Directores Sala Montjuïc cine a la fresca
Los directores de la Sala Montjuïc, Mireia Manén, Nathalie Modigliani y Guillem Galera.

El cine a la fresca en Montjuïc se acostumbra a colgar el cartel de ‘sold out’

La edición de este año vendió todas las entradas antes de empezar con la primera proyección

Lo de apuntarse a un plan a última hora ya no se puede. La salida de la pandemia trajo muchas ansias de hacer cosas, como si antes no se hubieran estado haciendo, y ese comportamiento se ha traducido en agotar entradas para casi todo, conciertos, obras de teatro y hasta el cine a la fresca. La edición de este año de Sala Montjuïc se ha convertido en la primera que se quedó sin asientos —en su caso tumbonas— antes de incluso empezar con las proyecciones. Si el cartel se dio a conocer a mediados de mayo, un mes y medio después, no había ni un hueco libre, con cerca de 40.000 entradas vendidas para las 16 sesiones programadas.

“No nos había pasado nunca”, cuenta Nathalie Modigliani, una de las tres directoras de Sala Montjuïc, propuesta cultural que nació a semejanza del cine al aire libre que se hace en el parque de La Villette de París. Hasta ahora, el cartel de sold out se había acabado colgando, pero siempre a lo largo de las diferentes sesiones. Desde su nacimiento en 2002, las proyecciones en el foso del Castillo de Montjuïc han sumado unos 595.000 espectadores a lo largo de 22 ediciones, con una única cancelación, la pandémica de 2020.

Desde finales de junio hasta esta semana, se han podido ver los grandes títulos de los Oscars de este año, es decir, Pobres criaturasLos que se quedan, Vidas pasadas, La zona de interés o Oppenheimer, y clásicos clásicos como Charada, pero también Regreso al futuro, Orgullo y prejuicio o Billy Elliot —estos últimos se eligen entre los más votados en una encuesta que se hace entre los espectadores—. Para la sorpresa de cualquiera, Barbie fue la que más costó vender, pero, obviamente, muchos se vistieron de rosa para verla. Poco peso tienen las películas locales en la programación, con tan solo dos, Casa en flames —coincidió con el día del estreno— y Te estoy amando locamente, en un año que ha habido mucho más.

Pero es que no es solo que se tengan que comprar las entradas con tiempo, sino que también hay que llegar muy pronto para encontrar un buen sitio. La gente sale antes y llega con margen a las citas y, además, Sala Montjuïc ha cambiado su funcionamiento. Desde 2021, se ha pasado de un formato desordenado y auténtico, cada uno estirándose en el suelo como quisiese y con la opción de traerse la tumbona (o alquilarla), a una división del terreno de juego por zonas. Se tuvo que hacer así, según recuerda Modigliani, porque con la pandemia se les obligó a tener que saber el nombre y los apellidos de los asistentes que había en cada zona. También les ha permitido ordenarlo todo y colocar más tumbonas.

Ahora, está la primera zona, la que mantiene el espíritu original y está más cerca de la pantalla, con espacio para 650 espectadores, y tres zonas más donde uno se sienta en una hamaca como si fuese una sala de cine sin numerar, con capacidad para 1.800 asistentes. En total, 2.500 personas cada noche, con entradas que valen 8,5 euros para los que se tumban en el suelo y de 11,5 euros para el resto. Se palpan los nervios a la llegada, cuando uno siempre tiende a pensar que ya hay mucha gente y se preocupa por calcular dónde estará la mejor perspectiva de la pantalla dadas las condiciones existentes. La cara de decepción cuando un sitio que parecía libre está realmente ocupado es un clásico. Para evitar que nadie se siente más adelante de donde le toca, se entrega una pulsera de diferentes colores en función de la zona que marque cada entrada.

Hay que decir que se ha perdido la libertad de tumbarse de cualquier manera, pero, por lo menos, nadie se planta delante con una tumbona estratosférica y las actuales en las que se sienta la mayoría del público son relativamente cómodas. Eso sí, se tiene que agradecer, más aún en los tiempos que corren, que no se haya cambiado la política de permitir entrar con comida para hacer la cena antes de la proyección. Además, han añadido una tapita de bienvenida de fuet a la entrada, una D.O. compartida por todo el público, más si es gratis.

Proyección Sala Montjuïc
Una proyección en la Sala Montjuïc cuando cada uno se ponía donde podía.

Puede que sea una industrialización de un plan de ocio que antes era menos planeado, más veraniego, pero la pandemia ha traído una menor improvisación en la cultura y, sobre todo, un menor margen de dormirse en los laureles. Se consume todo con antelación y todo el mundo quiere hacer cosas, les gusten o no.

Así se nota cuándo las conversas, más o menos ruidosas, se suceden durante la proyección de Orgullo y prejuicio en Sala Montjuïc, sin importar que sea un momento clave para la historia entre Elizabeth Bennet y el señor Darcy —todos lo son—, porque, para algunos, la película solo está de fondo. Eso sí, de la story en Instagram no se han olvidado. El golpe final viene cuando, con el inicio de los créditos, se produce una dispersión angustiosa y tumultuosa, claramente aquejada de algo muy local, el aburrimiento típico del socio del Barça que no aguanta hasta el final del partido. Esto, con una película que, a pesar de todo, levanta pasiones, con muchos “Ohhhhh” cuando se produce un mínimo gesto entre los dos protagonistas, porque, claro está, el espectador de las tramas mal llamadas “de tacitas” sabe que hasta lo más insignificante es un mundo.

Obras en Montjuïc a la vista

Ante los sold out de las sesiones, a los organizadores les gustaría hacer más proyecciones, pero, para ello, tendría que cambiar la normativa que regula la actividad en el foso del Castillo de Montjuïc y establece un máximo de actividades por año. Antes de este reglamento, habían llegado a hacer 18. Viendo que se quedan sin entradas con tanta facilidad, querrían alargar la programación en agosto.

Aunque lo que más les preocupa de cara al año que viene son las obras previstas en la zona. “Nos costó mucho encontrar el sitio hace 22 años y no hay ningún otro con esta magia, alejado de todo, en el que incluso hace un poco de fresca por la noche”, remarca Modigliani. Para evitar tener que buscar alternativas, están negociando con el Ayuntamiento de Barcelona que los trabajos acaben antes de verano.