Cruïlla: eclecticismo, modernidad y David Byrne con un cerebro en la mano

Más que el cartel de un festival, el Cruïlla Barcelona 2018 parecía un catálogo de tendencias musicales. Asimismo, junto con una voluntad expresa de evitar las molestias que conlleva la masificación, otorgan a este Festival un ambiente particular, que resulta acogedor incluso para las familias con niños pequeños.

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ip-hop, rock, pop, reggae, funk, soul, folk, rap, R & B, electrónica, ritmos africanos, brasileiros, fusiones variadas… lo que sea que hace hoy en día el ex Talking Heads David Byrne. Más que el cartel de un festival, el Cruïlla Barcelona 2018 parecía un catálogo de tendencias musicales. Variedad hasta el punto del eclecticismo, siempre alejados del camino fácil y con propuestas poco habituales en nuestro país. Estas son algunas de las principales señas de identidad de la programación de un encuentro convertido ya en imprescindible en el verano musical catalán.

Este diseño del cartel, junto con una voluntad expresa de evitar las molestias que conlleva la masificación, confieren al Cruïlla un ambiente particular, que resulta acogedor incluso para las familias con niños pequeños (en este caso, el accesorio imprescindible son los protectores auditivos estilo orejeras de obreros de la construcción, talla infantil). En general, no es un festival lleno de camisetas de grupos ni de fans acérrimos de una banda o un DJ concreto, sino que la variedad estilística atrae a un público de un rango de edades bastante amplio -de los veinte y pocos a los cuarenta y muchos-, mayoritariamente femenino y, eso sí, con muchas ganas de hacerse ver y dejarse llevar por una música que incita a bailar.

Porque -no nos engañemos- dejarse ver y mirar a los demás, tanto en directo como en Instagram, es uno de los objetivos inconfesables de todo festivalero. Y el Cruïlla es también un escaparate inmejorable para los trendspotters. Los outfits que más triunfan son, entre los chicos, las camisas estampadas tipo hawaiano, combinadas con una incipiente y preocupante tendencia en los calcetines hasta debajo de la rodilla. Para las chicas, el must son los tops-bañador que convierten el sujetador una pieza totalmente opcional, por no decir que estorba. Pero vaya, que a pesar del dominio visual de la modernidad -los tatuajes comienzan a ser imprescindibles-, los looks más descuidados resultan perfectamente aceptables. Mucho más que el abuso de anglicismos en cursiva, ya me perdonarán pero la modernidad se acaba pegando.

David Byrne, con una energía y atrevimiento en directo que desmienten sus 66 años, apareció en el escenario descalzo y con un cerebro en la mano, como salido de una escena de Twin Peaks.

Y en medio de todo este ambiente de hedonismo y diversión, del que también disfrutaron numerosos VIPs locales, como los actores Leticia Dolera, Miki Esparbé, Carlos Cuevas o Nuria Gago, los músicos Dani Macaco, Fermín Muguruza, Axel Pi y Rosalía, la modelo Verónica Blume o la alcaldesa Ada Colau, la música. Seis escenarios de diferentes tamaños acogen una cincuentena de artistas durante tres días. La contundencia rockera con raíces bluesy (es el último, de verdad) de Jack White, el jueves, dio paso a los ritmos hip-hop de Pharrell Williams, al frente de N.E.R.D., que pocos se resistieron a bailar. No faltó un pequeño homenaje al mismo White en forma del himno ‘Seven Nation Army’ de los añorados The White Stripes, antes de dar paso a otro de los grupos más esperados, los Prophets of Rage. El supergrupo de rap-metal formado por ex miembros de Rage Against The Machine, Cypress Hill y Public Enemy hicieron saltar a todos y terminaron su set con el inolvidable ‘Killing in the Name’. Sábado, más hip-hop con The Roots y su tuba saltimbanqui, que descolocar más de uno con su versión de Sweet Child O’Mine los Guns N’Roses, que habían visitado Barcelona hacía apenas dos semanas. Pero, la noche del sábado, con permiso de la muralla sonora de los Justice, y de unos muy esperados Ramon Mirabet y Izal, fue para el inclasificable David Byrne. Con una energía y atrevimiento en directo que desmienten sus 66 años, apareció en el escenario descalzo y con un cerebro en la mano, como salido de una escena de Twin Peaks. A partir de ahí, no miró atrás, en una actuación en que combinó grandes éxitos de Talking Heads con canciones nuevas, sin pararse quieto un instante, en una coreografía constante con sus músicos, que llevaban los instrumentos a cuestas y sin cables.

Este es un pequeño recorrido por los cabezas de cartel, pero el atractivo de un festival como el Cruïlla radica también en todo lo que pasa lejos de los escenarios más grandes, cuando los inevitables solapamientos de actuaciones lo permiten. Momentos sorprendentes como los que se vivieron en el escenario Radio 3, el más alejado, cuando el cantante de Elefantes reivindicaba que José Luis Perales “mola mogollón”, antes de versionarlo; cuando Albert Hammond Jr saltaba en medio del público, emulando a Jim Morrison o Iggy Pop, durante su energético concierto -un oasis de buen rock’n’roll dentro del festival-; o cuando el rapero Bugzy Malone decidió de forma inexplicable pasar de sus fans y cancelar su concierto cinco minutos antes de empezar.

Como no puede ser de otra manera, teniendo en cuenta las bandas implicadas y el mundo que nos ha tocado vivir, los mensajes políticos también se dejaron oír en el Cruïlla. “Fuck Trump” y “Catalunya lliure”, dejó escrito tras su guitarra el siempre combativo Tom Morello, de los Prophets, mientras Byrne animaba al público a no quedarse en casa y votar siempre que tuvieran la oportunidad. El mismo festival también hizo bandera del #noesno con la campaña #nocallem, con mensajes contra el acoso sexual y apoyo para las posibles víctimas.

El Cruïlla bajaba el telón, bien entrada la madrugada del domingo, de una edición que, a pesar de algunos problemas puntuales como la espantada de Malone o problemas de contaminación sonora durante la actuación de Ben Howard, por ejemplo, dejó el listón muy alto. El festival mantuvo los 57.000 asistentes del año anterior y volvió a poner de manifiesto que la apuesta para evitar la masificación que sufren otros festivales como el Primavera Sound o el Sónar es un éxito, ya que permite mucha mayor fluidez de movimientos y un ambiente más relajado y familiar para disfrutar de la experiencia y de la buena música. El contraste con el desastre organizativo del Mad Cool de Madrid, que se celebraba el mismo fin de semana con cabezas de cartel tan potentes como Pearl Jam, Massive Attack y Depeche Mode, y una previsión de público de 80.000 espectadores diarios, no puede ser más elocuente. Yo me quedo con el eclecticismo y la modernidad del Cruïlla, llamadme trendy si queréis.

Imágenes destacadas:
En orden de aparición: ambiente del Cruïlla, The Roots, David Byrne, Ben Howard y Justice. Fotos cedidas por la organización del festival. © Xavi Torrent