaría que se pondría a pensar en petaflops, pero Martorell, licenciado en Ciencias Físicas por la UB y doctor en Ciencias de la Computación por la Ramon Llull, no desaprovecha ninguna ocasión para intentar hacer más accesible una teoría que muchas veces suena a ciencia ficción.

Para entender por qué la cosa ahora va de supercomputación, pero también de la archifamosa inteligencia artificial (IA), hay que entender una primera idea: “Son las caras de una misma moneda”. Y tirar para atrás. Al principio, la ciencia era esencialmente experimental. “El mundo era un laboratorio, las cosas caen, los planetas giran, las estrellas dan luz y el fuego quema. Sobre esta experimentación, la especie humana crea teorías e ideas, incluso religiones”, sostiene Martorell. A partir del siglo XVII, aparece la ciencia teórica gracias a nombres como Newton o Kepler, que empiezan a buscar modelos para explicar por qué pasan las cosas en la naturaleza. Es decir, se pasa a tener teorías que explican el mundo y laboratorios para probarlas. “Este diálogo entre teoría y experimentación ha llevado a la especie humana a donde estamos. Todo se explica con esto”, recalca.

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Entre mediados y finales del siglo XX, este modelo también queda superado porque las matemáticas y las ciencias evolucionan tanto que se agotan los métodos para encontrar soluciones a las ecuaciones que plantean. Así que se empiezan a resolver numéricamente con ordenadores. Es el momento de la ciencia computacional. La ciencia da otro salto, pero no es el último. Unos diez años atrás, topa con aquellas disciplinas como la medicina que no se sustentan en fórmulas sino en datos, muchos datos, a lo que la IA llama a la puerta para procesarlos todos, encontrar patrones de comportamiento y dar con nuevos descubrimientos. Otro apunte importante: la IA no es nueva, se inventó a finales de los 50, hace décadas que se está entrenando, pero ahora han coincidido en el tiempo los tres elementos que necesitaba para explosionar (datos en abundancia, gracias a los móviles y las redes de comunicación, una mejor computación y algoritmos más eficientes).

“Hoy en día nadie en el mundo hace ciencia de frontera sin la utilización de grandes ordenadores y de la inteligencia artificial. Si no los tienes, te quedas atrás”, remarca Martorell, lo que en inglés viene siendo who doesn’t compute, doesn’t compete (quien no calcula, no compite). La prueba del algodón pasa por ir a buscar el artículo académico de cualquier descubrimiento reciente. Siempre aparecerán palabrejas como simulación numérica, IA, computación de alto rendimiento o análisis de datos. Es aquí donde entran en juego equipamientos como el BSC, pero la cosa no se queda ahí. Porque la industria ya está probando estas nuevas herramientas para replantear su negocio y abrir nuevos mercados, lo que conduce a ser más competitivos. En este contexto, se impulsan iniciativas como las fábricas de IA que acogerá el superordenador barcelonés para extender su uso entre las empresas, donde trabajará con la Cámara de Barcelona: “De aquí a un año, cualquier compañía europea, pero en particular las que tenemos cerca, que quiera hacer I+D tendrá acceso a una máquina espectacular, por un coste de casi cero, acompañada por servicios de formación y acompañamiento. Les permitirá ponerse en un estadio de competición muy importante respecto a sus colegas”.

Todo ello hace inevitable que los gobiernos se pongan a ver qué está pasando aquí y entre en juego la geopolítica, como tan claro ha quedado esta semana con la irrupción de la IA china de DeepSeek y el trasiego que ha provocado en la economía estadounidense. Y Europa en medio. Habrá perdido el tren en muchas batallas pero en algo ha sabido ponerse de acuerdo con la iniciativa EuroHPC, compartiendo el presupuesto de los 27 para adquirir superordenadores que pudiesen mirar de tú a tú a sus homólogos de otros países más avanzados. Uno de ellos, en Barcelona, con su última versión estrenada a finales de 2023, el MareNostrum 5, y ya preparando la siguiente, el MareNostrum 6, de cara a 2029. “Es un éxito europeo clarísimo”, defiende su director asociado, en el cargo desde 2016; anteriormente, fue director general de Investigación en la Generalitat.

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Hay más batallas que pelear, como la de la computación cuántica, donde aún no se va tarde y hay partido, más con el anuncio de hace unos días de que el BSC contará con un nuevo superordenador cuántico, construido por dos startups catalanas, Qilimanjaro Quantum Tech y Do it Now. Sin olvidar el papel que juega en este campo el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO) de Castelldefels.

“No somos hijos del azar, somos hijos de un señor que se llama Mateo Valero, que desde los 80 estaba en la Politécnica montando ordenadores, pero también de Andreu Mas-Colell, quien en los años 2000 consigue convencer al presidente Pujol de hacer una política determinada para que en este país haya una investigación de primera liga mundial. Y detrás vienen 20 años de gobiernos de diferentes colores que lo mantienen. Gracias a esto la ciudad puede jugar un papel fundamental en este campo”, señala Martorell. La siguiente partida: disponer tecnología local dentro de estos aparatos, donde, ahora, como mucho los europeos fabrican casi solo los tornillos. Para que sea posible, los presupuestos serán muy abultados. “No estamos mal en Europa, pero hay camino que recorrer”, subraya, sin menospreciar un mundo más polarizado y armado, con los datos como nueva herramienta de riqueza y defensa.