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a clase media no fue un tema recurrente en el debate público internacional hasta que comprendimos la dimensión del colapso financiero y económico iniciado por la quiebra de Lehman Brothers. Desde entonces ha crecido el número de expertos que le prestan atención. Y no son pocos los que se han encargado de vociferar a los cuatro puntos cardinales que la clase media ha muerto o que está a punto de hacerlo. Hay quien no llega a tanto, aunque sí se subraya la lista de innumerables problemas a los que esta se enfrenta. Christine Lagarde ha advertido en numerosas ocasiones de la profunda «crisis de las clases medias en las economías avanzadas» y de la necesidad de encontrar soluciones para paliar sus efectos. Como directora del Fondo Monetario Internacional, sostenía hace unos meses que el desencanto ante el futuro, la falta de trabajo, un escaso crecimiento de las economías implicadas, la creciente desigualdad y la falta de transparencia habían alimentado el declive de la clase media.
CLASE MEDIA Y CRISIS DEL 2008. Un informe publicado por el think tank Pew Research Center remarcaba que en algunos países europeos, como era el caso de España, Alemania o Finlandia, la clase media había sido una de las principales damnificadas de la crisis económica. Según este estudio, la clase media española, que había representado casi el 70 % de los hogares a inicios de la década de los noventa, se había reducido en siete puntos porcentuales en el 2013. E incluso se podrían rebajar estos cálculos. Una monografía de la Fundación BBVA y del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas establecía que la clase media es el 52 % de la población española. Según esta investigación, más de tres millones de españoles habían sido desplazados de la zona media de la distribución de la renta. Pero el fenómeno también traspasa las fronteras europeas. La clase media estadounidense se ha visto afectada con dureza, y es uno de los aspectos clave del debate público en los Estados Unidos. De hecho, la Administración Obama se vio obligada a crear un grupo de trabajo, en el que participaron varias agencias federales, para responder a los problemas de la clase media. Los frutos no fueron los esperados y, en la actualidad, el presidente Trump sigue prometiendo un enorme recorte tributario que permita aliviar la situación de la clase media.
DEFINICIÓN AMBIGUA. Sin embargo, ¿de qué hablamos cuando decimos clase media? Quizá deberíamos comenzar utilizando el plural, como es habitual en el uso francés, por la extremada diversidad de este grupo social. Y es que, a pesar de los centenares de definiciones propuestas por sociólogos, economistas o historiadores, aún no acotamos adecuadamente el concepto. El objeto, por tanto, es frágil y complejo. ¿Qué tienen en común las clases medias? Hay quien da preferencia a los ingresos económicos, otros al consumo y los hay que se concentran en precisar los rasgos de una identidad sociocultural. Probablemente todos tengan algo de razón, porque estas dimensiones se encuentran interrelacionadas y son inseparables. Al final, la mayoría de los expertos eligen el camino fácil y ambivalente: la clase media sería aquella que se encuentra entre las clases altas y las bajas.
En España, se considera que la clase media está formada por profesionales exitosos, pasando por funcionarios, pequeños empresarios o trabajadores de contrato fijo en fábricas. Tanto es así que el «todos somos clase media» se convirtió en un adagio común, aunque hoy se encuentra en horas bajas. Lo mismo sucedería si recorriéramos el resto de la eurozona. De esta forma, se favorece una identidad fuerte pero demasiado genérica y frágil, de la que es imposible extraer un denominador común. Hay autores como Branko Milanović que creen que no se puede hablar de una clase media global, dadas las fuertes variaciones regionales y nacionales. Y es que, sin salir de Europa, la diferencia salarial entre los miembros de este grupo es de hasta 30.000 euros en las rentas medias. De poner el acento en el campo de los ingresos, caeremos en una definición demasiado mecánica y difusa. El fenómeno no es nuevo. A lo largo del siglo XIX, cuando aún se hablaba de una pequeña y media burguesía, los artesanos eran un ejemplo paradigmático. Por capacidad de ascenso y propiedad deberían haber encajado en la clase media que, en la España de entonces, representaba un escaso 5 % conformado por funcionarios públicos, maestros, médicos, ingenieros o caseros. Sin embargo, los artesanos no quisieron pertenecer al club porque lo que convierte a los individuos en clase media es que estos quieran serlo. Las clases medias existen como grupo en un nivel de representación que cree compartir una forma de ver el mundo e interpretar la realidad, aunque sepamos que la diversidad de este grupo hace imposible delimitar objetivamente cuáles son estos valores, actitudes y estilo de vida. La autoidentificación, por tanto, será la principal clave interpretativa, si bien se trata de una definición de una consistencia un tanto líquida.
LOGROS DE LAS CLASES MEDIAS. El mundo tal y como lo conocemos es una consecuencia del ascenso de las clases medias, un fenómeno que refutaba las ensoñaciones de Karl Marx sobre su desaparición temprana. Como señaló el historiador Jürgen Kocka, la clase media asumió el control de la cultura burguesa y así pudo abanderar la lucha por estos ideales. Los que en un tiempo no fueron más que privilegios al alcance de las élites (como el derecho al sufragio, la educación o el consumo) se universalizaron, especialmente durante la edad de oro de la clase media, lo que conocemos como los treinta años gloriosos. Por esta razón, Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi han defendido que el fin de la clase media sería la puntilla de la estabilidad social y política que esta representa.
Tras los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial, las clases medias construyeron el consenso demoliberal de la posguerra hasta la crisis del petróleo. El contexto era favorable como consecuencia del crecimiento demográfico o las políticas del estado de bienestar, con el desarrollo de las pensiones, el seguro de desempleo, la sanidad o la educación pública. La mayoría de los trabajadores se convirtieron en propietarios en aquellos días, podían viajar durante las vacaciones y, lo que no era poco, consumir. En palabras de Tony Judt, el estado de bienestar fue el creador de la clase media y este grupo será su principal beneficiario y valedor. Pero la crisis golpeó con fuerza en los años setenta y se inició un lento retroceso.
En España, el proceso fue distinto por su particular contexto sociopolítico. El primer impulso para el fortalecimiento de una clase media amplia fue el desarrollismo franquista, por lo que fue a remolque de las transformaciones que se habían iniciado décadas antes en los países del entorno. La llegada de la democracia impulsó realmente la construcción del estado de bienestar español, mientras la clase media emergente se miraba en el espejo europeo. Esta consolidación se produjo cuando ya se estaban sintiendo los primeros problemas graves del sistema en el resto del continente. No es difícil, por tanto, enlazar la fragilidad que se constata en la actualidad en la clase media española con las limitaciones de esta evolución tardía.
A pesar de los profetas de calamidades, para muchos especialistas el futuro será de las clases medias o no será. Una de las mayores autoridades en este campo de estudio, el economista Homi Kharas, ha calculado que actualmente alrededor del 42 % de la población mundial podría ser clasificada como clase media. En términos globales estaríamos hablando de unos 3.200 millones de personas. Pero el crecimiento no se ha estancado. Al contrario, y siempre según la prospectiva de Kharas: en unos años llegará a superar el 50 % de la población mundial. La principal razón de este avance será el crecimiento de las clases medias en los países en desarrollo, lo que ya tendrá un carácter global. De hecho, mientras el crecimiento anual en países europeos se sitúa en un mínimo 0,5 %, en lugares como China o India se está creciendo al 6 %. No cabe duda de que esta nueva clase media se convertirá en un agente transcendental de cambio social en las próximas décadas.
INCERTIDUMBRES DE LA CLASE MEDIA. Otros estudiosos no son tan optimistas. En Se acabó la clase media (2014), Tyler Cowen considera que nos encaminamos hacia una depauperación social y económica como consecuencia del impacto tecnológico. Cowen calcula que existirá un 10-20 % de hogares donde se vivirá con holgura y un 80 % que tendrán que luchar por su subsistencia. Desde esta perspectiva, parece que la revolución digital que estamos viviendo será devastadora para los intereses de la clase media. Aunque haya voces discordantes, algunos autores cifran en un 50 % la destrucción de puestos de trabajo a corto y medio plazo como consecuencia del desarrollo de una tecnología que es disruptiva. De nuevo, la clase media aparece en el centro de la diana como la principal protagonista de la crisis. El tecnopesimismo tiene muchas bazas a su favor, pero se olvida de otras dimensiones centrales como la existencia de una regulación laboral que nos ayudará a paliar los efectos negativos que este proceso conlleva.
Con todo, es demasiado temerario anunciar la muerte de la clase media. No morirá, pero se tendrá que transformar para responder a los retos que le envía el mundo globalizado. Para Moisés Naím, uno de los principales conflictos del futuro tendrá lugar en el campo de las expectativas frustradas, tanto de las clases medias que declinan en los países ricos como de las que crecen en los países pobres. Y es que la clase media en Europa no va a desaparecer. De hecho, ha sobrellevado la crisis mucho mejor que las clases más bajas, que han sido las principales víctimas de este letargo económico. La clase media tendrá que resolver antes, eso sí, la crisis de identidad en la que está sumida. Los sueños de antaño han demostrado ser quimeras. De ahí que el optimismo de los años dorados haya devenido en una sensación común de vulnerabilidad y desconfianza. La cuestión es cómo canalizar estos problemas a través de programas reformistas que mejoren la salud de nuestras instituciones políticas, ayuden a atenuar las desigualdades sociales y den respuesta a las principales inquietudes de unas clases medias que, hasta la fecha, siempre han sido la garantía de la estabilidad democrática frente al riesgo de la polarización.
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a clase media no fue un tema recurrente en el debate público internacional hasta que comprendimos la dimensión del colapso financiero y económico iniciado por la quiebra de Lehman Brothers. Desde entonces ha crecido el número de expertos que le prestan atención. Y no son pocos los que se han encargado de vociferar a los cuatro puntos cardinales que la clase media ha muerto o que está a punto de hacerlo. Hay quien no llega a tanto, aunque sí se subraya la lista de innumerables problemas a los que esta se enfrenta. Christine Lagarde ha advertido en numerosas ocasiones de la profunda «crisis de las clases medias en las economías avanzadas» y de la necesidad de encontrar soluciones para paliar sus efectos. Como directora del Fondo Monetario Internacional, sostenía hace unos meses que el desencanto ante el futuro, la falta de trabajo, un escaso crecimiento de las economías implicadas, la creciente desigualdad y la falta de transparencia habían alimentado el declive de la clase media.
CLASE MEDIA Y CRISIS DEL 2008. Un informe publicado por el think tank Pew Research Center remarcaba que en algunos países europeos, como era el caso de España, Alemania o Finlandia, la clase media había sido una de las principales damnificadas de la crisis económica. Según este estudio, la clase media española, que había representado casi el 70 % de los hogares a inicios de la década de los noventa, se había reducido en siete puntos porcentuales en el 2013. E incluso se podrían rebajar estos cálculos. Una monografía de la Fundación BBVA y del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas establecía que la clase media es el 52 % de la población española. Según esta investigación, más de tres millones de españoles habían sido desplazados de la zona media de la distribución de la renta. Pero el fenómeno también traspasa las fronteras europeas. La clase media estadounidense se ha visto afectada con dureza, y es uno de los aspectos clave del debate público en los Estados Unidos. De hecho, la Administración Obama se vio obligada a crear un grupo de trabajo, en el que participaron varias agencias federales, para responder a los problemas de la clase media. Los frutos no fueron los esperados y, en la actualidad, el presidente Trump sigue prometiendo un enorme recorte tributario que permita aliviar la situación de la clase media.
DEFINICIÓN AMBIGUA. Sin embargo, ¿de qué hablamos cuando decimos clase media? Quizá deberíamos comenzar utilizando el plural, como es habitual en el uso francés, por la extremada diversidad de este grupo social. Y es que, a pesar de los centenares de definiciones propuestas por sociólogos, economistas o historiadores, aún no acotamos adecuadamente el concepto. El objeto, por tanto, es frágil y complejo. ¿Qué tienen en común las clases medias? Hay quien da preferencia a los ingresos económicos, otros al consumo y los hay que se concentran en precisar los rasgos de una identidad sociocultural. Probablemente todos tengan algo de razón, porque estas dimensiones se encuentran interrelacionadas y son inseparables. Al final, la mayoría de los expertos eligen el camino fácil y ambivalente: la clase media sería aquella que se encuentra entre las clases altas y las bajas.
En España, se considera que la clase media está formada por profesionales exitosos, pasando por funcionarios, pequeños empresarios o trabajadores de contrato fijo en fábricas. Tanto es así que el «todos somos clase media» se convirtió en un adagio común, aunque hoy se encuentra en horas bajas. Lo mismo sucedería si recorriéramos el resto de la eurozona. De esta forma, se favorece una identidad fuerte pero demasiado genérica y frágil, de la que es imposible extraer un denominador común. Hay autores como Branko Milanović que creen que no se puede hablar de una clase media global, dadas las fuertes variaciones regionales y nacionales. Y es que, sin salir de Europa, la diferencia salarial entre los miembros de este grupo es de hasta 30.000 euros en las rentas medias. De poner el acento en el campo de los ingresos, caeremos en una definición demasiado mecánica y difusa. El fenómeno no es nuevo. A lo largo del siglo XIX, cuando aún se hablaba de una pequeña y media burguesía, los artesanos eran un ejemplo paradigmático. Por capacidad de ascenso y propiedad deberían haber encajado en la clase media que, en la España de entonces, representaba un escaso 5 % conformado por funcionarios públicos, maestros, médicos, ingenieros o caseros. Sin embargo, los artesanos no quisieron pertenecer al club porque lo que convierte a los individuos en clase media es que estos quieran serlo. Las clases medias existen como grupo en un nivel de representación que cree compartir una forma de ver el mundo e interpretar la realidad, aunque sepamos que la diversidad de este grupo hace imposible delimitar objetivamente cuáles son estos valores, actitudes y estilo de vida. La autoidentificación, por tanto, será la principal clave interpretativa, si bien se trata de una definición de una consistencia un tanto líquida.
LOGROS DE LAS CLASES MEDIAS. El mundo tal y como lo conocemos es una consecuencia del ascenso de las clases medias, un fenómeno que refutaba las ensoñaciones de Karl Marx sobre su desaparición temprana. Como señaló el historiador Jürgen Kocka, la clase media asumió el control de la cultura burguesa y así pudo abanderar la lucha por estos ideales. Los que en un tiempo no fueron más que privilegios al alcance de las élites (como el derecho al sufragio, la educación o el consumo) se universalizaron, especialmente durante la edad de oro de la clase media, lo que conocemos como los treinta años gloriosos. Por esta razón, Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi han defendido que el fin de la clase media sería la puntilla de la estabilidad social y política que esta representa.
Tras los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial, las clases medias construyeron el consenso demoliberal de la posguerra hasta la crisis del petróleo. El contexto era favorable como consecuencia del crecimiento demográfico o las políticas del estado de bienestar, con el desarrollo de las pensiones, el seguro de desempleo, la sanidad o la educación pública. La mayoría de los trabajadores se convirtieron en propietarios en aquellos días, podían viajar durante las vacaciones y, lo que no era poco, consumir. En palabras de Tony Judt, el estado de bienestar fue el creador de la clase media y este grupo será su principal beneficiario y valedor. Pero la crisis golpeó con fuerza en los años setenta y se inició un lento retroceso.
En España, el proceso fue distinto por su particular contexto sociopolítico. El primer impulso para el fortalecimiento de una clase media amplia fue el desarrollismo franquista, por lo que fue a remolque de las transformaciones que se habían iniciado décadas antes en los países del entorno. La llegada de la democracia impulsó realmente la construcción del estado de bienestar español, mientras la clase media emergente se miraba en el espejo europeo. Esta consolidación se produjo cuando ya se estaban sintiendo los primeros problemas graves del sistema en el resto del continente. No es difícil, por tanto, enlazar la fragilidad que se constata en la actualidad en la clase media española con las limitaciones de esta evolución tardía.
A pesar de los profetas de calamidades, para muchos especialistas el futuro será de las clases medias o no será. Una de las mayores autoridades en este campo de estudio, el economista Homi Kharas, ha calculado que actualmente alrededor del 42 % de la población mundial podría ser clasificada como clase media. En términos globales estaríamos hablando de unos 3.200 millones de personas. Pero el crecimiento no se ha estancado. Al contrario, y siempre según la prospectiva de Kharas: en unos años llegará a superar el 50 % de la población mundial. La principal razón de este avance será el crecimiento de las clases medias en los países en desarrollo, lo que ya tendrá un carácter global. De hecho, mientras el crecimiento anual en países europeos se sitúa en un mínimo 0,5 %, en lugares como China o India se está creciendo al 6 %. No cabe duda de que esta nueva clase media se convertirá en un agente transcendental de cambio social en las próximas décadas.
INCERTIDUMBRES DE LA CLASE MEDIA. Otros estudiosos no son tan optimistas. En Se acabó la clase media (2014), Tyler Cowen considera que nos encaminamos hacia una depauperación social y económica como consecuencia del impacto tecnológico. Cowen calcula que existirá un 10-20 % de hogares donde se vivirá con holgura y un 80 % que tendrán que luchar por su subsistencia. Desde esta perspectiva, parece que la revolución digital que estamos viviendo será devastadora para los intereses de la clase media. Aunque haya voces discordantes, algunos autores cifran en un 50 % la destrucción de puestos de trabajo a corto y medio plazo como consecuencia del desarrollo de una tecnología que es disruptiva. De nuevo, la clase media aparece en el centro de la diana como la principal protagonista de la crisis. El tecnopesimismo tiene muchas bazas a su favor, pero se olvida de otras dimensiones centrales como la existencia de una regulación laboral que nos ayudará a paliar los efectos negativos que este proceso conlleva.
Con todo, es demasiado temerario anunciar la muerte de la clase media. No morirá, pero se tendrá que transformar para responder a los retos que le envía el mundo globalizado. Para Moisés Naím, uno de los principales conflictos del futuro tendrá lugar en el campo de las expectativas frustradas, tanto de las clases medias que declinan en los países ricos como de las que crecen en los países pobres. Y es que la clase media en Europa no va a desaparecer. De hecho, ha sobrellevado la crisis mucho mejor que las clases más bajas, que han sido las principales víctimas de este letargo económico. La clase media tendrá que resolver antes, eso sí, la crisis de identidad en la que está sumida. Los sueños de antaño han demostrado ser quimeras. De ahí que el optimismo de los años dorados haya devenido en una sensación común de vulnerabilidad y desconfianza. La cuestión es cómo canalizar estos problemas a través de programas reformistas que mejoren la salud de nuestras instituciones políticas, ayuden a atenuar las desigualdades sociales y den respuesta a las principales inquietudes de unas clases medias que, hasta la fecha, siempre han sido la garantía de la estabilidad democrática frente al riesgo de la polarización.