Con la desaparición de un escritor icónico, los mundos por él o ella cultivados parecen gozar de una segunda vida, entre nostálgica y esperanzadora. Esto ocurrió el pasado mes de junio con la inesperada muerte de Carlos Ruiz Zafón, el autor de origen barcelonés que, a pesar de residir en Los Ángeles, jamás olvidó la ciudad que lo vio nacer. El 17 de noviembre, Planeta publicó un libro póstumo de quien ha sido unos de sus autores más vendidos.
La ciudad de vapor se presenta como una recopilación de cuentos que Zafón había publicado con anterioridad en diferentes ediciones, pero también incluye otros que ahora se presentan de forma inédita. La antología es encabezada por la nota de Émile de Rosiers, editor de la misma, en la que reconoce que este pliegue de cuentos nos posiciona ante una posible hoja de ruta para descubrir el universo literario de Zafón. Como Rosiers afirma, esta nueva publicación cierra la lista de obras del autor alcanzando el mayor reconocimiento posible a través de la acuñación del adjetivo “zafoniano”.
Lo inesperado de esta edición no condiciona su lectura, sino que, por el contrario, nos permite redescubrir libremente muchos de los elementos presentes en las grandes obras de Zafón. Resulta imposible acercarse a estos cuentos sin dejar de encontrar constantes referencias a sus anteriores obras. David Martín, protagonista de El juego del ángel, regresa en dos de ellos narrando unos encuentros melancólicos —a modo de unas memorias, de hechos jamás acontecidos— en la nave gótica de Santa María del Mar.
Resulta imposible acercarse a estos cuentos sin dejar de encontrar constantes referencias a sus anteriores obras. David Martín, protagonista de El juego del ángel, regresa en dos de ellos
El llamado hacedor de libros Antoni de Sempere, o el traductor Raimundo de Sempere, son personajes que nos recuerdan constantemente cuán “zafoniano” ha devenido ese apellido. Si prescindimos del carácter póstumo de los relatos aquí compilados, creeríamos que nos encontramos ante una especie de anzuelo que nos lanza el autor para predisponernos ante una posible revisión de ese mundo de misterio que hemos ido descubriendo a lo largo de las diferentes novelas de Zafón.
Una vez más, Barcelona es para Zafón el complemento de lugar perfecto que ejerce como el hogar de los misterios. La Barcelona que el autor dibuja en sus cuentos es la misma que le ha seguido a lo largo de todas sus obras anteriores, en especial la tetralogía El cementerio de los libros olvidados (2001-2016). El carácter fantástico de sus cuentos convive con una visión objetiva de la ciudad, un espacio geográfico que ostenta una fuerte carga espiritual e histórica acumulada por los hechos vividos por todos y cada uno de sus habitantes.
A diferencia de otras ocasiones, en esta antología de cuentos, el autor nos sitúa en diferentes momentos históricos, haciendo gala así de un importante conocimiento de las diferentes circunstancias que han ido transformando la ciudad de Barcelona. Este acercamiento a su pasado, a pesar de la libertad que permite la narración fantástica, no es más que una prueba del respeto y amor que sentía Zafón por ella.
La ciudad que describen los cuentos de Zafón no es un lugar fácil, sus personajes tampoco gozan de circunstancias especialmente sencillas, pero en medio de todo aquel ir y venir de transformaciones, Barcelona se presenta como el espacio en que cobran vida los sueños más profundos: los personajes no pueden evitar mostrarse poéticamente fascinados por la ciudad.
Una vez más, Barcelona es para Zafón el complemento de lugar perfecto que ejerce como el hogar de los misterios
Tal vez sea en el cuento de El Príncipe del Parnaso donde encontramos el mejor ejemplo de esta óptica de la belleza, cuando Miguel de Cervantes, ilustre personaje del cuento, clama desde el sentimiento: “Me llevo la memoria, prisionero de la belleza de sus calles y deudor de su alma oscura, a la que prometo regresar para rendir la mía y abrazarme en el más dulce de sus olvidos”. Ninguno de los argumentos en que se desarrollan las vivencias de los diferentes personajes tendría sentido sin ese lugar que les permite remitirse constantemente a un pasado. La historia que ha convertido la ciudad en lo que es, un constante crisol de fortalezas.
El rastro que deja la obra de Zafón en Barcelona, tras su recreación fantástica, nos recuerda que lo genuino de la ciudad no es la bondad de sus circunstancias, sino la eterna posibilidad de regenerarse y amanecer más brillante de lo que era. Barcelona es para Zafón la rosa de fuego que por más que arda jamás se verá consumida. La lectura de La ciudad de vapor nos sitúa ante una realidad: reivindicar la obra de Zafón necesariamente nos lleva a hacer lo mismo con Barcelona, y no hay mejor camino para ello que permitirnos conocer la ciudad y escudriñarla en todas sus dimensiones. Tal vez no volvamos a saber nada de los Sempere, o jamás encontremos el Cementerio de los libros olvidados, pero no debemos poner en duda que, a pesar de todo, Barcelona seguirá siendo el lugar de las infinitas posibilidades.