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Alguna vez te has fijado en cuánto mide la sombra que proyecta tu perro? La del mío mide aproximadamente unos 10.000 kilómetros de longitud, algo nada asombroso teniendo en cuenta que la altura de mi perro, desde el suelo hasta el lomo, es de 25 centímetros (vale sí, reconozco que es de “patitas cortas”). Y el tuyo… ¿cuánto mide la sombra de tu perro? Para medirlo tienes que sumar varios parámetros: su nivel de amor, su nivel de lealtad, su fidelidad y su paciencia, y su nivel de adaptación a tus costumbres cotidianas como humano.
En realidad es indiferente la altura física que alcance el cánido pues, como ves, lo que proyecta en realidad son otros aspectos inmateriales. Yo he visto proyecciones que llegan hasta el infinito, como por ejemplo la sombra que proyectaba Nus, una Kerry Blue Terrier preciosa y leal, o la de la amorosa y ansiosa Trufa, de color canela y mirada ámbar, o la que proyecta Blue, un enorme cachorro de Pastor Alemán al que se le sale el corazón por la boca; sin hablar de Blaqui, una Bóxer que nació con problemas urinarios gracias (por desgracia) al maldito mercado negro de perros, y a la que una persona a la que admiro, junto a la inestimable ayuda de su familia, consiguieron rescatar. Hablar de Mel, una mestiza grandota de color miel y ojos a juego que vivía en una protectora (benditas protectoras), es hablar de una nueva oportunidad llena de amor para ella y para su familia adoptiva. Y no puedo olvidarme de la extraordinaria pareja que hacen Edi (un bonachón morlaco atigrado, que si se alza sobre sus patas traseras me sobrepasa en estatura) con Rocki Balboa, un Bichón Maltés Toi que apenas llega al kilo y medio de peso. Algunos como Dogui, un Marilín de 13 años, siguen acompañando con infinita paciencia las aventuras de su familia (la última ha sido la de compartir jardín con una conejita tricolor llamada Iris).
En nuestras mascotas actuales ya poco queda de su antepasado, el lobo (30.000 años atrás). Miles de años de ‘compañía’ y de manipulación son un montón hasta conseguir hacer de ellos los mejores y más fieles compañeros, siempre atentos a nuestra mirada.
Miles de nombres llenan nuestro día a día con sus historias, Lila, Turco, Bob, Owen, Bugui, Paolo, Lolita, Pepe, Ulises, Dinga, Snow… y dejan una huella imborrable en nuestros corazones cuando nos dejan. Dicen que el mundo está dominado por todos aquellos que no saben gestionar sus emociones y que, es por ello que necesitan sentirse poderosos. Sepamos gestionarnos o no, lo que la mayoría de nosotros necesitamos es conectarnos con la pureza de sentimientos que emanan estos seres peludos que, a día de hoy, tienen mucho de manipulación genética, respondiendo al gusto de nuestros, seguramente absurdos, caprichos históricos (los queremos más redonditos o más altos o más largos o más pequeños o más fuertes o más peludos…).
En nuestras mascotas actuales ya poco queda de su antepasado, el lobo (30.000 años atrás). Miles de años de “compañía” y de manipulación son un montón hasta conseguir hacer de ellos los mejores y más fieles compañeros, siempre atentos a nuestra mirada. Serviciales hasta la médula, a cambio de premios y con un exhaustivo entrenamiento, profesionales dedicados a entrenarlos han logrado que muchos se conviertan en los ojos de personas ciegas, o en magníficos rastreadores, o en los mejores rescatadores de víctimas de accidentes. Perros famosos reales y de ficción forman parte de nuestra historia: Colmillo Blanco (el lobo de Jack London), Laica (la perrita más famosa a la que a alguien no se le ocurrió nada mejor que mandarla al espacio), Lindo Pulgoso (de Dulce Abuelita, de Hanna-Barbera), Patán (de Pierre Nodoyuna), Zero (el perro fantasma de Tim Burton), Troylo (de Antonio Gala), Snoopy (el Beagle de Charlie Brown), Milú (el Fox Terrier de Tintín)… Hoy en día aparecen a diario miles de fotos de perros que llenan las redes sociales. Algunos, como Jimmy (un Bull Terrier blanco), de Rafael Mantesso, han conseguido dar rienda suelta a la creatividad artística de sus dueños.
Para quien no conozca a la artista Sally Muir, recomiendo su libro Un perro cada día, Editorial Gustavo Gili, S.L., 1ª ed. (2018), al que ella misma presenta con esta frase: “Este libro está dedicado a mis humanos, para demostrarles que no prefiero a los perros” y en el que recrea pictóricamente el carácter de un montón de perros a los que ha conocido a lo largo de su vida.
Y es que los datos cantan, o ladran en este caso: en el mundo hay más de 400 millones de perros. En 2017 en Barcelona había identificado un perro por cada diez ciudadanos. Más de 350 razas distintas. Los primeros restos fósiles de perros enterrados junto con humanos datan de 14.000 años atrás. Unas cifras que reiteran la significativa importancia que tienen estos seres para nosotros, los humanos. Nos fascinan con su olfato, capaces de distinguir los olores por separado (por eso son capaces de zamparse el trozo de paté con el que se les camufla la pastillita desparasitaría de turno y, por supuesto, escupirla), con su capacidad de vigilancia gracias a la agudeza auditiva (20 músculos que usan para mover sus orejas) y con su capacidad de oír muchos más sonidos que nosotros. Las últimas investigaciones han conseguido descifrar el significado del movimiento de la cola como lenguaje de su comportamiento.
Capaces también, junto con los bebés, de arrancarnos sonrisas con sus monerías. Y es que, ¿a quién no le viene bien un poco de calor, de cariño y de amistad incondicional? ¡Tal vez muchos nos preguntemos si nosotros algún día seremos capaces de proyectar nuestra sombra más allá de la sombra que proyectan nuestros perros!
¡Marramiau! (este será para el próximo capítulo)… digo: ¡Guau!