Playa de la República Dominicana. Foto de Benjamin Voros.

Ballenas, en la Dominicana

Un día de marzo, antes de las 7 de la mañana, compro en la Estación Central de Santo Domingo un “boleto de abordaje” de la compañía “Caribe Tours” y tomo un gran bus de cristales ahumados con destino a Samaná, al norte de la isla, uno de los destinos turísticos más espectaculares de la República Dominicana.

A medio camino, la nube negrea: los vientos alisios, al chocar con las protuberancias de la isla, condensan el vapor, y a menudo llueve, a rachas laterales. De vez en cuando sale el sol. Veo a gente deforestar a machetazos. En muchos “bohíos” -las casetas de los campesinos- quema todo el día una bombilla encima de la puerta (se ve que es habitual no pagar la electricidad).

El paisaje es típicamente africano, tropical, con esbeltas palmeras de tronco delgado, y “guineos” -o bananeros- de hoja ancha como oreja de elefante. En algunos claros en el bosque de cocoteros, apilan los cocos y les prenden fuego para quemar la corteza. Entre la frondosa vegetación tropical, de vez en cuando se pueden ver algunas espléndidas playas de arena clara.

Atravieso la isla de sur a norte, de la costa del Caribe a la del Atlántico. Después de cuatro horas y media de viaje, pasando por Sánchez, Nagua y los arrozales de Cenoví, llego a Samaná, su mágica bahía. Cuando la guagua se detiene en destino, una escuadrilla de morenos cabalgando pequeñas motos japonesas rodean espectacularmente la salida del pasaje, ofreciéndose como taxi.

En la parada vienen naranjas ya peladas, blancas. Los cocoteros se inclinan hasta la raya de agua, transparente, de color turquesa. El gran atractivo de Samaná son las ballenas jorobadas, que pueden verse cada año entre mediados de enero y mediados de marzo. Procedentes de las aguas frías del Atlántico Norte (algunas de Islandia, a 5.000 kilómetros) vienen a parir aquí después de un embarazo de once o doce meses. Y también aquí quedan nuevamente embarazadas. Y se van con la proximidad del verano.

Aunque entrado marzo ya han comenzado a retirarse, y quedan pocas, me embarco en una lancha planeadora para irlas a ver de cerca con un pequeño grupo de italianos. Encaramos las olas a tanta velocidad que a menudo quedamos como suspendidos en el aire hasta caer con una planchada violenta. Me aferro como puedo a la borda para no salir disparado. A proa, un muchacho como un simio, agachado, hace de contrapeso y vigilancia.

Ecco lá! … Ecco lá! …” -grita alguien al cabo de media hora de navegación. La lancha aminora, y finalmente apaga el motor. ¡Es un monstruo! La ballena hará unos quince metros de largo y pasa tan cerca  que oímos nítidamente el soplido ​​con que expulsa el aire de los pulmones. Navega, con elegancia tranquila, tal vez sólo a unos dos kilómetros por hora: arquea el lomo, serpentea arriba y abajo, saca el morro, se zambulle y toma impulso con la ayuda de la cola musculosa.

Ballena en las aguas de Samaná, República Dominicana. Foto de Reinhard Dirscheri / Alamy Stock Photo.

¿Cuánto debe pesar? Quizá sesenta toneladas… A su flanco navega el ballenato, que debe tener sólo unos quince días, aunque ya mide cuatro o cinco metros … Es también oscuro, de piel lisa, con las aletas y la barriga blanca. Mama durante el primer año la espesa leche de la madre y, como ella, tiene en la cabeza unos chichones que al parecer les sirven para orientarse captando los estímulos del entorno.

Para comer nos detenemos en el pequeño islote de Cayo Levantado. Y bajo un encañizado en la playa pruebo la langosta cocida con leche de coco. Pero el pescado de escamas ni lo miro. La terrible “ciguatera” (que provoca un feroz dolor muscular y un considerable desorden neurológico que puede durar tres, cuatro o cinco meses) se transmite por la ingesta de algún pescado que, a su vez, ha consumido una especie de alga tóxica (por protegerse de los depredadores: la naturaleza es sabia…).

De regreso, el fueraborda ruge aún más rabiosamente, rompiendo las olas sin reparos. Demasiado tarde, leo en alguna parte: “Una embarcación poco marinera es peligrosa. La mayoría de las ballenas se encuentran en mar abierto, donde hay fuerte oleaje, y no en la parte inferior de la bahía, donde el mar es más tranquilo. Utilice sólo embarcaciones sólidas y seguras que aguanten el oleaje y no arriesgue su vida navegando en embarcaciones que no tengan, al menos, una radio marina y un salvavidas para cada pasajero”. Sí, hay que tomar precauciones. Pero el avistamiento de ballenas en Samaná es una experiencia que no se olvida.