El Teatre Lliure cierra la temporada con la versión de Les amistats perilloses hecha por Carol López, un entretenido drama, a su vez frívolo y cruel, que se dirige irremediablemente a una catástrofe que todo lo derrumba, dejando como única escapatoria una salida de emergencia a otra realidad. La clase alta juega ociosa en la novela que Pierre Choderlos de Laclos escribió a finales del siglo XVIII, respetada por la directora teatral, aunque con licencias, permitiendo que aparezca una bola de discoteca en un antiguo palacete mientras suena Frank Sinatra.
El peso de la trama recae en una Madame de Merteuil, interpretada excelentemente por Mónica López, que hace y deshace la vida de los que la rodean por puro placer, incluso aburrimiento, reivindicándose contra los que la someten, ellos, sin importar que la mayoría de sus víctimas sean ellas. Una emancipación feminista sin escrúpulos, y sin un ápice de corrección política ni de sororidad, intentando enseñar a otras cómo escapar aunque para hacerlo haya que hundirlas. Ahí está la Cécile de Elena Tarrats, un personaje que crece en cada escena, se subleva y goza, evitando el castigo que le dio el autor francés, el convento, escapando del escenario del Lliure como hace Merteuil. El elenco lo completan Gonzalo Cunill, Eli Iranzo, Mima Riera, Tom Sturguess y una graciosa Marta Pérez.
Todos viven en una sociedad encorsetada que la obra señala con un vestuario atrevido, a manos de Nidia Tusal, que exterioriza e inutiliza una de las prendas típicas de la época, los miriñaques que servían para dar forma a los vestidos, evidenciando la falsedad de todo. Esas faldas vacías se acompañan por las palabras huecas que pronuncian los personajes, todos bailando al ritmo que marca Merteuil, y su amante Valmont, algunos engañados, otros cómplices.
Carol López ha transformado las misivas que se envían Merteuil y Valmont en encuentros cargados de tensión, haciendo avanzar la historia con agilidad, entremezclando escenarios y momentos sin que nadie se pierda, con el acierto de incluir escenas típicas de musical que aligeran un drama asfixiante. La pasión desenfrenada que se presupone en esta partida de cartas, con mucho deseo y traición, resulta un poco tímida, quizá encorsetada, en la adaptación hecha por la directora barcelonesa, representando escenas sexuales taimadas a pesar de estar en un escenario que a veces se excede con ellas, como pasó con la última representación de Yerma.
El catalán se mezcla con el castellano y el inglés en una apuesta de Carol López por mantener las lenguas maternas de los actores, teniendo a un Valmont argentino (Gonzalo Cunill) y un Danceny británico (Tom Sturgess). Valmont y Merteuil hablan en castellano en la intimidad, con el catalán simbolizando la lengua de poder, una decisión que ha levantado polvareda, impidiendo poner el foco en aquellos espectadores que no entendían lo que decía Danceny, sonando con un perfecto acento de Londres y con subtítulos, también, en inglés.
Les amistats perilloses ha vuelto 30 años después a la ciudad, después de las adaptaciones protagonizadas por Juanjo Puigcorbé y Mercè Sampietro, así como Anna Lizaran y Lluís Homar. Se pone así punto y final a una buena temporada para el Teatre Lliure. Con una ocupación del 74%, las salas de Montjuïc y Gràcia han crecido un 5% respecto a la temporada pasada y han duplicado las entradas vendidas a menores de 35 años, apoyándose en propuestas atrevidas, pero también actualizando clásicos y reivindicándolos. El próximo curso, que empezará a principios de septiembre, será el último de su director, Juan Carlos Martel, quien abandonará bruscamente el cargo tras ocuparlo durante cinco años.