Muchas de las imágenes que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la Barcelona de antes pasaron por las manos de los Català, una saga familiar formada por el padre Pere Català i Pic y sus hijos, Francesc y Pere, tres fotógrafos que han conseguido colarse en el imaginario colectivo. No lo hubieran podido hacer sin la tercera hermana, Maria Àurea, que fue la retocadora de sus instantáneas y que la exposición Els Català, fotògrafs d’un segle ha querido sacar a la luz.
La muestra, que se puede visitar hasta septiembre en el Museu d’Història de Catalunya, recoge a través de 180 piezas una amplia selección de retratos, escenas y paisajes de una época que ya se fue y que ha conseguido pervivir un poco más a través de las lentes de los Català. Lo hace quitándole importancia a quien hizo cada una de las instantáneas y centrándose en todo aquello que les une y en el acto en si de fotografiar, queriendo ayudar a los espectadores a leer mejor cualquier imagen cuando se acaba el recorrido, hablándoles de elementos como el espacio, el momento y los protagonistas. Y es que algunas fotos ni se sabe quién las hizo.
La historia de esta saga familiar empieza por una casualidad, cuenta paseando entre las instantáneas Andreu Català, hijo de Francesc y comisario de la exposición. Nacido en una familia humilde de Valls, el patriarca, Pere Català i Pic, tuvo que dejar los estudios cuando tenía 12 años y se puso a trabajar de botones en el Banco Hispano Americano. Un día se sorteó una cámara en la sucursal y él resulto el ganador. El azar quiso que se pusiese a pensar si con ese artilugio se podía ganar la vida, a lo que contribuyó recibir una herencia de una tía que vivía en Estados Unidos.
Sus primeras fotos datan de 1909, con ejemplos como un retrato del pantano de Valls. Desde la tienda de fotografía que pudo abrir en 1915, con la ayuda de las 1.000 pesetas heredadas, empezó a ganarse un nombre, lo que le llevó a mudarse a Barcelona en 1931, con un viaje entre medio por Europa que le hizo ver que la fotografía tenía en la publicidad un nuevo campo a recorrer, ámbito en el que se convertiría en uno de los pioneros del país.
Sus hijos, Francesc y Pere, no tardaron mucho en sumarse al negocio familiar. El primero quería hacer lo mismo que su padre de tal manera que se cuela como modelo en uno de los anuncios que hizo, del vermut Cinzano. Los tres, según remarca Andreu, tuvieron que inventar “qué era ser fotógrafo” en un momento en el que esta disciplina empezaba a ganarse su papel frente a otras, discusión a la que el primer Català contribuyó con una gran cantidad de artículos.
En este siglo de cambios, los Català inmortalizaron algunos de sus hitos históricos. Ejemplos son el zepelín que sobrevoló Barcelona en la Exposición Universal de 1929, los primeros autobuses que hubo en la ciudad —de dos pisos y rojos, como los londinenses de ahora—, el edificio de la Sagrada Família tal y como lo dejó Antoni Gaudí o una fotografía de Plaza Catalunya en la que se ven unos carteles tachados por un fotógrafo que se anticipa a la censura.
Si una pieza de la muestra está ligada a la historia, no hay duda que es el cartel Aixafem el feixisme, que ha traspasado fronteras y generaciones. Català i Pic formó parte del Comisariado de Propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil y fue el que creó este primer cartel, que, además, fue uno de los que tuvo mayor difusión. Lo hizo dando un poco de dinero a su hijo Francesc para que fuera a por barro, destinado a construir la esvástica que sería pisada por el pie de un mosso d’esquadra, que aguantó la pierna en su mosquetón mientras se tomaba la instantánea. La fotografía se ve tan brillante por algo tan simple como que se tiró agua al suelo para conseguir ese efecto, señala Andreu. El cartel expuesto en la exposición no es el original, puesto que no se conservó ninguno. La guerra marcó el final de la carrera fotográfica del patriarca, que permaneció escondido durante meses después de su fin para evitar represalias, negándose a irse al exilio teniendo a su madre, mujer e hija enfermas.
Pese a ese retrato tan cercano a la historia, que la acaba constituyendo, la gran mayoría de fotos de los Català corresponde a instantes más comunes que definen un tiempo. “Son la crónica del siglo XX centrándose en cosas que están desapareciendo”, resume Andreu. Así se ve en el grupo de mujeres que camina por la Gran Vía de Madrid, replicadas por un grupo de hombres en la Gran Via de Barcelona —pieza inédita incluida en la exposición—; el aguinaldo navideño que recibe un urbano cargado de alcohol; los limpiabotas de la Rambla, o una playa de Zahara de los Atunes que parece haber puesto a todos sus integrantes como si fueran figurantes de alguna película.
Los niños tienen un papel central en reflejar lo que está pasando, con sus caras fascinadas por el hecho de ser captadas por una cámara o la celebración de la palma, que se ve acompañada por las que hay en el mural de Joan Miró. Sin olvidar una de las instantáneas más conocidas por haberse convertido en la portada de uno de los libros barceloneses por excelencia, La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón, que, irónicamente, está tomada en Madrid.
El más pequeño y hasta ahora menos conocido, Pere, se centró en dejar plasmadas todas esas fiestas populares que en su momento estuvieron en decadencia, aunque ahora sorprenda. Castells, capgrossos, gegants, las fiestas de Gràcia, la Patum de Berga, las Fallas de Isil o el Misterio de Elche son algunas de las protagonistas en este ejercicio de preservar la memoria y la tradición. Esa necesidad de captar aquello que se va ya la había empezado su padre, que fotografió a principios de siglo monumentos en ruinas que el hombre, el tiempo y el olvido, muy probablemente, ya han hecho desaparecer.
En los Català también está la voluntad de mostrar lo nuevo que llega, con un foco especial en la arquitectura, dando a conocer la obra en su momento emergente de Antonio Moragas, Josep Puig Torné, José Antonio Coderch o Manuel Valls. Sin olvidar que lo nuevo también acaba siendo viejo, como el hoy perdido edificio Seat, de César Ortiz-Echagüe y Rafael Echaide, también retratado por Francesc.
Muchos son también los retratos que corresponden a los Català, especialmente a Francesc. Sus cámaras captaron a los actores de la compañía Los Vieneses —fotos que se vendían como postales en La Rambla—, Salvador Dalí, Josep Guinovart, Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Joan Miró —que se puso a conjunto y luce sus cuatro colores característicos en la fotografía que le hizo Francesc, a quien dedicó un cuadro también expuesto en la muestra— o Joan Manuel Serrat.
Las personalidades retratadas se suceden con personas anónimas, “tratadas con la misma dignidad”, remarca Andreu. La bailaora La Chunga; su nieta con un trapo como muñeca y las tres chimeneas del Poble-sec de fondo; un músico que parece que vaya a sacar la partitura por los pulmones, o una madre que canta a su hija mientras hila —la preferida de Pere, que lamentaba que una fotografía no se pudiera escuchar—. En la serie que acompaña a la nieta de La Chunga y en la propia foto, la disposición no es casual, explica Andreu, y sigue los preceptos del fotógrafo austríaco Ernst Hast, a quien su padre admiraba, con tres elementos superiores y uno más bajo. Como el resto de fotografías que hicieron los Català, nada es casual.