Joan Oliveras i Bagués (Barcelona, 1957) es empresario, joyero, diseñador, mecenas y activista. Pero sobre todo es un apasionado de Barcelona.
Actualmente preside el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), pero también ha pasado por el patronato de la Fundació Enciclopèdia Catalana, la Fundació del Museu Picasso, la Fundació de l’Orfeó Català, la Barcelona Shopping Line-Turisme de Barcelona o Amics de La Rambla, entre otras muchas instituciones del país. Oliveras no es únicamente una persona con ideas propias: es un hombre de acción.
— ¿Cómo ve Barcelona?
— Barcelona no está mal, pero tampoco está en su mejor momento. Está la coincidencia de varios factores negativos y la situación de pandemia nos ha recortado muchos horizontes. Pero, la ciudad sigue teniendo inercias vivas muy potentes, que van más allá del horizonte del momento actual.
— Pero, ¿qué le sucede a Barcelona?
— Hay una contradicción muy grave entre lo que el ciudadano espera y lo que se propone desde la administración. Es verdad que esta percepción no justificaría que Barcelona hubiera perdido todas las inercias que la habían convertido en una ciudad de éxito. Ahora veo una ciudad que se busca y no se encuentra. Una ciudad que idealiza el pasado y no tiene claro cómo construir el futuro.
— ¿Y eso tiene remedio?
— Nos faltan espacios de reflexión compartidos en los que, más allá del rifirrafe a corto plazo, haya propuestas de consenso para construir conjuntamente el futuro. Y esto es lo que ha desaparecido en los últimos años. Barcelona es una ciudad que no mira a largo plazo. Si cambiamos la mirada empezaremos a entender muchas cosas: cuáles son las políticas urbanísticas de futuro, cuáles son las políticas económicas que necesita la ciudad, cómo afrontamos el fenómeno del turismo desde una perspectiva de reequilibrio o cómo determinamos los ejes y la movilidad.
— ¿Miramos demasiado a Madrid y poco al mundo?
— La mirada hacia Madrid surge porque la mirada hacia nosotros nos incomoda. Y, al final, Madrid acaba apareciendo como una ciudad que funciona con mayor fuerza que Barcelona. Yo creo que esta es una ficción pandémica. Es decir, no veo en Madrid ni la creatividad, ni la vitalidad intelectual, ni la creatividad empresarial, ni el dinamismo económico, ni el compromiso ciudadano que veo en Barcelona. Madrid se beneficia de unas coyunturas políticas determinadas, que son un beneficio inmediato, pero que no responden a las energías reales de la propia ciudad. Por tanto, verse reflejado en Madrid es una gran excusa que no ayuda a enfrentarse a los problemas de Barcelona.
“Veo una ciudad que se busca y no se encuentra. Una ciudad que idealiza el pasado y no tiene claro cómo construir el futuro”
— Antes queríamos ser una capital del mundo y ahora parece que nos conformamos con tener una co-capitalidad de Estado.
— Conformarnos con ser co-capitalidad cultural, o co-capitalidad de lo que sea, forma parte del debate político, pero no forma parte del debate ciudadano. Aquí seguimos teniendo la ambición de ser una de las ciudades influyentes de Europa. Y lo demuestra que Barcelona sigue estando en muchos de los ránkings europeos. El Estado español tiene, desde siempre, dos ciudades que representan dos modelos contrapuestos. El problema que tenemos, dentro de esta coyuntura política, es la infrafinanciación que sufre Barcelona y Catalunya. Barcelona no puede abdicar de su papel de capital de Catalunya, de lo contrario se debilita.
— Hay un déficit, de acuerdo. ¿Pero cuál es el proyecto de Barcelona?
— En estos momentos no aprecio ninguno. Y siempre nos reaparece el de la Barcelona olímpica. Porque es el gran momento de la Barcelona moderna. Es decir, el último gran proyecto que nos ha funcionado como ciudad y que nos ha hecho brillar en el mundo. Creo que el proyecto de futuro de Barcelona no pasa por romper con esa inercia, sino por perfeccionar el modelo. Es verdad que tenemos problemas por resolver. Aquel modelo, por ejemplo, incluía un turismo de carácter cuantitativo y ahora debemos evolucionar hacia uno de carácter cualitativo. Pero, al mismo tiempo, aportó valores indudables en planeamiento urbanístico. Por eso, la cuestión pasa por un perfeccionamiento del modelo. Y la primera condición debería ser volver a un cierto consenso político en torno a este debate.
— Pero esto implica decidir. Por ejemplo: Barcelona siempre había apostado por grandes eventos y ahora parece ser que están en entredicho.
— El de los grandes eventos es un modelo que ha funcionado. Si tenemos que repensarlo, no es a partir de eliminarlos sino a partir de dibujar qué ciudad queremos ser. Viena, hace muchos años, hizo un planteamiento estratégico para saber qué quería ser y decidió que no quería convertirse en una ciudad de grandes eventos, ni quería ser una ciudad de turismo masivo. Decidió, con mucho consenso, que quería ser una ciudad de eventos medios y ocupar un espacio en el imaginario internacional a nivel cultural.
— Y asumir unos costes.
— Los grandes eventos impactan sobre zonas determinadas de la ciudad y tienen una afectación sobre los ciudadanos de ese entorno. Es verdad y no debe negarse. No obstante, para resolver estos problemas no es necesario renunciar a los eventos. Lo que hace falta es analizar cómo la ciudad compensa a aquellos que sufren los efectos negativos de lo que colectivamente nos hace crecer. Hacen falta reflexiones estratégicas de fondo, y superar el oportunismo tacticista.
“Barcelona no puede abdicar de su papel de capital de Catalunya”
— Este modelo que usted plantea requiere, sobre todo, de una fuerte colaboración público-privada.
— De primer orden. Es imposible pensar las ciudades del futuro sin la colaboración público-privada. Y la colaboración público-privada no pasa por la vía del decreto. Pasa por la vía de lo que dice la misma palabra: colaboración. Por tanto, tiene que salir ganando todo el mundo, de lo contrario, no hay colaboración posible. Por la vía de la imposición de modelos no se resuelven las cosas. Y los modelos no pueden ser sólo producto de una minoría municipal mayoritaria. Debe ser el producto de grandes consensos.
— El consenso siempre es relativo, ¿no?
— Durante la etapa olímpica no sólo vivimos un amplio consenso desde la perspectiva política, sino también entre las instituciones y las grandes entidades de país en torno a un proyecto de ciudad. Y no fue fácil. Pero, sin embargo, construimos una capital competitiva.
“Es imposible pensar las ciudades del futuro sin la colaboración público-privada”
— Había un proyecto muy claro.
— Sí, pero ¿cómo se hizo ese proyecto? No fue sólo la visión de un personaje. Ese proyecto nació de la elaboración de planes estratégicos en los que participaron todos los actores de la ciudad, y las instituciones del país. Debemos recuperar ese espíritu.
— Pero parece que cada vez que existe un proyecto que puede generar ilusión acabamos enterrándolo porque genera alguna externalidad negativa. Dígase Juegos Olímpicos de Invierno, Hermitage, tercera pista, etc.
—Sí. Pero no todos responden a los mismos objetivos. Es decir: yo nunca pondría en el mismo saco el Hermitage y los Juegos Olímpicos de Invierno. El Hermitage y los Juegos Olímpicos de Invierno no responden al mismo modelo de ciudad. Responden a modelos distintos de ciudad. Uno, los Juegos Olímpicos, es un modelo de ciudad ambicioso y con personalidad. El otro no. Si queremos ser una ciudad de referencia tendríamos que ser inteligentemente selectivos.
— La cultura, al igual que lo es la tecnología y el deporte, ¿puede ser uno de los fundamentos de la ciudad?
— Barcelona puede ser, al mismo tiempo, los tres fundamentos. Y, en cierta medida, ya lo es. Barcelona está concentrada hoy en torno a la tecnología e, incluso, a la investigación. También sigue siendo una ciudad con importantes infraestructuras deportivas. Pero al mismo tiempo es un referente cultural desde hace muchos años. Barcelona es uno de los museos arquitectónicos al aire libre más importantes del mundo. El conjunto del modernismo no es algo que hayamos improvisado. Otra cosa es que sepamos ponerlo en valor. Pero somos un referente cultural a nivel internacional y europeo. Tenemos el MNAC, la Picasso o la Miró. Desde la perspectiva literaria-editorial somos referentes. Y podemos decirlo, también, del mundo musical. Debemos ir cosiendo las cosas. Economía, cultura, salud y prosperidad.
“Barcelona es uno de los museos arquitectónicos al aire libre más importantes del mundo”
— Y, en este contexto, como presidente del MNAC, hay una pregunta obligada: ¿qué deberíamos hacer con la montaña de Montjuïc?
— Lo primero, ser conscientes de que, de momento, Barcelona, al igual que vivía de espaldas al mar, ahora vive de espaldas a Montjuïc. Sin ser conscientes de ello, tenemos en esta montaña la mayor inversión pública y privada del país en infraestructuras colectivas del mundo del deporte, el comercio y la cultura. ¿Qué debemos hacer? Coordinar todo esto.
— ¿Y esto cómo se hace?
— Hay que decidir urbanísticamente qué queremos que sea Montjuïc. Hemos conseguido que sobre Collserola, que queda mucho más lejos del centro de la ciudad, la gente tenga claro que es un sitio de recreo, ocio y deporte. Luego descubrimos, hace cuatro días, que en Barcelona teníamos playas y puerto. Ahora tenemos un parque natural, en pleno centro de la ciudad, que casi no sabemos para qué sirve. Y que, además, la gente no lo tiene en su imaginario. Tendríamos que hablar entre los diferentes actores de la montaña y redibujar su uso. Montjuïc no puede ser una sola cosa, probablemente. No habremos resuelto la cuestión hasta que la gente diga: “Voy a Montjuïc”. Mientras la gente diga únicamente, “Voy al Mercat de les Flors, voy al MNAC, voy a la Fira o voy a las piscinas Picornell”, no habremos resuelto el problema. El problema lo habremos resuelto el día en que la gente empiece a decir “voy a pasar el día a Montjuïc”, porque querrá decir que lo hemos incorporado a la ciudad. Tenemos que incorporar a Montjuïc al imaginario colectivo de Barcelona.
— Antes, cuando hablábamos de Barcelona, teníamos claro que era la ciudad. ¿Ahora, cuando hablamos de Barcelona, tenemos que empezar a hablar de toda la metrópoli?
— Hablamos de la metrópoli, sí, pero también estamos hablando del país. Al final, hoy, la vida en Barcelona condiciona el Vall d’Aran, el Pallars o las Cases d’Alcanar. Y lo que ocurre en estos lugares también condiciona a Barcelona. Tenemos que ser capaces de entender la ciudad de forma global y con generosidad. Y esto tienen que entenderlo los ciudadanos, pero también lo deben entender aquellos que gestionan la política de la ciudad y, obviamente, la política del país. Y los empresarios. Los Juegos Olímpicos de Invierno son un ejemplo. Y aquí volvemos al mismo sitio de siempre: esto sólo lo resolveremos desde los consensos y con una mirada conjunta sobre los activos. Por ejemplo: tenemos grandes centros de investigación. Nuestro objetivo en estos centros de investigación no es sólo ponerlos en un catálogo que diga “tenemos los mejores centros de investigación de Europa”, sino encontrar la fórmula para rentabilizar estos centros de investigación para generar el crecimiento económico y el bienestar social del país. Es decir, pensar cómo generamos una industria capaz de crear feedback con toda esta telaraña absolutamente necesaria. Y lo mismo podemos decir desde el punto de vista de unificar la mirada sobre el conjunto del patrimonio cultural del país, con independencia de titularidades.
“No habremos resuelto la cuestión hasta que la gente diga: ‘Voy a Montjuïc”
— Pero el consenso es una herramienta, únicamente.
— Está claro. El punto final es el proyecto. Yo no quiero tener la petulancia de definir el modelo de ciudad. Tengo claros cuáles son los problemas y qué puedo decir en torno a determinadas cuestiones. Pero sólo vamos a construir un proyecto de ciudad con la participación de muchos actores y con generosidad. Si Barcelona no hace esto, va a perder oportunidades.