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oy, tras visitar El arte del zapato, la merecida exposición sobre Manolo Blahnik que por fin llega a España, recuerdo aquellos días que pasé a su lado, en su casa de Inglaterra, ayudando a organizar sus maravillosos manolos.
Recuerdo llegar a Bath y comprarme unos bodysuits blancos de algodón talla new born en Mark and Spencer cuando MarK and Spencer aún no había llegado a Barcelona. Recuerdo nubes de microscópicos insectos sobrevolar calles adoquinadas. Recuerdo un río, un puente habitado. Una buganvilia esplendorosa en la puerta de un crescent inglés. Tomar el té en una cocina color crema en el sótano de la casa, al más puro estilo Upstairs and Downstairs. Recuerdo a Manolo comiendo plátanos, ofrecerme galletas de mantequilla, contarme que apenas dormía, que apenas comía. Recuerdo al hombre de origen canario, tan británico ya, tirar insecticida, escandalizarse al verme cerca y dispersar con las manos la nube de spray “¡Tú no lo huelas, tú no lo huelas!”. Era primavera y yo estaba embarazada y Manolo me suplicaba cada dos por tres que me tumbara en el diván de su salón. “¿Qué haces de pie? ¡Échate y descansa! ¡Descansa!” Le recuerdo sugerirme nombres para mis futuros gemelos, Urraca, Benito, Úrsula. “Ah, qué maravilloso sería llamarse Severo”. Recuerdo su hablar incansable, su saltar trepidante de un tema a otro, su tropel de referencias, lo vivido mezclado con lo leído y visto en el cine: San Juan de la Cruz, Alain Delon, Paloma Picasso, su querida mamá en Santa Cruz de La Palma esperando las revistas de moda cruzar el Atlántico. Su último encuentro con una Jessika Parker a pocos días de dar a luz, en el que ella le enseñó orgullosa y embarazadísima los estilettos que calzaba y Manolo se puso a gritar en medio de un atiborrado photocall: “¡Ah, loca, estás loca, sácatelos ahora mismo que te vas a matar!” Recuerdo escucharle decir que Kate Moss era la hija que le hubiera gustado tener.
Qué privilegio fue para mí estar allí. Observando el desarrollo de la que iba a ser su primera gran exposición en España. Quizá la más completa nunca vista. Por deseo expreso de Manolo, Silvia Alexandrovich iba a ser la comisaria, y Oscar Tusquets Blanca el diseñador del montaje. Los zapatos se agrupaban por temas que se escribían a mano en diferentes folios: África, el Escorial, Versailles, el punky, los elfos, Rusia. Zurbarán. Silvia hablaba, sugería, aparecían más temas, se dividían en subtemas, y Manolo los aplaudía, los matizaba, se exaltaba, “Ah, España, ah, Balenciaga, ah, Galdós”. Y llegaban más y más zapatos, no sé sabía muy bien de dónde, e iban invadiendo las estancias, el alfeizar de la chimenea, el diván, las alfombras, los pufs de terciopelo verde manzana. Botines arquitectónicos, sandalias griegas, calzados invisibles con suelas metálicas, escarpines para reinas, para efebos, estilettos para sirenas y Mata Haris, con plumas, pompones, corales, flores. El universo entero del gran Blahnik desfilaba ante mis ojos: sus obsesiones, su delicadeza, su cultura, su exquisita artesanía.
Le recuerdo intranquilo. Con una modestia que dejaba entrever que todo aquello le importaba poco. A veces cogía uno de los diseños, lo blandía ante mis narices y decía que eso no era nada, un zapatito estúpido, ridículo, horripilante, y lo dejaba caer. Y en ese momento parecía perdido. Como si quisiera huir de aquel ejército de singulares zapatos, cada uno de ellos merecedor de un nombre propio, un ejército que se iba imponiendo ante nosotros como una fuerza viva, como un ente aparte, y del que el diseñador era único responsable. Y Manolo murmuraba “todo esto es un horror, un absurdo”. Le recuerdo distraerse constantemente, evadirse, con sus objetos, con las cosas que poblaban su casa, como un pie de yeso con el segundo dedo más largo y nos interrumpía y nos decía: “Fijaos en este dedo, qué dedo, aaahh Fidias, qué maravilla, soberbio, soberbio.” O agarraba un DVD entre los millares de DVDs que atiborraban una estantería infinita, “¡Ahh, mirad! Vittorio de Sica, Sofía Loren haciendo de pescadera, la pescivendola, ah, la Loren, la adoro, la amo, Silvia, ¿dónde estás?, ¿y ese zapatito qué hice pensando en Sofía la pescadera? ¿Dónde está? ¡Buscadlo! Silvia, apunta ¡Apunta otro tema!
Recuerdo un Manolo inagotable. Incontrolable. Una mente bulliciosa, hiper activa, fuera de lo normal. Un niño. Un dandy. Un loco. Un creador.
Hubo cambio de gobierno y la exposición se canceló. Hubiera sido maravilloso llevarla a término, poder estar más tiempo con Manolo y Silvia y coleccionar más recuerdos. Hoy, trece años más tarde, visito la exposición que finalmente sí se ha hecho, sin Oscar, sin Silvia Alexandrovich, sin Sofía la pescivendola, sin Luis García Berlanga aún con ánimos de rodar ex profeso para Blahnik un corto sobre el tacón de aguja. Pero hay exposición. Gracias a la revista Vogue, al ministerio, al museo de Artes Decorativas, por fin Manolo Blahnik tiene su exposición en España. Cuánto me alegro.
Qué privilegio recordar a Manolo.