Formulada por uno de los artistas que participan en Verismo plástico: nuevos realismos en Cataluña -exposición comisariada por Rosa Ferrer y ofrecida por el Gran Teatre del Liceu hasta el 18 de mayo, a raíz de la ópera Andrea Chénier– la afirmación “realismo es de hecho una forma extraordinariamente elaborada de ficción” (Gonzalo Goytisolo ) funciona como una verdadera declaración de principios. Además, sugiere muy oportunamente la necesidad de un giro en la mirada que se acostumbra a proyectar sobre el tipo de representación “realista”, aquella representación pictórica o escultórica que más fiel se quiere a la realidad. Pues el artificio es desde siempre inherente al arte, como recuerda la leyenda de Zeuxis y Parrasio: competidores en un concurso de pintura, se cuenta que uno de ellos representó suculentos frutos, con lo que engañó a unos pájaros -que sobre ellos se precipitaron- mientras que el otro, el vencedor, lo fue por confundir a su rival artista. El veredicto se confirmó en el momento mismo en que aquél le pidió que retirara el velo del cuadro, para poder contemplar la obra. Velo inexistente, pues la pintura representaba precisa y fidedignamente la tela obturadora de la visión… sin nada que ver realmente, más allá.
Lo que se nos muestra en esta recopilación inspiradora, con obras de Pablo Maeso, Josep Segú, Daniel Cuervo, Gonzalo Goytisolo, los gemelos Josep y Pere Santilari, Josep M. Cisquella, Carlos Díaz, Neus Martín Royo, Sok Kan Lai, Gerard Mas, Efraïm Rodríguez y el propio Gonzalo Goytisolo -referido en la cita inicial- son diferentes modos de representar lo invisible. Invisible no por abstracto, sino todo lo contrario: invisible por excesivamente expuesto a los ojos, como sucede con el antiguo, barroco y posmoderno trampantojo. No es una paradoja insoluble, la del nuevo realismo, a veces comprendido bajo el epígrafe de “hiperrealismo”. Al contrario, con esta conciencia extrema se pretende afrontar la problemática que inevitablemente acompaña a la visión: que sólo vemos aquello que estamos acostumbrados a representarnos como real, sin percibir (con semejante representación) la multiplicidad de elementos que habilitan la propia percepción. Aquello que ya Leibniz intuyó, y trasladó mediante la expresión de “pequeñas percepciones”.
Señala Carlos Díaz, otro de los partícipes de la muestra, que cabe entender el realismo “no como una meta, sino como un camino”
Pero volviendo a nuestra actualidad más cotidiana, pensemos en la sugerente obra de Josep M. Cisquella, desplegada en un “organizado y experimental laboratorio” -recuerda Conxita Oliver- que se centraba en “hacer visible lo invisible y descubrir el trasfondo poético que poseen las cosas humildes”. Sus dos pinturas expuestas representan quizá lo más icónico, o cuanto menos inconfundible de la ciudad de Barcelona: los adoquines hexagonales, soporte material que fundamenta con gusto deco -motivos florales y en espiral- la avenida modernista más transitada. Podría parecer desde una cierta distancia que se trata de una instantánea, una captación inmediata de la realidad que todos conocemos, por la familiaridad con que invoca la mirada. Si nos acercamos a los cuadros, nos apercibiremos con sorpresa del puntillismo agresivo y ordenado -¡dotado asimismo de relieve!- que compone la imagen. Una complejidad en tres dimensiones, que en efecto suscita en el ojo la imagen que la mirada busca y completa, en base a representaciones mentales previamente elaboradas.
Señala Carlos Díaz, otro de los partícipes de la muestra, que cabe entender el realismo “no como una meta, sino como un camino”. Muy sintomático que se refiera al filósofo Martin Heidegger para recordar que, siendo la realidad “invisible” al ojo, el compromiso del arte reside en realizarla; en reflotar artificialmente la realidad primera, soterrada bajo capas de representaciones y prejuicios, fruto de la costumbre. En los últimos tiempos la neurociencia ha proporcionado evidencias que sostienen lo que muchos psicólogos habían intuido, a propósito de ese proceder mental (y de las razones evolutivas de ese procesamiento de la información, en nuestro día a día). Lejos de todo conformismo, los artistas del realismo moderno quisieron abrir nuevos caminos, como ha recordado Linda Nochlin en su clásica y sensacional obra El Realismo (Alianza Forma, 1991): “Cuando Constable dijo que al sentarse a pintar al natural intentaba olvidar que alguna vez había visto un cuadro, o cuando Monet decía que desearía haber nacido ciego y haber recibido de golpe la visión, no estaban sólo estimulando la originalidad. Subrayaban la importancia de afrontar la realidad de nuevo, de desnudar conscientemente sus mentes y pinceles de todo conocimiento de segunda mano y fórmulas preconcebidas”.
El atrevimiento del realismo contemporáneo se blinda asimismo contra las críticas -sin duda pertinentes- de un Tàpies, quien en La realidad como arte denuncia “la paradójica sensación de ‘irrealidad’ que sentimos (…) ante todos aquellos que en el arte siguen encerrados en el realismo del mundo clásico”. Pensemos, sin salirnos de esta maravillosa exposición, en la contribución escultórica de Efraïm Rodríguez, que aporta dos tallas de madera ejemplarmente equilibradas en la representación de las figuras infantiles, que no obstante suscitan una perplejidad mayúscula por su inherente des-contextualización. Como, también, la adorable representación en mármol blanco que lleva por título Antroporcino: en el soporte más noble y “clásico” que pueda concebirse, un cachorro humano de apenas un año y proporciones áureas descansa dulcemente, tumbado junto a un bien formado cerdo, de similares proporciones.