Turner. Lluna nova; o «He perdut la meva barca, tu no tindràs el teu cèrcol» Tate. Exposat el 1840. Foto Tate
La muestra de Turner en el MNAC se puede visitar hasta mediados de septiembre. ©Tate

Turner y los nuestros

El MNAC presenta Turner, la luz es color, una de las exposiciones de la temporada que tiene pinta de convertirse en todo un éxito de público

Desde hace mucho tiempo, cuando paseo por un museo acostumbro a fijarme más bien poco en las obras expuestas porque me interesa mucho más su efecto en el público. Así de nuevo viendo Turner, la luz es color, una de las muestras estrella de la temporada artística barcelonesa que podréis visitar en el MNAC hasta la próxima diada, si es que todavía la celebramos. De hecho, mi indiferencia se ha radicalizado justamente en una expo como la del paisajista mojabragas inglés, uno de los pocos pintores cuyas postales han monopolizado las carpetas de adolescentes (luego, los fondos de pantalla o de móvil) y los calendarios de todas las niñeras del planeta.

Hay quien se emociona admirando las tenebrosas figuras que brotan del agua veneciana (De camino al baile de San Martino); a mí me interesan mucho más las nonagenarias que lo observan como fieras ante la enésima turra de una historiadora del arte, la filosofada de una señora que le explica a la (presumible) nuera como, a su entender, Turner es una traducción paisajística de la música bruckneriana, o los hercúleos esfuerzos de un vecino del territorio para encuadrar una pequeña acuarela en la pantalla de su iPhone.

Las criaturas humanas somos de una riqueza mucho más estrafalaria que la mayoría de obras de arte. Sin embargo, debo reconocerle al pintor de Maiden Lane algunos hallazgos geniales. Primero, que radicalizara la idea renacentista según la cual la pintura no traduce a imagen los objetos, sino que consiste en un estudio sobre el efecto de la luz en ellos. Segundo, y como derivada, que Turner anticipara sagazmente que a los humanos, del retrato (y posteriormente de la fotografía) nos interesarían mucho más los filtros que el resultado final. Sería interesante resucitar al artista londinense, para quien el velo de la pintura surgía directamente de los grandes paisajes naturales (con el lógico empequeñecimiento humano), sobre todo porque fliparía al ver cómo hemos acabado empleando el filtro del color para aplicarlo al propio cuerpo mediante los trucos de Instagram. El paisaje, por ahora, es sólo un objeto depredado y la naturaleza se nos hace mucho más imposible que a la mirada de los plastas románticos. Turner, insisto, alucinaría viendo cómo nos contorsionamos ante sus pinturas para aplicarles el nuevo filtro de la fotografía a la que somos adictos.

Turner, Lago Buttermere, con parte de Cromackwater, Cumberland, un chaparrón
Lago Buttermere, una de las obras de Turner expuestas en Montjuïc. ©Tate

Reacciones del público a parte, ésta es una muestra interesante por su coda. Trabajando lejos de los focos y en sordina, Pepe Serra y su equipo (aplausos sonoros para Francesc Quílez y Aleix Roig) han complementado las sobras turnerianas de la Tate con una selección de obras de la tribu que dialogan con él en una conversación interesantísima. Ahí encontraréis obras muy poco conocidas de nuestro magnífico reusense Baldomer Galofre, de Jaume Morera contemplaréis el bellísimo Peñalara, y diría que también han puesto algunos modestas y risibles ruinas de Rigalt.

Resulta muy importante que los visitantes de todo el mundo paseen por esta apostilla de la exposición, sobre todo porque, si se fijan, verán que hay mucho más talento en una simple nube de nuestro Fortuny que en toda la coloraina esta insufrible de Turner. De hecho, sería bonito que el MNAC volviera a montar la exposición de este genio de la tribu (si no me falla la memoria, debió ser el año 2003 o algo parecido), porque hemos prestado mucha atención a nuestras glorias pictóricas del XX, pero todavía no hemos alabado suficientemente la visión imperial de un artista único.

Mientras esto no ocurra, entretengámonos con Turner, el pintor de los filtros. Provoca reacciones humanas por las que vale la pena subir de nuevo a la montaña.