CaixaForum se ha erigido en los últimos años como uno de los centros culturales de referencia de Barcelona. Allí acuden miles de barceloneses y turistas a visitar sus exposiciones y practicar alguna de las actividades. Pero CaixaForum es mucho más que su contenido y la admiración debe extenderse a su continente, una joya del modernismo industrial obra de Puig i Cadafalch.
La antigua fábrica textil Casaramona fue adquirida por La Caixa tras los Juegos Olímpicos de 1992 y la abrió reconvertida en centro cultural en 2002 tras una profunda rehabilitación dirigida por el arquitecto japonés Arata Isozaki, autor también del Palau Sant Jordi. Atrás dejaba más de medio siglo de uso policial y una efímera vida industrial, pues la fábrica abrió en 1913 y tuvo que cerrar en 1920 tras quebrar como consecuencia de la huelga de La Canadenca.
CaixaForum ha iniciado una serie de visitas dominicales guiadas para, precisamente, dar a conocer este edificio único del patrimonio arquitectónico de Catalunya, primera fábrica, además, en trabajar con energía eléctrica y no con carbón. Por eso no tiene chimenea.

El pasado domingo tuvo lugar una de estas visitas, realmente interesante. Claudia, la guía, condujo a una veintena de visitantes por la historia del edificio, que comenzó en la entrada principal, donde Isozaki se enfrentó al gran reto de la reforma del edificio y donde dejó la huella de la tradición arquitectónica japonesa.
Y es que cuando La Caixa adquirió el edificio, se hizo con 7.000 metros cuadrados, pero necesitaba el doble para hacer realidad su proyecto cultural. La solución fue excavar los cimientos y utilizar toda esta superficie ganada al subsuelo y dotarla además de luz. Por ello, Isozaki concibió un gran espacio abierto por debajo del nivel de la calle, amplio, acristalado y de mármol de cabra. Así, convirtió un espacio oscuro y bajo en lo que es en la actualidad.
La primera sorpresa de la visita fue precisamente en este conjunto de mármol blanco, para el que se inspiró también en el diseño de bloques geométricos del cercano pabellón Mies Van der Rohe. Es en medio de este conglomerado racionalista que se abre al cielo donde los visitantes se topan con un patio que pasa desapercibido, muy sencillo, siguiendo el continuo del mármol de cabra pero sin ningún tipo de ornamentación y al que no se puede acceder porque el suelo queda cubierto por una pátina de agua que brota de forma imperceptible. Es un espacio de contemplación y silencio, muy zen, con el que el arquitecto japonés rinde homenaje a la tradición de su país, igual que hace con la escultura en forma de árbol que señala la entrada al complejo.

Antes de descubrir los antiguos espacios fabriles del interior, el grupo se dirige a la que fue acceso principal de la fábrica en la calle Mèxic. Allí se puede admirar un mosaico recientemente restaurado en el que constan las iniciales del propietario de la industria, Casimir Casaramona.
La visita al interior descubre la revolución que Puig i Cadafalch realizó del modernismo industrial. Todas las naves del edifico están dotadas de numerosas ventanas pensadas para la iluminación interior. En una de las dos torres que presiden el complejo, destaca un depósito de agua elevado especialmente diseñado para la extinción de un posible incendio. Y es que los Casaramona estaban muy concienciados en la prevención de este tipo de siniestros después de que el fuego destruyera la fábrica que tenían en el Raval. Una serie de calles interiores completan un diseño pensado igualmente para impedir la propagación de un hipotético incendio.
En definitiva, se trata de una visita muy recomendable a un edificio que en las décadas posteriores a la Exposición Internacional de 1929 se hizo casi invisible, por el uso policial tras la guerra y por las nuevas construcciones que lo rodearon. Aprovechen y descúbranlo.
