Pide un gintónic, “pero que la ginebra sea Giró” y, ya puestos a que suene algo de fondo, se decanta por Bill Evans o por su amado Oscar Peterson. Ha llegado al Bar al anochecer porque, pese a sus 91 años, el pianista Pere Ferré no ha abandonado su innegociable condición de ave nocturna.
“En mi familia siempre ha habido música. Yo crecí viendo cada día el piano de mi abuelo, que había sido un gran músico, y empezar a tocarlo fue algo natural. Mi padre, maestro de escuela, me pagó mis primeras clases particulares. Luego empecé a estudiar, combinando el Conservatorio con los estudios superiores para convertirme en perito industrial, lo que hoy vendría a ser un ingeniero técnico. Así seguí hasta el día en que me coincidieron exámenes en uno y otro centro. Los dos importantísimos. Los dos inamovibles, pese a mis ruegos”. Ante aquella disyuntiva, Pere optó por no seguir en el Conservatorio y completar la otra formación reglada.
— Pero entonces, ¿cómo es que acabaste tocando en clubes de Jazz y giras internacionales?
“La verdad es que fue un cúmulo de casualidades. Yo nunca dejé de tocar y trataba de actuar aquí y allá, pese a que en la época el Sindicato Vertical no te permitía tocar en locales si no estabas inscrito en el mismo”. Cosa que quizás no hizo por no tener las titulaciones pertinentes o, también, por no tener que ir por la vida con un carné de la Falange.
Su primera gran experiencia musical fue una gira de casi dos años con el Latin Quartet por países de Europa: Holanda, Alemania, Suecia… “Tocábamos boleros y chachachás y, como Tete Montoliu había partido peras con ellos, me propusieron ser su pianista. Aquella fue una experiencia única para un hombre como yo, en mis 25”.
Pero todo termina y ante la alternativa entre quedarse en Suecia, tocando profesionalmente, o volver a Barcelona y encargarse de una tienda de iluminación abierta por la familia, optó por lo segundo. “Al frente de la tienda empecé a ganar mucho dinero y, además, yo no estaba hecho para los climas nórdicos. Así que aquí me quedé, simultaneando aquel trabajo con tocar en clubes como el Jack’s y, más tarde, el Jamboree”.
Y entonces llegó el jazz
Entre finales de los años 50 y principios de los años 60, ante la llegada de las primeras oleadas de jazz moderno americano a la ciudad de la mano de un grupo de músicos y melómanos respaldados por los marinos de la Sexta Flota estadounidense, el pianista se sumó con entusiasmo a una causa que ya nunca ha abandonado.
“Mira, yo no era, ni mucho menos, el mejor. A menudo, tocaba yo porque Tete estaba de gira. Por eso me siento increíblemente afortunado de haber podido tocar con tanta gente sin ser yo ni tan siquiera profesional”. Pese a esta sensación de haber sido “un mal menor”, Pere ha prestado su talento para los Jazz Brothers —con los hermanos Hand, famosos por su vinculación con el famoso “crimen de los existencialistas de 1962—, Salvador Font “Mantequilla”, Pony Poindexter, Hal Singer, Bill Coleman, Don Byass, Harry “Sweets” Edison, Guy Lafitte o Kai Winding. Aunque no siempre era fácil, como es el caso de su difícil actuación con Joe Newman. “Aquel hombre era imposible. ¡Si incluso decía que, como pianista, a él Hank Jones no le valía! Un desastre”. Y sonríe, lleno de historias dentro de la historia de la música de la ciudad.
Hoy, todo ese legado pervive en sus actuaciones, cada lunes, en el Jazzman, heroico reducto jazzístico del Eixample, o tocando en el restaurante Giardinetto los miércoles, amén de ocasiones especiales como el reciente concierto homenaje a Tete Montoliu celebrado durante la Mercè y donde el músico obtuvo la mayor y más sentida ovación del público, o un incipiente concierto en el Jamboree rodeado de algunos jóvenes talentos de la escena local, para mediados de noviembre. Ocasiones de oro para poder disfrutar del talento del último bopper de la ciudad, el último superviviente de una hornada de músicos que, gracias a sus notas, hace sesenta años acercó aquella Barcelona anacrónica y gris al momento que le correspondía.
— Pero nunca has compuesto música, ¿no?
“¿Yo? ¿Para qué? Habiendo tanta música increíble de Oscar Peterson, Gershwin, Charlie Parker, Bill Evans, Charles Mingus, Count Basie… ¿Qué puedo aportar yo?”. Eso explica las escasas grabaciones en las que el artista ha participado, así como el hecho de que, a su nombre, sólo tenga un disco, Secret love, grabado en 2001 para el sello Fresh Sound. Ni que decir tiene, todo versiones.
Aquella Barcelona irrepetible
Contrariado por el actual gobierno municipal, “y encima por cómo acabó Colau siendo alcaldesa, ¡por los votos de Valls!”, el parroquiano confiesa vivir su condición de ciudadano a la defensiva, por motivos de salud. “Yo ya no puedo pegarme las caminatas que me pegaba antes. Me falta equilibrio y, además, a esto se unen todos los problemas y miedos ligados a la covid”.
— Pero, ¿algo que te guste de la ciudad?
Ante esa pregunta, el músico respira hondo y se toma un momento y dos sorbos de su bebida, antes de tomar la palabra. “Bueno, yo tengo un gran recuerdo de cuando tenía treinta años, a principios de los 60. Aquella fue mi mejor época. Y guardo recuerdos muy buenos, por ejemplo, de cuando emergíamos, a las tantas, de las entrañas humeantes del Jamboree, y recorríamos unas Ramblas de madrugada tomadas por los barrenderos que las limpiaban de la suciedad acumulada durante el día. Aquella es la estampa de una Barcelona irrepetible que, ojo, no hay que idealizar, pues era cutre y gris, pero tenía sus momentos”.
En recordar todo aquello, el rostro de Pere Ferré adquiere un semblante sereno y sonriente, y sigue degustando su copa de Giró con tónica, mientras los dedos de Bill Evans se deslizan sobre las teclas del piano en su excelsa recreación del All the things you are, dando lugar a un breve momento de elevación total.