Nits estiu Palau Güell
La azotea del Palau Güell, la primera gran obra maestra de Gaudí. ©Ramon Manent/Diputación de Barcelona

El palacio de la imaginación

Hay que visitar el Palau Güell, la primera gran obra maestra de Gaudí y un ejemplo inmejorable para comprender cómo era la Barcelona del Modernismo y la visión que tenían mecenas como Eusebi Güell

Es una de las joyas arquitectónicas más ocultas de Barcelona, una excentricidad casi inexplicable: era fácil entender que los magnates de la época se dedicaran a conquistar el Eixample como quien se apropia de pedazos del Nuevo Mundo, pero el Palau Güell expresa la rareza de quien decide ennoblecer el Raval, modernizar la ciudad de entremurallas, construir todo un palacio en la zona más estrecha, conflictiva y medieval posible.

Fachada Palau Güell
Ubicado en la calle Nou de la Rambla, el palacio fue residencia de la familia de Eusebi Güell. © Montserrat Baldomà/Diputación de Barcelona

Cosas importantes para el visitante: primera, que estamos ante la primera gran obra maestra de Gaudí; segunda, que esto también es patrimonio de la Humanidad; y tercera, que entender el Modernismo pasa por entender cómo vivían sus promotores. Qué símbolos, qué cámaras, qué rincones querían encontrarse todos los días cuando se levantaran. En cuanto entramos en el Palau Güell, sin embargo, nos queda bien clara una cosa: es imposible que los financiadores del Modernismo catalán fueran gente conservadora. Una gente conservadora no promovería una arquitectura tan loca. Una clase conservadora no iría a vivir al Raval. Y, sobre todo, un magnate conservador nunca ficharía a un flipado genialoide como Gaudí dispuesto a demostrar que puede haber orden en el mayor desorden.

Si eres un turista, ya sabes: Güell es un nombre que sale en todas partes. En el Park, en la Colonia, en la verja de la finca de Pedralbes… Alguien en esta ciudad se había propuesto modernizarla y ponerla a nivel europeo, mientras en Bruselas se acababa la casa Tassel, en Viena se hacía el famoso metro de Otto Wagner o en París el de Gimard, o aquí mismo se ultimaban nuestro particular bosque de las hadas, es decir, el Palau de la Música, y nuestro particular Magic Kingdom, es decir, el Hospital de Sant Pau.

Entresuelo del Palau Güell, recubierto de mármol. © Montserrat Baldomà/Diputación de Barcelona

Pues precisamente en ese momento, justo cuando ya se había logrado derribar las murallas y se preparaba la Exposición Universal en la Ciutadella, Güell decide encargar a Gaudí un palacio… en el Raval. Bajo el Liceo y el Principal, cerca de la futura estatua de Colón, al ladito de la Rambla, es decir, de la gente. Un conservador preferiría quedarse en las afueras con la paz de los pajaritos, y refugiarse en arquitecturas más racionalistas y prudentes. El Modernismo en Catalunya fue todo lo contrario de la prudencia: fue la imaginación al poder. No es de extrañar que muchos políticos e intelectuales en Madrid (y el propio rey) lo vieran como una arquitectura peligrosa, y no es de extrañar que lo primero que vemos en la escalera de la entrada sea un vitral con las cuatro barras. Señor turista: si usted desea entender el Modernismo, más allá del beautiful y el wonderful, usted tendrá que entender esto.

Cuando entras en el Palau Güell debes partir de la base de que el concepto de “palacio”, en estas latitudes, no pasa por los materiales nobles. Aquí sólo encontrarán cristal, piedra, hierro, madera, en una concepción de la nobleza profundamente burguesa y, en el fondo, progresista: no es el palacio del pueblo, vale, pero sí que es el palacio del rico del pueblo. Ya es algo. Aquí los materiales se hacen nobles a través del talento y el esfuerzo, no a través de la lujuria de los metales preciosos ni de los vestíbulos cortesanos. Aquí no hay corte, aquí estamos en la casa de una familia. Nobles de sangre roja, roja sobre fondo amarillo, como la de este vitral de la escalera “noble”. Eusebi Güell ya vivió en la Rambla antes de casarse, concretamente en el edificio que conocemos como Centro Galego, y parece que la idea inicial era hacer el palacio en el edificio contiguo: las raíces, allí donde nacimos y crecimos, antes de ensancharnos. Güell ofrecía todo un mensaje a los conquistadores de las nuevas manzanas de las discordias: no olvidemos de dónde venimos.

Salón central Palau Güell
Salón central del Palau Güell, decorado con cuadros del pintor Aleix Clapés. © Montserrat Baldomà/Diputación de Barcelona

Pues bien, en este Palacio de la calle Conde del Asalto (que es como se llamaba entonces el Nou de la Rambla) se gastaron los cuartos los Güell de la mano del joven Gaudí: un lugar no sólo de residencia familiar, sino también destinado a actos sociales, culturales y políticos. Es difícil asignar cada dormitorio a todos los miembros de la familia, y las mezclas debían de ser inevitables, pero es que entre familia y servicio aquí debían vivir al menos veinticuatro personas. En las salas y salones se hacían a menudo actos, recepciones, conciertos, visitas y presentaciones: eso sí, parece que nunca se celebró ningún baile (se desconoce si era por razones espirituales, por superstición, por manía o simplemente por tema de moral y rectitud). Poco a poco la familia fue dejando el Palau para irse trasladando a la casa rural del Park Güell, ya en los años veinte, donde Eusebi murió, pero desde donde su cuerpo fue trasladado hasta su verdadera casa, su verdadera placenta: el Palau Güell.

El edificio, construido entre 1886 y 1890, forma parte del patrimonio mundial de la Unesco. © Ginger Studio Bcn/Diputación de Barcelona

La Diputación de Barcelona fue depositaria del Palau en 1944, a raíz de la decisión de Mercè Güell con la aprobación de todos los hermanos, después de unos años de guerra y de exilio. Se destinaron usos de archivo del Institut del Teatre, de Museo de las Artes Escénicas y de auditorio ocasional. Hasta ahora, sólo es lo que debe ser: es decir, un precioso palacio fantasma con sus consiguientes espectros y ecos. Podría ser un plató cinematográfico, podría ser un delirio de novela fantástica, o el refugio de un conde Drácula especialmente coloreado y sentimental. Con órgano incluido, parece que las niñas tocaban muy a menudo el órgano. La visita a la azotea, con sus famosas chimeneas de trencadís, es todo un bautizo en Modernismo, pero también un manifiesto multicolor que se eleva como un estandarte de linaje antiguo, suavemente, delicadamente, sensualmente, mediterráneamente.

La escalinata principal del singular edificio, presidida por un vitral con las cuatro barras. © Ginger Studio Bcn/Diputación de Barcelona

El Palau Güell es toda una bienvenida al reino de Barcelona, a la corte de la modernidad, a la aristocracia industrial. La fachada se encuentra en una calle tan estrecha que parece que no exista, pero tanto los salones como la azotea son una espada clavada en el dragón de la mediocridad. Gaudí siempre me ha parecido un antecesor de Disney, en lo que se refiere a la aproximación curvilínea y casi caricaturesca, pero también es un preciso cronista de nuestro pasado medieval. Un continuador, un actualizador de nuestros momentos más gloriosos. Si bien los condados de Barcelona se perdieron o se desintegraron, el Modernismo vino a resucitar su espíritu y a ennoblecer su pérdida: si no tenemos nobles, los crearemos.

La cúpula del salón principal hace las funciones de caja de resonancia. ©Ginger Studio Bcn/Diputación de Barcelona

Mármol, baldosas, farolas, hierro forjado, barro. Una combinación de líneas rectas (era un Gaudí joven) con delirantes sinuosidades en una especie de intento de ordenar el Universo, el pasado, el Big Bang, el Génesis, la historia de la Humanidad y el día a día familiar. El lujo en manos de buenas ideas, y no en manos de materiales caros, y una caballeriza ubicada en un espacio tan sorprendentemente bajo como inmenso, sólido, suntuoso. Una especie de bodega de los sueños, un lugar en el que podrían embotellarse deseos o infalibles planes de reconquista. Puertas de roble bien trabajado con figuras vegetales, alfombras rojas de ceremonia de coronación, lámparas colgantes como pequeñas aspirantes a botafumeiros lumínicos. Columnatas que evocan las Teresianas, techos que recuerdan a los palacios renacentistas, ventanales que prometen (o juran) la finalización de la Sagrada Família. Rincones de sobriedad, rincones de absoluto exceso, salones que parecen interminables mapas astrológicos, hipérboles, elipses, las nuevas bóvedas catalanas concebidas por el Gran Arquitecto del Universo. Pese a las mesas del comedor o a las preciosas chimeneas de madera, o a los dormitorios costumbristas, está claro que Gaudí no hizo un palacio para una familia, sino para todo un país. Como hizo con el parque, como hizo con la cripta, como lo hizo con todo.

Confío en que los turistas hayan acabado entendiéndolo: cuando te quitan algo, no te queda otro remedio que imaginarlo y crearlo. Lo demás ya lo hace la eternidad, y los selfies que nos inmortalizan.

Caballerías Palau Güell
La caballeriza es como una especie de bodega de los sueños. © Montserrat Baldomà/Diputación de Barcelona