La actriz Rosa Renom interpreta a la escritora Caterina Albert en la obra La Víctor C. © MAY ZIRCUS/TNC
La actriz Rosa Renom interpreta a la escritora Caterina Albert en la obra La Víctor C. © MAY ZIRCUS/TNC

‘La Víctor C’: Caterina Albert sin máscara ni mascarilla

Carme Portaceli se estrena como nueva directora del TNC adentrándose en la mujer que hay detrás del mito de Víctor Català

Decía Gabriel Ferrater sobre el seudónimo de Víctor Català que sería mejor que todos renunciásemos a él lo antes posible: “Porque es un seudónimo ridículo y, en último momento, tiene que ceder. Actualmente, ya no hay nadie que diga Fígaro cuando quiere hablar de Larra; ya queda poca gente que diga Clarín cuando quiere hablar de Leopoldo Alas, y, fatalmente, no quedará nadie dentro de cincuenta años que diga Víctor Català cuando quiera decir Caterina Albert”.

Más de cincuenta años después de estas palabras, el debate sobre si hay que continuar diciendo Víctor Català o hablar de Caterina Albert sigue vivo y es pertinente, mientras que el interés por la escritora se ha reavivado más allá de Solitud —traducida recientemente al castellano—, sobre la cual el poeta vertía todo lo que quería decir sobre la escritora.

Cuestión de nombres 

Aproximaciones biográficas como las de Mita Casacuberta nos han ayudado a aclarar que Víctor Català era mucho más que el seudónimo literario de la señora Albert, a la manera de epígono modernista de las decimonónicas George Sand (Aurore Lupin) o Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber). Era una máscara sobre la que se construyó un proyecto literario.

De hecho, cincuenta años después de la profecía de Ferrater, no hemos dejado de hablar de Víctor Català, pero sí hemos empezado a cuestionar mitos sobre la escritora, que él, como otros, se tragó sin rechistar. Este debate de nombres y vidas viene a cuento con el estreno de La Víctor C., dirigida por la nueva directora del TNC, Carme Portaceli, que se puede ver en la Sala Gran hasta el domingo 7 de noviembre.

Anna Maria Ricart, responsable de la adaptación de clásicos como Jane Eyre o La casa de los espíritus, ha dejado de lado de manera expresa el clásico Solitud, para centrarse en los escritos más autobiográficos de la escritora de L’Escala, especialmente los recogidos en Mosaic, recién reeditada por Club Editor.

La cama de la señora Caterina

En la escenografía firmada por Paco Azorín, una gran cama preside durante un buen rato la obra, en el escenario de teatro diseñado por Ricardo Bofill. Es la cama donde Caterina Albert decidió pasar los últimos años y donde, con el camisón bien limpio y blanco, recibía las visitas. Una cama que, como la boina de Josep Pla, le sirvió de pararrayos, de recurso anecdótico tras el que protegía su verdad personal. Su libertad.

La cama ocupa la escenografía de Paco Azorín. Es la cama con la que Caterina Albert protegía su libertad.

Es en la cama donde la señora Caterina recibe a un periodista de L’Escala, en parte inspirado en las entrevistas que concedió a Tomás Garcés y Baltasar Porcel, a quien advierte de que no le pregunte sobre “aquello”, es decir, aquellas cuestiones más íntimas que han convertido a la escritora en materia de especulación: la soltería y la relación con los hombres, el supuesto lesbianismo, la androginia o la cuestión queer avant-la-lettre.

Para evitar estas cuestiones y, especialmente, las teorías que querían ver símbolos, metáforas y subtextos en sus novelas y cuentos, Albert recurrió a la apariencia de una mujer sin curiosidad lectora, prácticamente recluida en L’Escala, pero que desconocía completamente el mar, toda intuición, una sencilla amateur categorizada de autora rural. Como años antes el seudónimo masculino le había permitido aproximarse a los temas más profundos del alma humana —esa cámara a los cuatro vientos con una ventana sombría que era su preferida—, sin escandalizar más de la cuenta la pudorosa sociedad fin de siècle. ¡Ya les había asustado bastante cuando presentó La infanticida en los Jocs Florals de Olot!

El escenario del TNC acoge la representación de la obra sobre Caterina Albert
El escenario del TNC acoge la representación de la obra. © MAY ZIRCUS/TNC

La Víctor de Rosa Renom

Aquella máscara era una gran mentira, como nos desvela Amelia, la hermana de la escritora, que recuerda los viajes europeos, la residencia barcelonesa, las salidas al mar de un personaje lleno de carisma que la gran Rosa Renom ha construido sin ninguna voluntad de imitación, haciéndoselo suyo. Sólo la peluca blanca nos puede evocar a la escritora, con quien la actriz sabadellense no tiene ningún tipo de semejanza. En ella veremos “su Víctor” —o Caterina, porque la C del título juega con la ambigüedad—, alrededor de la cual giran el resto de los personajes, como si se tratara de un coro griego.

Rosa Renom, sin ninguna voluntad de imitarla, ha conseguido crear a su Víctor Català

Ferran Carvajal, Lluïsa Castell, Oriol Guinart, Olga Onrubia, Manel Sans y Anna Ycobalzeta son los encargados de dar vida tanto a los personajes que rodearon la vida de Caterina Albert —Joan Maragall, el torero, actor y poeta Mario Cabré, el cronista local, la hermana, las amigas y la criada, el jurado de Olot…— como los protagonistas de sus cuentos. En este sentido, hay que decir que la obra se alarga excesivamente cuando toma el protagonismo la narrativa, especialmente el largo y dramático cuento de L’Aleixeta, que acaba convirtiendo a la protagonista-escritora en una convidada de piedra de su misma obra.

Víctor Català nació para ocultar el verdadero nombre de la autora de un monólogo, que quería sobre todo despuntar en el teatro. Ahora es su vida —y todo lo que no pudo acabar escondiendo del todo— lo que se convierte en materia teatral, en un momento en que vivimos una auténtica obsesión victorcatalana. Nos puede quedar la duda de qué pensaría ella de todo esto, pero nunca sabríamos si tras la máscara —o la mascarilla— sonríe de satisfacción.

La Víctor C espectacle del TNC
Los actores de La Víctor C. en una de las escenas de la obra. © MAY ZIRCUS/TNC