Pasan los años y parece que nada ha cambiado, que todo estaba ahí y que se prefirió no mirarlo. El concurso World Press Photo cumple 20 años desde su primera exposición en Barcelona, habiendo atraído a más de 1,65 millones de espectadores. Una cronología da la bienvenida a la muestra de este año en el CCCB, recogiendo las mejores imágenes de cada año desde que se pueden ver en la capital catalana. Ahí están conflictos más vigentes que nunca como Israel contra Gaza y Líbano, pero también Rusia y Afganistán, con alguna fotografía que se escapa de las guerras y mira a los desahucios, los desastres climáticos y las migraciones. “Son las fotografías de los libros de historia”, resume la comisaria de la exposición itinerante, Marta Echevarría.
El único fotógrafo español que se cuela entre los ganadores de las últimas dos décadas es Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramenet, 1975), con una madre que abraza a su hijo herido en el Yemen. Se parece mucho a la ganadora de este año, que esta vez sucede en Gaza, con otra mujer sosteniendo el cuerpo sin vida de su sobrina. Una mujer palestina de Mohammed Salem retrata la pérdida después de que un misil acabase con cuatro miembros de la familia de Inas Abu Maamar en Jan Yunis, al sur de la Franja de Gaza. Un total de 129 fotografías integran la exposición de este año, organizada por la Fundación Photographic Social Vision, seleccionadas entre las 61.000 obras que casi 4.000 fotógrafos presentaron a la edición 2024 del concurso fotográfico.
La fotografía de Salem, quien ya ganó el World Press Photo en 2010 por la imagen de unos ataques con fósforo blanco en Gaza, se acompaña de dos más sobre la guerra que ha puesto en jaque Oriente Medio desde el 7 de octubre de 2023. De un lado, las consecuencias del ataque de Hamas en el festival de música Supernova, por Leon Neal, en un día que murieron 1.200 personas y 250 fueron secuestradas en Israel, mientras que, del otro lado, la destrucción de uno de los muchos bombardeos israelíes sobre Gaza, por Mustafa Hassouna, superando ya los más de 40.000 muertos.
La guerra en Ucrania sigue estando presente en la exposición del World Press Photo, que se puede ver hasta el 15 de diciembre, pero ha perdido el protagonismo absoluto del año pasado, cuando la fotografía del año fue para Evgeniy Maloletka por su retrato del bombardeo en un hospital de Mariupol, con una madre embarazada herida que acababa de perder a su bebé y poco después murió ella también. También estuvieron las instantáneas de Alkis Konstantinidis y Emilio Morenatti, afincado en Barcelona, con un trabajo muy personal sobre las víctimas a quienes les amputan una pierna, como le pasó a él cubriendo la guerra de Afganistan.
Este año Ucrania aparece en la categoría de formato abierto, con una propuesta multidisciplinar que mezcla imágenes, música y mensajes de texto como si se tratase de un diario personal de Julia Kochetova. También han quedado retratadas las inundaciones en Jersón tras varias explosiones que dañaron el embalse de Kajovka, por Johanna Maria Fritz, con calles inundadas y casas ausentes, una imagen que ahora no parece tan lejana tras la tragedia de Valencia.
Pero hay más guerras como la de Myanmar y luego está lo que viene después, como con la de Etiopía, en la región del Tigray, con su final retratado por Vincent Haiges, cuando un soldado vuelve a casa y saluda a su madre. Sin olvidarse de las víctimas sexuales que ha dejado un conflicto que se ha alargado durante dos años, vistas por Arlette Bashizi. Los periodistas son uno de los colectivos que están en el punto de mira en las guerras y, siendo 2023 el año en el que más profesionales murieron de las dos últimas décadas, World Press Photo incluye en el recorrido un homenaje a todas las víctimas. Desde 2005 hasta el año pasado, han sido asesinados más de 1.000 periodistas en todo el mundo.
En un mundo que parece cada vez más violento, la emergencia climática azota con más fuerza y gana peso en el World Press Photo. La lista de desastres se amplía día a día y se extiende por todo el mundo, con la sequía dejando sin agua el río Amazonas y el océano comiéndose la tierra en Australia, vistos por Lalo de Almeida y Eddie Jim, respectivamente. Y Estados Unidos ya tiene sus primeros refugiados climáticos, tal y como recoge Sandra Mehl, con la isla de Jean-Charles hundiéndose y sus últimos habitantes teniendo que ser reubicados. Una de las instantáneas más impactantes de este año es la de Adem Altan, sobre el terremoto que afectó Turquía y Siria, con un padre dando la mano de su hija muerta, atrapada entre escombros.
La contribución española de este año la firma Jaime Rojo (Madrid, 1981) con su estudio sobre la mariposa monarca, con su población viéndose reducida a pasos agigantados. “Soy un rara avis en el World Press Photo”, dice sobre su retrato de un insecto con el que quiere hablar de mucho más, “el cambio climático nos afecta a todos, no podemos dar la espalda a la naturaleza”. Curiosamente de mariposas también va la serie de Rena Effendi, quien busca a la mariposa satyrus en la zona devastada por la guerra entre Armenia y Azerbaiyán.
En el concurso fotográfico, la salud mental también está ganando cada vez más espacio. Lee-Ann Olwage repite este año después de que el pasado estuviese presente con las mujeres que encierran en Ghana cuando sufren demencia en una sociedad que no está familiarizada con esos síntomas y las considera brujas. Vuelve a retratar la demencia, esta vez en Madagascar, con la cotidianeidad de una familia que cuida al abuelo enfermo desde hace años, yendo a misa o vistiéndose. Kazuhiko Matsumura pone el mismo foco en Kyoto, con una propuesta atrevida que retrata la soledad y el desamparo de los que la sufren. Completa el capítulo la mirada de Wang Naigong sobre una enferma de cáncer y su familia cuando muere, con un retrato que se imagina cómo serían todos los miembros cuando ella no esté.