La guía domina todos los idiomas pero hará la visita en catalán, y tiene tanta experiencia en espacios modernistas que resulta tener respuesta para todo. Se ve que el Palau se construyó de forma tan rápida, en sólo tres años (1905-1908) que, a medida que se iba diseñando y planificando y edificando, también se iba esculpiendo, forjando, cincelando, pintando. Fue una obra presentista, en la que las decisiones se tomaban muchas veces in situ y negociando entre arquitecto y artesanos.
Domènech i Montaner tenía una visión artesanal de la arquitectura y, por lo tanto, esto ya le iba bien: aparte de los planos, toma la decisión desde el espacio mismo y con capacidad para hacer correcciones a última hora. Esto pedía una complicidad con los artesanos muy íntima, desconocedores todos ellos, Domènech incluido, de que estaban construyendo un futuro patrimonio cultural mundial.
La visita, comisariada por la excelsa, imparable, experta y comprometida doctora Mireia Freixa, se desarrolla también verbalmente e in situ y casi de forma artesanal. Sólo una tablet digital, opcional, por si el visitante desea entretenerse en un aspecto concreto o ampliar una foto. Empezando por la primera piedra, todavía visible en la sala de ensayos, y siguiendo por la senyera original que está visible en una vitrina de la cafetería, con la obligada referencia a su diseñador (Antoni Gallissà, en 1896) y a los autores del famoso canto (Millet y Maragall).
He aquí la primera cosa que no sabía: en el estandarte aparece la fecha de fundación del Orfeó, en 1891, y el propio diseñador era miembro del mismo. Lo siguiente que se me dice es que la cafetería era espacio de despachos. Les digo que no me engañen, que no es el día de los inocentes, pero resulta que es cierto: incluso el lujoso bar del centro no había sido barra alguna cuando el Palau se construyó. Haré ver que me lo creo, pienso, sabiendo que ellos saben mucho más que yo.
Una referencia también arquitectónica, la ampliación de hace 20 años en los espacios donde estaba la iglesia de Sant Francesc de Paula, que hizo que también se perdiera la pintura casi novocentista que había en la pared izquierda de la entrada principal, obra de Miquel Massot, y que se ve que guardan dentro de su archivo patrimonial. Yo habría jurado que ahí iba un dibujo de Gaudí, porque lo oí por algún lado, pero debo de estar equivocado, o nunca acabó estando ahí. Pero del vestíbulo pasamos a la escalinata, tan lujosa como innoble (sin oro ni plata, sino de hierro y cristal y piedra), donde intervinieron Joan Vilella en lo que se refiere al cristal de los balaustres (que era un fabricante de botellas, y que conviene no confundir con el busto de Carlos Gurmesind Vidiella, en medio de la escalera derecha); Josep Orriols en cuanto a cerámica y flores decorativas, y Domingo Pascual, herrero y cerrajero, en lo que se refiere al hierro estructural visible en la parte interior del vidrio. Oficio, oficio y oficio.
En cuanto a las columnas del balcón del primer piso, junto a la Sala Lluís Millet, nunca tenemos acceso a ella cuando vamos a un concierto (por razones de aforo), pero sí si nos inscribimos en esta visita, donde conocemos tanto al autor de sus mosaicos (el ceramista Lluís Bru, que antes era escenógrafo y que, por lo tanto, ahora lo entendemos un poco todo), como su método: diseñar el mosaico en grandes papeles en el suelo, como en un decorado escénico, y después montar el mosaico encima del dibujo para después empotrar todo en la columna.
Descubrimos también que las figuras femeninas del lucernario de la sala principal (obra de la empresa vitrallera Rigalt y Granell) emulan seguramente los corazones femeninos del Orfeó, y que los materiales que rodean la sala (cristal, cerámica), lejos de jugar contra la acústica, juegan a favor debido a la forma redondeada del auditorio. En cuanto al conjunto escultural de piedra que enmarca el escenario (Beethoven, Clavé, Valkírias), como es sabido, es obra de Dídac Massana y Pau Gargallo, mientras que las famosas musas son obra de Eusebi Arnau (el mosaico, sin embargo, es del mosaicista Mario Maragliano). Todos ellos dirigidos por el gran director de orquesta Lluís Domènech i Montaner.
Este tipo de visitas van de descubrir no sólo lo que desconocíamos, sino de descubrir que ni de lejos lo conocíamos todo
Que después se me recuerde que el mascarón de proa de piedra que conforma la esquina de la fachada principal es de Miquel Blai (con patrocinador referenciado), o que se me descubra el trono de los Jocs Florals (Patria, Fe, Amor) que reside junto al bar desactivado del segundo piso y sobre los suelos de baldosa hidráulica (y cemento, para ahorrar gastos) de E.F. Escofet, o que se haga la referencia a la aportación del presidente Joaquim Cabot para que el Palau viera la luz (junto con otras muchas donaciones de gente diversa), no me distrae ya de mi descubrimiento principal del día: dos musas que no sabía que existían.
En efecto, escondidas tras las columnas que elevan Beethoven y Clavé en el escenario principal, haciendo una oculta compañía a todas las demás musas del escenario, resulta que a ambos lados hay dos más (una con una especie de aulós o flauta doble, la otra con una cítara griega) que se me hacían invisibles desde el primer día que puse un pie en el Palau con mi madre hasta la fecha. Y es que de eso van este tipo de visitas: de descubrir no sólo lo que desconocíamos, sino de descubrir, como siempre en la vida, que ni de lejos lo conocíamos todo.