Churchill y Orwell: la lucha por la libertad

Ambos aventureros, ambos valientes –los dos estarán varias veces cerca de la muerte–, ambos ingleses, ambos defensores de la libertad; una defensa, además, no utilitarista o de argumentación cartesiana, sino con una marcada gravedad moral. Se entrecruzan sus vidas de novela en Churchill y Orwell. La lucha por la libertad (Península), de Thomas E. Ricks

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a lucha por la libertad es una constante en nuestra historia, pero hay momentos donde esta batalla se hace, si cabe, más visible. El siglo XX es un buen ejemplo. Nunca antes la humanidad provocó tantos desastres juntos. Nacionalismo, fascismo y comunismo arrasaron, literalmente, el viejo continente abriendo profundas cicatrices por todo el globo, muchas de las cuales llegan hasta hoy. Hasta prácticamente las postrimerías de la centuria, el mundo vivió una serie prácticamente continuada de conflictos bélicos entre los que destacan las dos guerras mundiales y también nuestra trágica guerra civil. Es el siglo de los colectivismos, como señala con acierto Paul Johnson en su fundamental Tiempos Modernos, unos colectivismos, no obstante, de los que no todos claudicaron.

Dos figuras sobresalientes del siglo pasado son Winston Churchill y George Orwell: dos vidas de orígenes muy dispares, también de suertes muy distintas, aunque con muchos puntos de encuentro, que se entrelazan en un maravilloso libro de Thomas E. Ricks, galardonado reportero y experto en seguridad nacional, Churchill y Orwell. La lucha por la libertad (Península). Las vidas de ambos estarán marcadas por la lucha hacia la libertad: Churchill será el primero, y durante casi una década el único, en alertar al mundo de los peligros de pactar con un demonio llamado Adolf Hitler;  Orwell, escritor y reportero del mundo de la izquierda, demostrará la mayor valentía de todas, la de juzgar severamente a su propio “bando”, siendo una de las voces más lúcidas a la hora de denunciar los atropellos de la Unión Soviética, bien visibles ya en la Guerra Civil española, donde participará como voluntario en el bando republicano. Ambos aventureros, ambos valientes –los dos estarán varias veces cerca de la muerte–, ambos ingleses, ambos defensores de la libertad; una defensa, además, no utilitarista o de argumentación cartesiana, sino con una marcada gravedad moral.

A través de las páginas de Hicks, que se deslizan de manera ágil como la mejor de las novelas (ambos personajes son personajes de novela), se nos presenta la biografía conjunta de ambas figuras lo que ofrece al lector dos puntos de vista honestos, dos perspectivas distintas, de unos años cruciales de la historia universal y en donde fueron muy pocos los que supieron mantener la altura moral suficiente, la honestidad intelectual y la fortaleza de espíritu para no dejarse llevar por los totalitarismos que arrasarían finalmente con el orden democrático, más o menos consolidado desde mediados del siglo XIX, y que tan bien describe Stefan Zweig en sus clásicas memorias El mundo de ayer (Acantilado).

¿Qué destacar de la vida de Churchill? Pocas vidas han hecho brotar tantos ríos de tinta. Pocas vidas resultan tan estimulantes para entender el concepto de libertad. Hicks tiene la habilidad de destacar lo esencial (como también hace luego con Orwell). Churchill fue un líder moral, un estadista con un profundo sentido del deber (sus dos convicciones fueron la libertad y la integridad del Imperio, para él dos caras de una misma moneda). Churchill fue pantagruélico con la vida, una persona excesiva: escribirá, pintará, beberá champán como pocos, fumará como pocos. Tuvo una titánica capacidad de trabajo (basta ver la monumental obra escrita que legará; sus memorias de la Segunda Guerra Mundial son más bastas que el estudio de la caída de Roma de Gibbon), y fue un experimentado estratega y militar (participó en conflictos bélicos en todos los continentes, incluidas las dos guerras mundiales donde tendrá un papel importante en la primera, definitivo en la segunda).

Churchill es también un ejemplo de cómo el liderazgo de una persona puede cambiar el curso de la historia. Sin él, sin duda, y como coinciden todos los biógrafos, la historia de Europa hubiera sido bien distinta. Su capacidad para superar fracasos y errores (que no fueron pocos), y transformarlos en aprendizajes es hoy un potente recordatorio de la importancia vital del entusiasmo y la resiliencia para tener éxito en la vida. Churchill fue prisionero en la guerra de los Boers, se arruinó en el crac del 29, fue gravemente atropellado en Nueva York (donde casi se deja la vida), tuvo sonados fracasos militares, como Gallipoli, o errores de juicio político y económico graves. Sin embargo, siempre y cada vez supo reponerse, tirar adelante y, además, no perder nunca el sentido del humor.

¿Qué destacar de Orwell? De nuevo, otra vida intensa, cambiante, y cargada de momentos heroicos y también de importantes errores de percepción. Orwell, nacido Eric Blair –se puso el pseudónimo porque de sus primeros escritos no pensaba tener ningún éxito–, de origen humilde (a diferencia de Churchill) estudió en Eton becado y, ahora sí, como Churchill, buscó aventura en los confines del Imperio, en este caso en la India. Escribió contra el colonialismo y se afilió a organizaciones socialistas siendo inicialmente un entusiasta de la Revolución Bolchevique (como muchos otros, como los presidentes Wilson o Roosevelt; no así el siempre lúcido en temas morales Churchill). Este entusiasmo le llevó a España, a Barcelona, donde, como señala Hicks, Orwell se hizo Orwell. Fue en Barcelona, como reflejó el escritor inglés en Homenaje a Catalunya (una de las obras internacionales más leídas para aproximar la Guerra Civil en España), donde Orwell descubre la perversa dinámica del estalinismo, una suerte de matonismo de Estado que luego reflejará en dos novelas inmortales: 1984 y Rebelión en la Granja. Dos novelas universales que son, todavía hoy, la crítica más feroz, entendible y lúcida de las consecuencias que derivan de los regímenes totalitarios, y muy especialmente del comunista.

Ambos, Churchill y Orwell, a su manera –aunque con elementos comunes (ambos lo hicieron solos)–, lucharon por la libertad, lo que les implicó remar a contracorriente, salirse del rebaño, y tener que enfrentarse a sus propios aliados políticos. Un libro delicioso, no únicamente sobre la libertad desde un punto de vista teórico, sino de cómo saberla ejercer con responsabilidad, tenacidad y constancia. Dos figuras ejemplares que resultan hoy especialmente inspiradoras en nuestro mundo líquido actual, demasiado falto de liderazgos morales claros.