Hay investigadores que se centran en la investigación biomédica, unos que evalúan el potencial de la fotónica y otros que lo hacen con la nanotecnología. A pesar de que son disciplinas muy dispares, todas ellas confluyen en el Barcelona Institute of Science and Technology (BIST), una fundación científica que agrupa a un total de siete centros de excelencia en investigación para hacerlos ganar capacidad y visibilidad.
El Centro de Regulación Genómica (CRG), el Instituto de Bioingeniería de Catalunya (IBEC), el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO), el Instituto Catalán de Investigación Química (ICIQ), el Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología (ICN2), el Instituto de Física de Altas Energías (IFAE) y el Instituto de Investigación Biomédica (IRB Barcelona) forman parte del BIST, que representa a casi 2.500 investigadores, profesores y estudiantes. Cuenta con un presupuesto de 3,1 millones de euros que se destina a fomentar la investigación, el talento y la innovación. Los recursos provienen del Govern, de Europa y, sobre todo, de entidades privadas como la Fundación La Caixa, Banco Sabadell, FemCat, la Fundación Cellex y la Fundación Catalunya La Pedrera.
El BIST se creó en 2015 con la voluntad de dotar de masa crítica a los diferentes centros de investigación que hay en Catalunya, que ya eran excelentes, pero les faltaba fuerza, con el impulso del exconseller Andreu Mas-Colell. Teniendo en cuenta que los siete centros tratan conceptos muy específicos, la nueva fundación también tenía que servir para fomentar la colaboración multidisciplinar entre ellos e imaginar formas diferentes de abordar la investigación, además de unir esfuerzos para llegar allí donde no podían hacerlo en solitario.
Estos objetivos originales se han traducido en diferentes iniciativas que quieren solucionar estas carencias del sistema de investigación catalán, que creando masa crítica se podían remediar, según explica el director general del BIST, Gabby Silberman. Un ejemplo de la misión perseguida por el BIST fue cuando detectó que en Catalunya faltaban equipos avanzados de óptica electrónica, que son muy caros y pocos centros tienen los recursos suficientes para comprarlos por su cuenta.
El BIST se creó para hacer crecer a los centros de investigación catalanes, que ya eran excelentes, pero les faltaba fuerza, con el impulso del exconseller Mas-Colell
¿Qué hizo el BIST? Se puso en contacto con otros centros de investigación y universidades y se formó una coalición, que se encargó de buscar dinero para poder instalar estos equipos en Catalunya. Junto con centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), se presentaron a una convocatoria de fondos Feder y obtuvieron diez millones de euros para construir dos equipos avanzados de óptica electrónica en el Sincrotrón Alba.
“El papel que jugó el BIST fue, sencillamente, el de convocar a esta gente dentro del sistema, los que identificamos una necesidad en común, e impulsar el trabajo necesario para obtener finalmente los equipamientos”, expone Silberman. Ambos equipos estarán listos este mismo año y permitirán que el ecosistema barcelonés cuente con la plataforma de colaboración en microscopia avanzada más importante del sur de Europa.
Este es uno de los muchos ejemplos de la filosofía que hay detrás del BIST de sumar esfuerzos para hacer crecer el sistema de investigación catalán. Colaboración, colaboración y más colaboración. Como la que está promoviendo en el Antiguo Mercado del Pescado para desarrollar un complejo de investigación e innovación de la mano de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y el CSIC o para crear una escuela en el Eixample que fomente las disciplinas STEAM entre los estudiantes de Secundaria y Bachillerato.
Otro ejemplo de este modo de funcionar de la fundación dirigida por Silberman es el BIST Ignite Programme, que busca, precisamente, la interacción entre investigadores de los siete centros que integran el BIST para fortalecer su relación y relevancia y generar aproximaciones innovadoras a retos científicos. Este programa selecciona cada año proyectos que estén en una fase inicial y los financia con 20.000 euros para que los desarrollen. Desde su creación en 2016, se ha apoyado a unos veinte trabajos.
También hace falta excelencia y traducirla en innovación
Para Silberman, objetivos como los que persigue el BIST tienen un efecto más allá de sumar agentes, recursos e iniciativas, y multiplican el valor del sistema de investigación catalán. Pero con la colaboración no es suficiente, remarca. “La colaboración es nuestra naturaleza, solo no llegas muy lejos. Todo lo que hacemos es colaboración. Pero puedes colaborar y que las cosas no salgan tan bien, que los actores no tengan la capacidad de hacerlo y que no seas capaz de atraer la gente con quien tienes que hacer estas cosas”, expone. Lo que marca la diferencia es la excelencia, que Silberman está seguro que Catalunya tiene.
Según él, ahora, el siguiente paso es traducir esta excelencia en innovación. Por eso, son necesarias iniciativas como el fondo deep tech creado recientemente por el Govern para favorecer la transferencia de conocimiento, con una financiación estimada de 80 millones de euros. Pero también hay que crear una marca, que aspire a compararse a la de ubicaciones como Sillicon Valley u Oxford. “Tenemos la capacidad y gente muy buena”, defiende el director general del BIST, que también enfatiza la necesidad de hacer volver a los investigadores catalanes que han tenido que marcharse. “El secreto de crear una marca poderosa que atraiga este talento y arrastre detrás suyo innovación, empresa y progreso es ser excelente”, resume.
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Silberman y el origen del Barcelona Supercomputing Center
A pesar de que Silberman llegó a Barcelona hace poco más tres años para ser el director general del BIST, su historia con la capital catalana se remonta al año 1995. Nacido en Chile, estudió Ciencias de la Computación en Israel. Estados Unidos se convirtió en el tercer país en el que vivió cuando empezó a trabajar para IBM. Es en esta etapa cuando entró en contacto con Barcelona, acompañando a Deep Blue, una computadora que jugaba a ajedrez y que hubiera podido ganar, incluso, a la protagonista de Gambito de dama.
En una conferencia en Barcelona con Deep Blue, Silberman conoció a dos personas que lo acabaron haciendo volver a Barcelona para dirigir el BIST, además de ser esenciales para la investigación barcelonesa. En concreto, estas dos personas eran el actual director del Centro de Supercomputación de Barcelona (BSC-CNS), Mateo Valero, y el exdirector asociado del BSC, Francesc Subirada, que en aquel momento también trabajaba para IBM. Este encuentro casual propiciado por Deep Blue acabó permitiendo la creación del mismo BSC, puesto que dio pie al nacimiento de un centro en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) con IBM sobre computación, que fue evolucionando hasta convertirse en el BSC.