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ara que podamos hacernos una idea de cómo será nuestro mañana, CosmoCaixa Barcelona ha montado un ciclo de actividades alrededor de la exposición “Robots, los humanos y las máquinas”; entre ellas, destaca la charla “La influencia de los robots en nuestra vida y en las relaciones afectivas”, que la semana pasada dieron Marcel Cano, profesor de ética y filosofía de la Universidad de Barcelona, y Carme Torras, profesora de investigación del CSIC. La meta era hacernos ver que, cuando la inteligencia artificial se instale definitivamente en nuestro día a día, nuestra forma de relacionarnos con amigos, familiares y compañeros de trabajo estará a años luz de lo que es ahora.
Robots niñera, robots de asistencia para ancianos y robots que dan la bienvenida en hoteles empiezan a ser parte del día a día de mucha gente en Japón y China. Lo más relevante es que, como explica Carme, hay un modelo, Pepper, que es mucho más que una herramienta funcional. ¿La razón? Es capaz de “leer” las emociones de las personas y simular empatía. Es, en definitiva, capaz de ser un poco más persona. Según Marcel, ahora la intención es que no tarde en llegar a los centros sanitarios de España para ayudarnos en situaciones que, ya sea por su connotación emocional o por falta de tiempo, a veces pueden llegar a superarnos. “Podrá estimular cognitivamente a personas con alzhéimer, si sus familiares no se ven capaces, o distraer y calmar a niños que están a punto de ser operados, si sus padres están demasiado nerviosos como para tranquilizarles”.
Estas escenas anuncian que los robots podrán hacernos la vida más fácil. Pero escuchar a los dos expertos hace imposible no evocar una pregunta que lleva tiempo retumbando en la cabeza de muchos: ¿la cuarta revolución industrial hará que un aluvión de trabajadores pierdan su empleo? Según Marcel, se generarán nuevos puestos de trabajo, pero ve difícil que se pueda emplear a todas las personas que se habrán quedado en el paro. Si estas predicciones se cumplen, se hará más que imprescindible una reestructuración de la economía. Habrá que obligar, por ejemplo, a las empresas que se beneficien de los robots a pagar más impuestos, para que estos puedan revertirse en una renta básica universal.
“Si lo hacemos bien, esto nos liberará. De repente, nos encontraremos con tiempo para hacer cosas, relacionarnos más entre nosotros, enriquecernos individual y colectivamente y ofrecer servicios a la sociedad. Podríamos volver a la democracia ateniense: tendríamos tiempo para pensar y reflexionar en el Ágora contemporánea”, dice Marcel. “Aunque si no sabemos qué hacer con este tiempo, si nos aburrimos, se pueden crear situaciones distópicas: humanos aburridos es igual a peligro”, agrega entre risas.
La película Her ya nos enseñó en el año 2014 cómo una persona podía llegar a enamorarse de un sistema informático. Y aunque las máquinas son máquinas y no están diseñadas para estos menesteres, hoy en día los matrimonios humano-androide ya han saltado del cine a la vida real. Ante esta idea de que algunas personas terminen apartándose de una realidad que no les convence y prefieran dormir abrazados a un robot humanoide antes que aventurarse a encontrar el amor en la calle, el filósofo se muestra claramente incómodo: “Del mismo modo que las apps de tu móvil, los robots están pensados para que pasemos el mayor tiempo posible utilizándolos. Todos podemos sentirnos vulnerables en algún momento y engancharnos a una inteligencia artificial, pero vivir en una sociedad así sería muy triste. A los robots tenemos que verlos como instrumentos, como complementos”, sostiene Marcel.
Por otro lado, saber que la inteligencia artificial más avanzada del mundo (y la única con pasaporte), Sophia, puede simular hasta 62 gesticulaciones faciales e imitar la conducta humana con una precisión lejos de ser perfecta, pero no por ello menos inquietante, nos lleva a preguntarnos si algún día podría suceder lo contrario: ¿podrán las máquinas llegar a sentir de verdad?, ¿podrán amarnos? Para Marcel, los robots siempre estarán lejos de poder llorar de alegría o de sentir miedo a perder un ser querido. Ellos solo pueden y podrán simular emociones. “Y si algún día esto cambiara, ya no estaríamos hablando de máquinas, serían otra cosa”.
Texto: Alba Losada
Fotografía: Laia Sabaté
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