Manuel López Poy
Manuel López Poy. © Begoña Pe
EL BAR DEL POST

Manuel López Poy: el gallego que quiso ser vaquero al ritmo de un Blues

— Un Jack Daniels sin hielo o, en su defecto, un bourbon de verdad, para no perder la costumbre.

Manuel López Poy asoma por el bar al atardecer, con ese semblante suyo, serio, que sólo es fachada y que deja intuir, tras su mirada viva enmarcada en los cristales de las gafas, una infinita capacidad para ver la vida con humor, risa y —sobre todo— toneladas de esa retranca gallega que le viene de fábrica a este nacido en la aldea de Sarria, Lugo, y que se vino a Barcelona hace 27 años: “Provisionalmente, a trabajar con un contrato de seis meses, y aquí me quedé hasta hoy”.

“Soy un niño de pueblo con mucha curiosidad que soñaba con ser vaquero, recorrer mundo y escribir… y a eso me he dedicado con desigual fortuna”, explica el escritor, guionista y periodista, especializado en Blues y músicas de raíz y autor de obras que van desde guiones de cómics de Mamed Casanova, Las Cinco de la Tarde o La Espada de San Eufrasio hasta el imprescindible tomo Todo Blues, pasando por novelas del oeste publicadas con el pseudónimo de Samuel Shot o biografías de géneros musicales como el Rock, el Soul o el Rock-a-Billy. Su último hito es un libro que abarca con exhaustividad la historia cultural del Western americano a través de sus personajes, su folklore, su literatura y su cine, titulado Érase una Vez el Oeste (Diabolo).

“Ahora mismo ando enfrascado en varias cosas al mismo tiempo, para variar —avisa—: un guion de cómic sobre Valle-Inclán, un libro sobre periodistas y novela negra, una nueva novela de vaqueros para 66RPM, los textos de un proyecto fotográfico sobre el Blues en Barcelona, además de los habituales chanchullos de supervivencia”. Sorbe un buen trago de su bourbon y prosigue: “Sin olvidar la preparación de un viaje largo, largo, largo, para cuando nos abran la jaula”, añade.

El Blues como compás de la vida

Pluma habitual en publicaciones como Ruta 66, director del Anuario de la Societat de Blues de Barcelona y corresponsable —junto con Joan Ventosa— del magazine Bad Music Blues en Ràdio L’Hospitalet, Manuel es uno de los nombres que más suena cuando se habla de activismo en favor de la música afroamericana de raíz en Barcelona.

Algo que se ha hecho notar en obras suyas como Días Azules, colección de relatos que mezcla la ficción con la biografía musical; Entre el Cielo y el Infierno, que suma un centenar de efemérides y perfiles ligados al turbulento mundo de los bluesmen originales, o el reciente Aires de Tormenta, un atractivo artefacto en forma de disco-libro que recopila más relatos, de corte negro e histórico, con banda sonora del músico y compositor Blas Picón, quien, para la ocasión, ha juntado a un auténtico dream team de la escena del Blues y el R&B de la ciudad.

“De lo que más orgulloso estoy es de los amigos que he hecho y que me han ayudado a vivir la vida muy intensamente, que es de lo que más satisfecho estoy”, saca pecho, en este sentido, el autor.

El último hito de Manuel es un libro que abarca con exhaustividad la historia cultural del Western americano. © Rafael Marín

Barcelona como destino total

“Un lejano día de 1976 cogí un tren para irme a Madrid a estudiar y descubrir el mundo con ojos asombrados”, relata Manuel a propósito del que, posiblemente, sea el punto de inflexión más significativo de su existencia. Pero es en Barcelona, a la que llega en septiembre de 1994, donde asegura que le han pasado “las mejores y peores cosas de mi vida adulta. Me he bebido su noche como un salvaje, me he enamorado como un ternero, me hundí hasta el fondo, creé una familia, me convertí en escritor y me rodeé de cómplices maravillosos. Por poner dos momentos históricos contrapuestos mencionaré la brutal fiesta blusera de mi 50 cumpleaños, rodeado de amigos llegados de todos los puntos del país, y la paliza que me dieron unos nazis, una noche en el Poblenou”.

— ¿Y cuál dirías que es tu relación con la ciudad?

— Cuando llegué a Barcelona estábamos los dos de resaca. La ciudad estaba sobreponiéndose de la borrachera olímpica y yo de la que pillé en el tren que me trajo desde Sevilla. Desde entonces esa ha sido la tónica de nuestra relación: ella empecinada en una suicida carrera hacia ninguna parte y yo tratando de sacarle todo el jugo posible.

Es en Barcelona, a la que llega en septiembre de 1994, donde asegura que le han pasado “las mejores y peores cosas de mi vida adulta”

Este viaje a ninguna parte de la urbe en que habita, es descrito por el escritor como “el escaparate de mercancía vulgar en el que se ha convertido, su pérdida absoluta de personalidad y el reduccionismo cateto al que la ha llevado mirarse tanto el ombligo. Una de las cosas que me llevó a quedarme fue la intensidad de su vida cultural underground, algo que se ha ido perdiendo para convertirse en un triste abrevadero de turistas. Aunque quizá eso le esté pasando a todas las grandes ciudades, que se están convirtiendo en meros decorados”, de ahí que, en un momento dado, coincidiendo con la deglución de su tercer bourbon, Manuel López Poy alce una plegaria al aire: “Parafraseando a José Luis López Vázquez, una petición, un ruego, una súplica… estimados mandamases públicos y privados: ¡Dejad de asfixiar la cultura y de torpedear la música en directo, que esto se está poniendo insufrible!”.

La noche ha caído y la charla se ha prolongado al calor de varias piezas de Blues, que el parroquiano pidió que fueran “viejunos y flojitos, que me gusta concentrarme en la conversación”.

— ¿Tienes algún plan para la noche?

— No, soy un ave nocturna en fase de retiro. Ahora madrugo para ver con nitidez lo que antes contemplaba borroso de regreso a casa.