Mari Chordà
La artista Mari Chordà, pintora, escultora y "muchas otras cosas". © Xavi Lozano/WhiteHorse

El universo expansivo de Mari Chordà

El Macba repasa la figura de la pintora y escultora, pero sobre todo activista, en su primera gran retrospectiva

No hace falta ponerse a pensar demasiado para entender por qué los grafitis de miembros viriles proliferan en las calles y todo el mundo sabe dibujarlos, pero no pasa lo mismo con su homólogo femenino. La sexualidad masculina está siempre presente, se conoce y se sabe satisfacer, mientras que las alternativas quedan relegadas, aún hoy. Mari Chordà (Amposta, 1942) lo tenía claro ya en la década de los sesenta, cuando retrató su primera vagina, en plena dictadura franquista. Vagina (1964) está en una esquina de la sala blanca del Macba que se ha visto invadida por sus formas orgánicas, sinuosas y juguetonas, llenas de color y vida, cercanas porque describen desde dentro aquello de lo que poco se habla.

“Mi cuerpo era mi modelo”, explica la artista polifacética, pintora, pero también escultora, poeta, editora, profesora y, sobre todo, activista. Fueron los cuadros de su serie Vaginals los que la Tate Modern de Londres recuperó en 2015 en una muestra sobre el universo pop, cuando Chordà volvió a sonar aquí y se la recordó, empezando a visibilizarla y dedicarle ese donanatge, como diría ella mezclando las palabras de dona homenatge (mujer y homenaje), que aún no se le había hecho. Desde entonces, poco a poco se ha ido hablando de ella, primero con una exposición individual en la galería Mayoral en 2021, con convocatoria en la sede de Barcelona y en la de París, para luego llegar a la primera gran retrospectiva Mari Chordà… y muchas otras cosas que se puede ver hasta principios de enero en el Macba, comisariada por Teresa Grandas y coordinada por Guim Camps. Como no podía ser de otra forma con Chordà, siempre muy vinculada a sus orígenes, la muestra se vio primero cerca de su casa, en el Museu d’Art Modern de la Diputació de Tarragona.

Aproximándose a la abstracción, Chordà estudia el cuerpo femenino a partir de retratar el suyo, autoexplorándose sin vergüenzas ni obscenidades y elevando su sexo mientras ignora la mirada masculina que lo cosifica, tanto si es para describir cómo cambia su cuerpo durante el embarazo (Autoretrats embarassada, 1966-1967) como para narrar cómo siente la sexualidad, libre y llena de placer (Coitus pop, 1968). En una España gris que reprimía, con las mujeres siempre subyugadas a los hombres y escondidas en el ámbito doméstico, sus pinturas coloristas y fluidas desafiaban la moral y el orden que la artista ya había contestado cuando estudiaba Bellas Artes en la “muy carca” Universitat de Barcelona (UB) entre 1959 y 1965. Ella y sus compañeras de clase reclamaron que los modelos que pintaban también estuviesen desnudos como lo estaban las modelos, petición que cayó en saco roto.

Vagina Mari Chordà
Vulva (1968). © FotoGasull

Una trayectoria reivindicativa que empezó con pintura figurativa, con primeros trabajos como cuando su madre le pidió con 13 años que pintase una virgen para su santo, aunque también grabados o collages de madera con los que miraba a la dictadura franquista, con animales monstruosos que aplastaban las multitudes, colores oscuros y tonos grises y azules que nada tenían que ver con su explosión más pop cuando se trasladó a París con su marido. “No me he considerado nunca una artista pop. El concepto del color, el proceso y mi interés por la figuración —en ningún momento realista— hicieron que el arte pop fuera una de mis referencias”, matiza. De esta etapa, según señala el coordinador de la exposición, los cuadros son de dimensiones más reducidas para que pudieran caber en la maleta.

El nacimiento de su hija Àngela también fue fuente de inspiración cuando empezó a hacer esculturas de juguetes, obras también luminosas y de dimensiones abarcables, con las que, además, se podía interactuar, manipulándolas y cambiando su composición. Ahí están en el centro de la sala del Macba, rodeadas de su visión de la maternidad y las relaciones sexuales, sin olvidarse de las pinturas que dedica a las secreciones corporales, otras grandes olvidadas de una feminidad que siempre tiene que ser limpia y pulcra, con Líquids (1966), Llàgrimes (1966) o Dissoldre’s (1967/2004).

Escultures-joquina Mari Chordà
Las esculturas-juguete de Mari Chordà con Ous de felina en primer plano y sus pinturas de inspiración pop de fondo. © Eli Don/ACN

Las pinturas de Mari Chordà con las que miraba donde nadie quería ver se detuvieron a mediados de los setenta, período en el que se expande su activismo feminista. Forma parte de iniciativas como cuando un grupo de mujeres fregando el suelo interrumpió las Primeras Jornadas Catalanas de la Mujer en 1976, performance muy bien retratada por Pilar Aymerich como se puede ver estos días en la Tecla Sala. Luego está en el bar-biblioteca feminista laSal, fundado en 1978 en pleno Raval, comprando el local a base de préstamos bancarios y familiares. En la calle Riereta, donde ahora está el imprescindible restaurante Guixot, nace un espacio donde se va a aprender, escuchar charlas, reunirse y pasárselo bien con las compañeras, pero también se ofrece apoyo legal y asesoramiento médico. Un año después se funda el sello laSal, Edicions de Dones, en funcionamiento hasta los 90, con publicaciones como Manuales de salud donde se abordaban cuestiones como la regla, o L’agenda de les dones, aún hoy vigente pero impulsada por otro colectivo. También escribió, como el poemario …i moltes altres coses (1978) que da nombre a la exposición del Macba y fue republicado por laSal, Edicions de Dones años después.

Si fue pionera en los sesenta, Chordà lo vuelve a ser a partir de mediados de los noventa cuando recupera la pintura y se adentra en la fotografía, con un cambio de registro absoluto, pareciendo una artista completamente diferente. Esa etapa queda recogida en una segunda sala en el Macba, donde predomina el azul, con sus cuadros sobre el mar y unas criaturas acuáticas que llama cetáceas. Un contexto nuevo en el que también aparece el cuerpo femenino, pasando de la reivindicación de su sexualidad y libertad a la defensa de su relación innata con el entorno natural, muy invisibilizada en el mundo capitalista. Retrata sus paisajes del sur de Catalunya con colores pastel y refleja a las mujeres, como en la instalación Úter/ou (2017/2024). Con esta última quiere poner en valor a la microbióloga Lynn Margulis, que descubrió un nuevo tipo de bacterias en el Delta de l’Ebre, las espiroquetas. También las reivindica en una serie fotográfica de 2011 con un cuerpo femenino bañándose en el mar, muy parecida a la que hizo en 2006 y tituló Silenci. Para Margulis, Chordà pidió que pusiesen el nombre de la científica en la plaza que le dedicaban en Amposta, pero no lo consiguió.

Silenci Mari Chordà (2006)
Serie fotográfica Silenci (2006). Eli Don/ACN
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