Multitud esperando la llegada del president Tarradellas a Barcelona. © Getty Images

Josep Tarradellas: un president, un trauma y un aeropuerto

La operación Tarradellas tuvo lugar en 1977 y es un claro ejemplo de mala gestión emocional. El retorno del president Tarradellas, hasta entonces instalado en Saint-Martin-le-Beau, en el exilio francés, suponía el restablecimiento de la Generalitat de Catalunya abolida en 1938. España se preparaba para un proceso de transición que le tenía que llevar a la democracia. Pero pronto se vio que Catalunya no iba en la misma dirección. Sin embargo, las negociaciones para el restablecimiento de la Generalitat tuvieron lugar y arrancaron en Madrid. Mientras tanto la historia, terca, ha hecho su camino en paralelo y, hoy, los contenedores de Barcelona arden en llamas.

En 1977, el president Josep Tarradellas, hasta entonces exiliado en Saint-Martin-le-Beau (Francia), vuelve a Catalunya en el marco de una operación que tenía por objeto el restablecimiento de la Generalitat abolida en 1938 por el general Franco. El contexto de aquella maniobra era el siguiente: el dictador había muerto y había dejado el legado en manos del monarca español. España se preparaba para un proceso de transición que debía llevarle a la democracia. El mismo 1977 se celebraron las primeras elecciones generales desde 1936, comicios, los del 36, en los que en Catalunya había ganado el Front d’Esquerres y que, entre otras consecuencias, supuso la liberación del president Companys y los otros presos políticos que, dos años antes, habían sido encarcelados por el Gobierno de la República española.

En las de 1977, cuarenta años más tarde, en Catalunya ganó Joan Raventós seguido del PSUC. De esta manera los catalanes —y Euskadi— constataban que no iban en la misma dirección que el resto de España donde la UCD de Adolfo Suárez encabezó los resultados. A pesar de estas diferencias las negociaciones para el restablecimiento de la Generalitat tuvieron lugar y arrancaron en Madrid. Todo el mundo se adaptó a la coyuntura. El trauma, sin embargo, estaba latente. Y el president Tarradellas y sus hombres —o subordinados— se autoconvencieron de que la clave pasaba por imprimir optimismo.

A modo de ejemplo: en un documento de 2002 elaborado por Televisió de Catalunya, se podía ver a Josep Tarradellas asegurando que en un momento de tensión durante el primero de los encuentros en Moncloa, este había llegado a plantar cara a Suárez. Según el testimonio del mismo Tarradellas, la secuencia fue la siguiente: [Suárez] “No olvide usted que soy el jefe del Gobierno de un país de treinta y seis millones y que, usted, fue el jefe de un Gobierno de la Generalitat que perdió la Guerra Civil”. De nuevo según el testimonio del mismo Tarradellas, la respuesta fue: [Tarradellas] “No olvide usted que un jefe de gobierno que no sepa solucionar el problema de Catalunya pone en peligro a la monarquía”.

En caso de haber sido así, en la primera intervención Suárez habría admitido nivel de Estado para Catalunya y que la Guerra Civil tuvo lugar para, entre otras cuestiones, enterrar el catalanismo. En cambio, en la respuesta, Tarradellas acepta que el gobierno catalán es parte integrante del futuro Estado de las autonomías (en ese momento aún no lo era) y que Catalunya se veía supeditada a la monarquía. Las versiones, pues, no cuadran y lo único que buscan es imprimir optimismo. Este es tan sólo un ejemplo del amplio catálogo de verdades sesgadas que, Tarradellas y sus hombres, hicieron creer al colectivo del pueblo catalán. ¿Por qué lo hicieron? Seguramente, lejos de la mala fe, buscaban que el olvido enterrara el trauma. Mientras tanto la historia, terca, ha hecho su camino en paralelo y, hoy, los contenedores de Barcelona arden en llamas.

Els grisos carregant a la manifestació convocada per l’Assamblea de Catalunya. de l’1 de febrer de 1976. Autor, Manel Armengol

En 2020 el Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat experimentó una caída del 76% de viajeros respecto al año anterior. Traducido en cifras absolutas significa 40 millones menos de usuarios. Un impacto extraordinario, sin precedentes ni, por supuesto, previsto en los planes de negocio de los comercios y restauración de la zona. Desde que comenzaron las restricciones de movilidad, la T1 es un sitio inhóspito. Puedes avanzar decenas de metros reflejado en los singulares azulejos negros sin prácticamente cruzarte con nadie, como si de un momento a otro tuvieras que toparte con la blanca túnica de San Pedro guardando la gran puerta del cielo.

Precisamente hace un rato con un amigo conversábamos sobre la muerte. Meses atrás su madre traspasó consecuencia de un cáncer. Me contaba mi amigo que para ella, conocer el diagnóstico de la enfermedad fue un despertar. Tal como explica Jeff Foster en el libro The deepest acceptance, la madre de mi amigo había abierto los ojos cuando el telón ya estaba a punto de caer. Este fenómeno se debe a que, ante la percepción de la muerte inminente, el reloj no permite seguir viviendo de esperanzas y de sueños porque el tiempo ya no existe. A partir de ese momento su madre aflojó tensiones e inició un proceso de liberación que la llevó a encarar el final de sus días inmersa en una serenidad absoluta. La muerte de su madre, hemos concluido, fue como un vuelo reconfortante a un destino desconocido —espiritualmente hablando, claro—.

De hecho cada día despegamos y aterrizamos unas cuantas veces. Lo hacemos movidos por las emociones que nos lleva el hecho de relacionarnos, de manera más afectiva antes del estallido de la pandemia —dada la posibilidad del contacto espontáneo— y, menos efusivamente, y en algunos casos a través de sistemas virtuales , a partir de entonces. Pero cuidado porque en el campo de las emociones el impacto de la pandemia no está siendo gratuito. En un artículo de finales de junio de 2020 publicado en la web de la BBC, Elke Van Hoof, profesora de psicología de la Universidad de Vrije, Bruselas, y especialista en estrés y trauma, apuntaba que un tercio de la población mundial ha sido sometida a algún tipo de restricción de movimiento o de conducta. En positivo, Van Hoof destaca que la pandemia ha reforzado la resiliencia colectiva —capacidad de adaptarse a contextos desfavorables— como se ha demostrado en otros períodos relativamente recientes como es el caso de las dos guerras mundiales.

Las conclusiones de la profesora Van Hoof también defienden que, en casos de colapso emocional, si la sociedad occidental se lo propone, es capaz de sacar la mejor versión de sí misma y, al mismo tiempo, también, encontrar el impulso necesario para generar esperanza. Sin embargo, la misma profesora de Vrije alerta de que durante la pandemia se están descuidando los factores desencadenantes del estrés tóxico, los cuales convendría aprender a detectar y tratar de aminorar. Sobre todo porque es posible que, en determinados casos, los síntomas aparezcan pasados ​​unos meses y, entonces, el esfuerzo necesario para revertirlos sea muy superior.

Los factores que pueden desencadenar en estrés tóxico son la angustia, la irritabilidad, el insomnio, el sentimiento de soledad y el abuso de sustancias nocivas para el organismo. También verse sometido a abusos de poder, abusos sexuales y episodios de violencia. Pues bien, las cifras impactan: el incremento de estas conductas es entre el 40% y el 50% respecto a estadios anteriores a la pandemia. El panorama es similar al del marco de la enfermedad terminal, pero hay una diferencia capital: ante una enfermedad terminal el tiempo huye y, por tanto, también lo hace el horizonte. En el caso del estrés tóxico tampoco hay horizonte, pero tiempo sí. Todo el tiempo del mundo.

Manifestación en Plaça Sant Jaume el 23 de abril de 1977. © Manel Armengol

Cuando estoy por terminar este artículo ya es sabido el resultado electoral de los comicios del 14 de febrero en Catalunya. Como es habitual en las últimas convocatorias, la hegemonía no se la disputaba ningún partido en concreto sino dos maneras de entender el país que convergen en dos bloques de partidos con planteamientos antagónicos. Hace cuarenta años que nadamos en el mismo charco. Sin horizonte. Es el resultado de haber intentado superar el trauma del golpe fascista imponiendo el olvido, procurando imprimir optimismo. Y en este sentido, la operación para el restablecimiento de la Generalitat, el aterrizaje del president Tarradellas al entonces Prat a secas, fue una oportunidad desaprovechada. Pronto hará cuarenta cuatro años de aquel día. Antònia Macià y Josep Tarradellas pisaban la pista del Aeropuerto del Prat en el tercer acto del relato.

Estacionado a las puertas del mismo aeropuerto y rodeado de la multitud, un automóvil descapotable los conduciría a lo largo de una performance por unas calles de Barcelona llenas hasta los topes. La performance la diseñó el director de cine Pere Portabella que, por otra parte, a diferencia del propio Tarradellas y de sus hombres, fue el único con suficiente entereza para entender que era necesario un acto a la altura de un trauma colectivo. El 23 de octubre de 1977, cuando el president se dirigió a las catalanas y catalanes de la Plaça Sant Jaume desde el balcón del Palau de la Generalitat, la tarde ya había caído: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”. Fue el último error de un tristísimo puente aéreo.