Un avión sobrevuela el Delta del Llobregat. ©Ruben_Sanz/Ajuntament de El Prat/Flickr
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Krugman, Mickey Mouse y el Aeropuerto de Barcelona

El debate sobre la ampliación de El Prat se ha encallado por la falta de voluntad real de alcanzar un acuerdo que permita ejecutar la obra y minimizar los efectos medioambientales

¿Por qué Mickey Mouse quiere destruir la civilización? Así iniciaba hace unos días el economista y premio Nobel norteamericano Paul Krugman su habitual columna en The New York Times. El enunciado hacía inevitable seguir leyendo el artículo. Enseguida aclaraba, sin embargo, que era una manera de decir que el grupo Walt Disney formaba parte del lobby corporativo que presiona al presidente Joe Biden para que no lleve adelante su plan de 3,5 billones de dólares para frenar el cambio climático, entre otras razones porque prevé un importante incremento de impuestos —también multas y subvenciones— a las grandes empresas con el que compensar el gasto público para la descarbonización de la economía.

Krugman advierte que el cambio climático ya no es una hipótesis y que lo que hagamos en esta década será clave para evitar lo peor. Lo bueno de todo esto es que gran parte de la opinión pública y de la política mundial ya es consciente de hacia dónde estamos dirigiendo el planeta si no lo evitamos. Pero hay otra parte de la política y grandes corporaciones con enormes intereses económicos que aún promueven un negacionismo activo de las consecuencias del calentamiento global. El caso es que, en el otro extremo, hay otro tipo de negacionismo que, amparado bajo la concienciación global contra la destrucción del medio ambiente, rechaza, por ejemplo, la ampliación de infraestructuras básicas para la economía por su efecto contaminante y porque agrede a determinados ecosistemas.

En medio de este debate y con posiciones encontradas se ha estado dirimiendo el futuro del Aeropuerto de Barcelona. Se han configurado dos bloques, los favorables a la ampliación y quienes la rechazan rotundamente. Es un déja vu que ya vivimos en los años 90, cuando se debatió con virulencia la construcción de una tercera pista. Años se estuvo discutiendo sobre si el aeropuerto necesitaba la tercera pista y dónde ubicarla. Cuando parecía que el acuerdo era imposible, por fin se pactó una solución entre Gobierno de España, Generalitat, Ayuntamiento de Barcelona y Ayuntamiento de El Prat. Hoy, los mismos actores, pero con el agravante de que los gobiernos estatal, autonómico y municipal están formados por coaliciones con posiciones distintas, lo que ha hecho imposible alcanzar un nuevo acuerdo.

Aeroport Barcelona
El aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat ya vivió con polémica la construcción de la tercera pista.

Uno considera que la ampliación del aeropuerto para convertirlo en un hub real es necesaria para competir en un marco geoestratégico en el que cada vez cobran mayor relevancia las ciudades globales y las regiones metropolitanas, convertidas en motores económicos de sus respectivos países. Que esta ampliación no puede ser una fábrica de contaminación al por mayor que vaya en contra de la lucha contra el cambio climático también debe ser requisito. Lo que no se debía haber permitido es que el negacionismo en la voluntad de acuerdo conduzca al decrecimiento económico. Por eso, rechazo de pleno que no exista en nuestro país el talento, la inteligencia y los recursos técnicos que permitan ejecutar una ampliación que minimice el impacto en el territorio y en la controvertida laguna artificial de La Ricarda.

Rechazo de pleno que no exista en nuestro país el talento, la inteligencia y los recursos técnicos que permitan ejecutar una ampliación que minimice el impacto en el territorio y en la controvertida laguna artificial de La Ricarda

Todos los aeropuertos del mundo ocupan espacios que impactan en su entorno, porque se han construido en zonas rurales a cierta distancia de las ciudades. En Barcelona, hace ya más de un siglo, se decidió desarrollar lo que en ese tiempo se llamaban campos de aviación en el Delta del Llobregat. Entonces no había la sensibilidad medioambiental de ahora. Con el tiempo, los campos de aviación se convirtieron en grandes aeropuertos que consumen muchas hectáreas de terreno, causan molestias a los núcleos próximos de población y los centenares de aviones que despegan y aterrizan cada día contaminan el aire porque vuelan gracias a combustibles sólidos. Sin embargo, también generan economía y puestos de trabajo.

Me sorprende que en este enconado debate nadie —o casi nadie, empezando por Aena— ponga sobre la mesa el desarrollo del hidrógeno como combustible alternativo de cero emisiones, que ya están experimentando e implementando algunas importantes compañías aéreas. Esto significa que llegará un día en el que los aviones no contaminen, por lo que una parte del problema quedaría resuelto. De lo que se trata es de acelerar este proceso mediante una legislación y una planificación que lo favorezca, al igual que el coche eléctrico y la descarbonización de la generación de energía. Solo así frenaremos el cambio climático.

Llegará un día en el que los aviones no contaminen, por lo que una parte del problema quedaría resuelto

El camino hacia el colapso de los combustibles fósiles y su sustitución por energías alternativas no tiene retorno. Porque, o vamos hacia esa dirección o no hay otro lugar al que ir que no sea nuestra propia autodestrucción. Hasta el Mickey Mouse de Krugman llegará un día en que no tendrá más remedio que supeditar la supervivencia del planeta a sus intereses económicos, por astronómicos que sean. Ser el más millonario de un mundo muerto no es futuro para nadie.

Es evidente que nuestro aeropuerto impacta de forma negativa en el espacio natural del delta, pero eso ya no lo vamos a cambiar. No es viable su traslado a otro lugar, pero tampoco lo debería ser renunciar a su estratégico papel en el desarrollo económico del país. Se trataba de encontrar una solución. Me niego intelectualmente a aceptar que no exista, aunque sea la menos mala.