Alba Ventura
La pianista Alba Ventura. © Ricardo Rios Visual Art

Alba Ventura: “No hace falta ser entendido, ¡el arte te toca!”

La pianista catalana, una de las más apreciadas por el público de Barcelona, afronta en el recital del Palau de la Música una partitura tan imponente y retadora como la Iberia, de Isaac Albéniz

Conversamos con Alba Ventura con motivo de una fecha importante, este martes en el Palau de la Música, en la que protagonizará la interpretación íntegra de la suite para piano Iberia, de Isaac Albéniz. Un políptico generoso en ritmos y melodías de origen popular, que se adapta al lenguaje clásico amplificando su fuerza evocadora y trascendiendo cualquier rasgo localista. Esta composición ya fue reivindicada internacionalmente por una de las pianistas más importantes de todos los tiempos, barcelonesa como Ventura. Pensamos en Alicia de Larrocha, ante la cual la propia Ventura interpretó algunas de las piezas que contiene, en el marco de su formación en la Academia Marshall con Carlota Garriga. Una formación que completaría con largas estancias en Londres, donde ha recibido la apreciación de público y crítica.

Consolidada ella misma como profesora en el Conservatorio del Liceo y autora de grabaciones memorables (la maravillosa serie de Études, en la discográfica Aglae), Alba Ventura destaca por su clarividencia interpretativa y el sutil tacto de su pianismo, que la han llevado a recibir elogios, una vez más, en ocasión de la publicación del primer volumen de las sonatas de Mozart. Su precoz carrera se inició en público a trece años precisamente con la interpretación de un concierto mozartiano, el Jeunehomme, bajo la dirección de Sir Neville Marriner. Es un placer poder escuchar de primera mano sus reflexiones, con una simpatía y espontaneidad que demuestran no ser incompatibles con el rigor interpretativo y, en suma, su altura como artista internacional.

— La primera vez que te oí en directo fue en el Auditori, dirigida por el maestro Ros-Marbà, ¿quizás interpretando a Prokófiev? ¡Fue un concierto sensacional! ¿Cómo encaras tu recital del Palau, donde tocarás íntegra la suite Iberia de Isaac Albéniz?

— ¡Ha llovido desde entonces! Sí, en efecto fue con el tercero de Prokófiev. Pues me siento muy a gusto programando una obra como Iberia. Ya la interpreté hace un par de años en Camprodón, el festival que desde hace más de tres décadas se organiza a la población natal de Albéniz, y vengo de hacerlo —la semana pasada— en Jerez, donde he sido muy bien recibida.

— Una composición enorme, de gran dificultad y extensión, que se programa poco a menudo a pesar de su importancia, asociada a pianistas tan míticas como Alicia de Larrocha en nuestro contexto más próximo.

— Durante años he tocado una selección de piezas de la suite de Albéniz. Porque te las piden en varios lugares, son preciosas y de referencia. Pero al mismo tiempo, me sugerían “la tienes que hacer entera”. Y cuando llegó la oportunidad pensé que era el momento de asumir el reto, y hacer realmente el maratón.

— Supone un verdadero reto, en efecto, especialmente en las actuales condiciones, en que no se suelen hacer pausas muy extensas.

— Tocar los cuatro volúmenes enteros de una obra como esta requiere de un gran esfuerzo mental y físico. La Iberia de Albéniz es una obra de fondo, pero en la que tienes que estar a tope todo el tiempo. Porque muchas de las piezas que incluye son bastante atléticas. Has de mantenerte a un nivel alto durante mucho tiempo y te puedes incluso llegar a deshidratar.

— ¿Qué te parece la actitud del público en los últimos tiempos? Se percibe una atención especial, ¿verdad? Como si estuviera especialmente concentrado en la ejecución, disfrutando de la experiencia estética.

— Así es, estamos todos con muchas ganas de ir a conciertos, de disfrutar. Es un privilegio no sólo volver al escenario sino también volver a ser público. En general, estamos con más ganas de ir a conciertos, no sólo de tocar. Pasé una época a la que iba sobre todo a conciertos sinfónicos y de cámara. Pero también asisto a recitales de piano o lírica.

— Hablando de tu Mozart, la novedad discográfica que ha salido este año en Aglae —el primer volumen de la integral de sonatas para piano— ha sido nominada a varios premios, si no me equivoco, confirmando así la excelente aceptación por parte del público.

— Sí, ¡sobre todo teniendo en cuenta que salió en pleno confinamiento! Hasta el punto de que la fábrica que hacía físicamente los discos tuvo que cerrar de forma temporal. En efecto, ha sido finalista de los Premios Enderrock como mejor disco de clásica, gracias a la votación del público, y actualmente lo está en los Premios MIN (Premios de la Música Independiente). Estoy muy contenta, evidentemente, porque es un proyecto que me ilusiona y siempre gusta ver que la gente valora lo que haces.

Lo más difícil es tener presente y respetar lo que Mozart podía hacer con su instrumento. Has de saber qué funciona y qué no, intentar que se entienda, priorizar la claridad

— Personalmente no me extraña, porque son versiones de una delicadeza y pulcritud impresionantes, con un sonido brillante y redondo. Pareces muy cómoda, la interpretación fluye de manera tan natural…

— Es un estilo que he trabajado mucho. Hace años, en Londres, incluso estudié fortepiano, es de las pequeñas cosas que echo de menos. Si tuviera a mano un instrumento antiguo, seguramente me lanzaría a interpretar con él. Y aunque los recursos del instrumento moderno son diferentes, en la grabación he querido que los criterios estilísticos fueran los de la época. Algunas cuestiones de técnica interpretativa deben adaptarse, evidentemente, pero otros se mantienen. Lo más difícil es tener presente y respetar lo que Mozart podía hacer con su instrumento. El tipo de fraseo, el pedal, etc. Has de saber qué funciona y qué no. Intentar que se entienda, priorizar la claridad.

— La primera entrega de tu integral mozartiana consta de dos discos, pero obviamente serán varios volúmenes. Además de las sonatas, ¿incluirás las fantasías para piano de Mozart?

— Sí, este es el primer volumen de los tres discos dobles que saldrán, en total. Una opción que contemplamos, en efecto, es grabar las fantasías en el mismo proyecto discográfico e incluso ofrecerlas como singles, en Spotify por ejemplo, antes de que aparezcan los próximos volúmenes.

— Aunque las piezas las conoces perfectamente, ¿has descubierto algo nuevo en el curso de la grabación de las sonatas de Mozart?

— Siempre descubres cosas nuevas. Hay repertorio que por mucho que lo hayas tocado en conciertos, cuando lo tienes que grabar lo trabajas con otra profundidad. No mejor, pero sí con un tipo de concentración diferente. El hecho de no tener la presencia del público, que te motiva, lo cambia todo. No tienes ese punto de feedback, que siempre resulta estimulante, y en cambio buscas acercarte a la versión que satisfaga los criterios arriba mencionados.

— Porque, desde el escenario, ¿realmente qué se percibe?

— Se perciben muchas cosas, aunque a veces puede resultar engañoso. Puedes darte cuenta de que se ha creado una magia especial, que el público está 100% contigo, pero en otras ocasiones, cuando intuyes que no estás llegando al público —y te dices, “este público es frío”—, no siempre es así. Puede ser un efecto de la acústica de la sala, que hace que no te llegue el aliento ni los aplausos de los asistentes de manera notoria. O alguna cuestión similar. Porque luego te viene a ver la gente muy contenta, y te sorprende, porque no habías notado su acompañamiento durante el concierto.

— Claro, y además cada público es diferente en cada país, ¡pero a ti siempre te han demostrado mucha estima!

— Sí, la verdad, siempre me he sentido muy valorada, incluso si la manera de demostrarlo es diferente. Hay casos muy divertidos. Por ejemplo, el público holandés no es nada frío. Son muy entusiastas. Tú vas a tocar en el Concertgebouw y se te pone la sala de pie. Pero claro, ¡no te lo tienes que creer! Porque lo hacen con todo el mundo. O sea que si en Holanda no se te ponen de pie, ¡muy mala señal! En cambio, el público británico aprecia muchísimo tu trabajo, pero no te lo demuestra con los aplausos, como sí ocurre, por ejemplo, en Barcelona. El público de aquí es muy cálido, vamos ¡que no me puedo quejar!

El hecho de entender de música hace que la escuches de una manera más intelectual y te estés perdiendo una parte de aquella intensidad, vivida en forma de inmediatez

— En este sentido, hablando de la apreciación musical como espectadores, ¿qué importancia tiene la formación?

— El público de Barcelona suele ser entendido, aunque para disfrutar de la música, realmente, no hace falta serlo. No es necesario ser un experto en historia del arte para ir a un museo y disfrutar con un cuadro de Velázquez. ¡El arte te toca! Puede que un estilo te llegue más que otro. O que después de haber aprendido o profundizado en algún aspecto de la obra a nivel técnico, la valores más, pero eso no quiere decir que no pueda emocionarte sin este conocimiento.

— En efecto, en el curso de la experiencia estética la cuestión del gusto —ya lo decía Kant— no está directamente vinculada a la determinación objetiva de lo que tiene lugar, incluso si aquello propicia la reacción emocional en el espectador.

— La inmediatez del impacto estético que tú tienes en ese momento es lo que te afecta… seas experto o no. De hecho, la manera de disfrutar del experto puede ser más intelectual, menos instintiva, al fijarse en detalles concretos, en la identificación de cuestiones técnicas, en lugar de dejarse llevar. A mí me pasa, a veces. El hecho de entender más sobre música hace que la estés escuchando de una manera más intelectual y te estés perdiendo una parte de aquella intensidad, vivida en forma de inmediatez.