El Festival Clàssics se describe como un Festival de Artes y Pensamiento. Organizado por La Casa dels Clàssics (Bernat Metge) del 16 de noviembre al 20 de diciembre, se articula en torno al concepto reset, tecnicismo habitualmente empleado para la suspensión y reinicio de aparatos electrónicos, connotado aquí desde el Humanismo con la afirmación “repensemos el mundo volviendo a los clásicos”. Una verdadera declaración de principios que la web —profusamente interactiva y protagonizada por una recreación andrógina del Hombre de Vitrubio de Leonardo Da Vinci con reminiscencias a Westworld (HBO)— dinamiza mediante una narrativa atractiva y coherente, separando Pasado, Presente y Futuro. Los episodios/eventos programados en cada categoría con la colaboración de l’Auditori, el MNAC y la Filmoteca de Catalunya pretenden aportar algo de luz a nuestros tiempos de incertidumbre y orientar al ser humano en el camino hacia sí mismo.
Antes de emprender ese retorno a Ítaca, con todo, parece honesto revisar la afirmación según la cual los clásicos nos conectan aún con lo esencial del ser humano, como si estuvieran dotados de una suerte de validez atemporal. Una afirmación que a algunos les sonará anacrónica. Y no es del todo extraño, pues si algo ha cuestionado la posmodernidad es la idea de esencia. Sorteando la paradoja, no obstante, cabe señalar que cuanto más cuestionada se encuentra aquella noción tanto más refulge su validez —ave fénix del pensamiento— confirmándose verdaderamente inalienable en el ser humano: le resulta esencial, en efecto —o, si se prefiere, consustancial— la posibilidad de alzarse contra las diferentes formas de ignorancia, renacer de las cenizas y avanzar en el camino del autoconocimiento. Desafiar el dogmatismo de las creencias —incluyendo la creencia acerca de la ausencia de creencias— quizá sea nuestra potencialidad más elevada.
El Poema de Gilgamesh, leído por Pol Gómez, o la recreación de la inquietante Casandra, por Carlota Olcina, son dos de los eventos del Festival que conforman parte ese Pasado remoto, cuyos ecos premonitorios sin embargo aún nos alcanzan, preñados de sentido. El pensamiento no progresa en línea recta ni de manera irreversible sino en diálogo con el pasado, que incorpora y transforma desde su fondo inmemorial. En los orígenes arcaicos de toda civilización se halla la presencia del mito y una tendencia a desplegar formas rituales de saber, como por ejemplo la adivinación. Una práctica paradigmáticamente ubicada en el oráculo de Delfos —como tantas veces nos ha explicado Giorgio Colli— que llevó al pueblo heleno a venerar el conocimiento y desarrollar la filosofía. El ansia por desentrañar los designios divinos y tomar cierto control de la naturaleza, característico de la cosmovisión mítica, no desaparece completamente en épocas subsiguientes, siendo Mnemosyne —la diosa de la memoria, facultad sagrada para los griegos— la figura que garantiza el acceso a una verdad atemporal. Una verdad siempre-vigente, que se alcanza a modo de reminiscencia, “negación del olvido” o anamnesis, según explica una de las muchas recreaciones parabólicas de Platón.
Eventos culturales se retroalimentan y entretejen una red de significaciones conceptuales y emocionales, señalando el camino hacia una forma de plenitud
Aunque no cabe asimilar estrictamente el término reset a ese movimiento de retorno a los orígenes —previos a la existencia temporal, en que el alma no-encarnada sí sabía la verdad, sugiere Platón— el símil resulta inspirador. Como también la noción de Renacimiento, segunda vida vivida a la luz de una conciencia que trasciende las barreras temporales. No es en absoluto casual que durante aquel periodo —cuna del Humanismo moderno— se volviera a leer a los clásicos y a partir de traducciones nuevas; es decir, proyectando una mirada diferente, más consciente del filtro, de los condicionamientos, y de la centralidad del ser humano en el acto de comprender(se). Una época en la surgen personajes como Giovanni Boccaccio, a quien el Festival le dedica uno de sus actos, por el vínculo del Decameróncon a la epidemia que sufrió Europa entonces. El motto de la convocatoria del Festival Clàssics (“repensemos el mundo volviendo a los clásicos”) capta perfectamente la oportunidad que supone el cancelar o poner entre paréntesis lo que antes se creía indispensable para plantear otras posibles formas de vida a través de conferencias, debates e intervenciones artísticas.
En el apartado Presente el Festival ubica a la figura de un pensador tan reconocido como Gilles Lipovetsky, que recientemente ha publicado Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad (Anagrama) y a quien pudimos entrevistar hace un tiempo, participará en el Festival para perfilar un diagnóstico crítico y esperanzador, desde el análisis de las últimas décadas —es uno de los teóricos de la posmodernidad— con la mirada puesta en las transformaciones por venir. Begoña Román, especialista en filosofía contemporánea y ética, participa en la presentación del evento el 16 de noviembre, acompañada por la directora y el presidente de la Casa dels Clàssics, Sira Abenoza y Raül Garrigasait respectivamente, así como por el director del MNAC, Pepe Serra, y el actor —antes mencionado— Pol López. Otros muchos artistas e intelectuales, entre los cuales el filósofo y ensayista Rob Riemen, la cantante Maria Arnal, el compositor Joan Magrané, o el politólogo iraní Ramin Jahanbegloo, intervendrán a lo largo de las semanas siguientes para evidenciar la relevancia de la creatividad y del pensamiento en el proceso de redefinición de la vida.
La noción de Reset representa, en este contexto, mucho más que una interrupción. Es la conciencia de una crisis. Un alto en el camino que, junto a la perplejidad no poco desagradable que la acompaña, permite identificar las propias huellas, depurar los hábitos menos provechosos y, sobre todo reorientar la búsqueda de sentido en diálogo con uno mismo y con los otros. A la función consoladora del arte, a su carácter balsámico o de entretenimiento, se le añade la capacidad para fomentar el pensamiento. Un pensamiento crítico, que asume los límites y a su vez reconoce en el arte la posibilidad de verbalizar lo no-verbalizable. El lenguaje de la música, la dimensión dúctil y transgresora de la performance, la exposición pública de ideas y el debate son formatos distintos que se retroalimentan en el marco del Festival Clàssics. Entretejen una red de significaciones conceptuales y emocionales que señalen el camino hacia la plenitud. Una forma interior de “fructificación”, según el término que emplea Martha Nussbaum en su obra La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística para traducir y actualizar la noción aristotélica de eudaimonía.
“Eres un gran hombre, pero ¿cómo lo vas a saber si la fortuna no te da la oportunidad de mostrar tu valor?” (Séneca)
La antigüedad clásica, muy especialmente en aquel periodo, el helenístico, ya experimentó una forma de crisis afectada por una “pérdida de consistencia” —en expresión, ahora, de Felipe Martínez Marzoa—. Un malestar profundo debido en gran medida a la disipación de las referencias más elementales, proporcionadas hasta entonces por la autárquica unidad de sentido que era la polis o ciudad-estado. Frente a la porosidad de las fronteras del mundo griego, y la infiltración de tradiciones foráneas, las escuelas de estoicos, escépticos y epicúreos, —así como, desde una perspectiva abiertamente religiosa, las sectas gnósticas y un Cristianismo incipiente— ofrecieron pautas para una vivencia más consistente. Para aminorar los efectos anímicos de semejante resquebrajamiento ontológico, llegaron incluso a explicitar el valor del sufrimiento como escollo potenciador de la virtud, como acicate para el salto a una forma espiritual de salud. Algo muy evidente en el estoicismo de Séneca, quien en el diálogo Sobre la providenciaplantea: “Nada malo puede sucederle al hombre bueno”; “Toda desgracia la considera una prueba”; “Eres un gran hombre, pero ¿cómo lo vas a saber si la fortuna no te da la oportunidad de mostrar tu valor?”.
Sin perder de vista las peculiaridades de nuestra época, y pensando también en el Futuro —la última de las ventanas del tríptico epocal anunciado en la web— el Festival Clàssics indagará a través de debates en los mecanismos compensatorios y las posibilidades de felicidad o vida buena (aquella eudaimonía) que el ser humano desde siempre y con dispar fortuna se ha querido procurar. David Foster Wallace menciona en su discurso motivacional This is water la noción de default setting: creencias configuradas “por defecto” que sostenemos generalmente de forma inconsciente, porque de hecho nos sostienen a nosotros, al suministrar una cosmovisión hasta ahora confortable. A pesar de que la mayoría de buen seguro hubiéramos preferido evitarnos la “prueba” que ha supuesto a nivel global la pandemia —un golpe en el tablero que hace saltar las fichas e incluso cuestiona las reglas del juego—, no queda otra opción que tratar de asumirla de la mejor manera posible. El Festival Clàssics quiere contribuir a ello, fomentando oportunamente la noción de reset. Una reconfiguración no ya “por defecto” sino más consciente y plena, fructífera, que nos ayude a conectar con la esencia de la condición humana.