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res exposiciones perfectamente complementarias en temática y formato conviven este otoño en CaixaForum. Arte y mito. Los dioses del Prado reúne obras que ilustran algunos de los episodios más memorables de la mitología clásica. Vampiros. La evolución del mito se centra en un personaje popular que la mentalidad romántica, tan interesada por el reverso de la luz, plasmó paradigmáticamente. Mientras que So Lazy. Elogio del derroche, invita a reflexionar acerca de los hábitos de consumo y la gestión productiva del tiempo.
Fascinación por la mitología
La actualidad del mito radica en no que se halla anclado en la estricta actualidad, ni tampoco responde a una concepción del tiempo lineal e irreversible. Como inspirado por el carácter cíclico de la naturaleza, tan influyente en las sociedades arcaicas, ilustra el retorno de hombres y mujeres a comportamientos que en todos los tiempos han incurrido. El uso ejemplarizante de las historias recogidas por Homero y Hesíodo -o, pensando en la antigüedad latina, y de una manera mucho más sistemática, por el poeta Ovidio- revela su potencial de significación. Potencial tan arraigado a la mente humana que incluso el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, tiró mano de algunos nombres egregios para tratar de explicarse lo inexplicable.
Arte y mito. Los dioses del Prado, en CaixaForum a partir del 15 de octubre, es una impresionante muestra que no sólo incluye lienzos de la renombrada pinacoteca, sino que también exhibe esculturas, relieves y otros objetos vinculados a la religiosidad griega. La ordenación de las piezas es temática -se trata de una exposición “diacrónica”, advierten los organizadores- y por tanto el espectador enriquece sus expectativas con el tratamiento diferencial de mismos episodios. Episodios como el protagonizado por Narciso, enamorándose de su viva imagen en el estanque, antes de precipitarse y perder la vida; imprudencia comparable a la de Faetón, que quiso conducir el carro del dios Sol. También queda reflejada la irrefrenable tendencia amorosa de los inmortales en Apolo persiguiendo a Dafne. Sin olvidar las referencias al dios del vino, Dionisos, que es despedazado en su propia celebración para renacer y propiciar la fructificación de la naturaleza.
El carácter antropomórfico de las divinidades grecolatinas habilita la identificación, en una especie de realidad aumentada
Relieves de la antigüedad tardía conviven con la suntuosidad barroca de un Rubens, o la reminiscencia neoclásica de creadores de los siglos XVIII y XIX. Todos ellos ofrecen una visión elocuente de la mitología clásica, cuyas resonancias forman parte del imaginario popular, de un modo nada casual. Los organizadores apuntan oportunamente al carácter antropomórfico de las divinidades grecolatinas, que es lo que habilita precisamente la identificación de los hombres y mujeres con aquéllas, en una especie de realidad aumentada: “dioses, héroes, ninfas, sátiros y ménades se mezclan en relatos llenos de vicios y virtudes humanas”, dando a entender no sólo la trascendencia de las empresas que nos ocupan, sino los factores externos e internos que virtualmente las amenazan.
Criaturas siniestras: muertos que no mueren
El Drácula de Bram Stoker, relato fantástico aparecido a finales del siglo XIX, supone la plasmación de una preocupación real desde épocas inmemoriales. La posibilidad de topar con alguno de los extraños seres que tienden a aparecer de noche para alimentarse de la sangre de los vivos, ha sido formulada asimismo en términos como el hombre del saco u “hombre de la arena” (según la tradición que recoge la narración de E. T. A. Hoffmann). El miedo atávico se justifica frente a la humana tendencia a la autoconservación y la perpetuación saludable de la especie. En sus versiones más psicológicamente finas, con todo, la figura del vampiro no se muestra desde el maniqueísmo, como contrario a las esperanzas de vida de los inocentes; sino que sufre él mismo, por estar atrapado entre dos mundos. La magia del arte de las imágenes en movimiento -la cinematografía- logra captar ese estado de muerte en vida. La realidad de la sombra cobra vida, el espectro se torna visible, lo cual realiza las fantasías de escritores como Edgar A. Poe, Mary Shelley, Guy de Maupassant o el citado E.T.A. Hoffmann.
La exposición de CaixaForum rememora el siniestro e icónico perfil del Nosferatu de Max Schreck, cuyo apellido significa, literalmente, “susto”
La icónica figura del vampiro nos remonta, en sus primeras representaciones visuales, al Nosferatu de Friedrich W. Murnau. Película de 1921, en la que aún afloran las inquietudes y la estética románticas, inevitablemente presente en la exposición de CaixaForum. Vampiros. La evolución del mito, inaugurada dos días antes del día de los muertos, rememora el siniestro y aun así reconocible perfil del actor Max Schreck -su apellido significa, literalmente, “susto”- uñas por delante, subiendo las escaleras en busca de la víctima. Por supuesto, se presentifica asimismo el carisma de Bela Lugosi, protagonista del Drácula de Tod Browning, encumbrado por el exotismo irresistible de su acento (que no habría podido ser disfrutado cuatro años atrás, antes de la sonorización de las cintas, en 1927). Igualmente, podrán contemplarse creaciones más cercanas a nuestra época, que ratifican la vigencia de los temores que dieron pie a la metáfora del vampiro. En los años 50 aparecería ya equipado con los rasgos y actitudes tópicas -así, en la versión protagonizada por Christopher Lee- que lo tornarán incluso parodiable.
Con todo, el poder evocador de este perfecto antihéroe, comparable al mito de Don Giovanni por los raptos físicos y emocionales que perpetra, se mantiene en gran medida intacto. El imaginario colectivo se encuentra sembrado de referencias a él: ataúdes, colmillos sangrientos o criaturas nocturnas de dudosa reputación, como los murciélagos. Quizá se recuerde el celebérrimo grabado con que Goya delineó la posibilidad siniestra, contraria al uso diestro de la razón. Algunos de los monstruos que se le aparecen a la figura del ilustrado, desvanecido sobre un escritorio, son precisamente estos viscosos animalillos. Su paradigmático revoloteo resulta inquietante, por mucho que la ciencia haya declarado en nuestro siglo que se encuentran dotados de un sistema de radar. Recibir su a priori fortuito impacto, es una experiencia que la mayoría quisiéramos evitar.
Acerca de la dialéctica hipoactividad/hiperactividad
La gestión del tiempo puede ser abordada como síntoma de lo que somos. Aun hoy se conserva la mítica separación entre ocio y negocio (otium/nec otium), tiempo libre y tiempo productivo. Menos clara es la precisión a propósito del sentido profundo de uno y otro, para cada individuo. San Agustín fue el primero en explicitar la conexión del estado anímico con la medida temporal de los sucesos relevantes, aquellos que nos acontecen –siempre a nosotros, necesariamente- y en el siglo XX Martin Heidegger lo formuló con un lenguaje alarmantemente abstruso para aludir a lo que, de hecho, es más corriente: la existencia cotidiana. Lo que hacemos en el tiempo habla de cómo estamos siendo, en un sentido no esencialista; sí en un sentido existencial, abierto a interpretaciones. Para muestra, el fenómeno del aburrimiento, que ha dado pie -según concluyen los estudios psicológicos- a ideas nefandas… pero también a otras brillantes.
Ese tiempo deleznable, habitáculo para prácticas de puro e insustancial pasatiempo, representa asimismo una suerte de condición de posibilidad de la actividad provechosa
Todo un acierto, el que uno de los espacios de CaixaForum quede reservado para las propuestas de jóvenes curadores. Es un mérito de la exposición So Lazy. Elogio del derroche, comisariada por Beatriz Escudero y Francesco Giaveri, y visitable a partir del 27 de noviembre, el mostrar la ambivalencia inherente al tiempo no productivo. Tiempo deleznable desde una perspectiva tradicional, habitáculo para prácticas de puro e insustancial pasatiempo (“Zeitvertreib” en la lengua de Heidegger, es decir, actividad cuyo único cometido es disimular el inquietante hecho de que “nada” relevante esté realmente sucediendo) y, al mismo tiempo, siguiendo el dictum de Georges Bataille que recogen los organizadores (“en La parte maldita define “derroche” como la actividad improductiva necesaria para el buen vivir en común”), representa ese tiempo una suerte de condición de posibilidad de la actividad provechosa.
En la web informativa se anuncia la presente exposición como “una crítica a la hiperactividad contemporánea”, que “introduce la esperanza de una redistribución de recursos y de tiempo capaz de repensar lo común”. Precisamente por ello, parece de gran interés sumergirse en un recorrido que aúna obra gráfica, instalaciones y audiovisuales, mostrando actitudes en las que eventualmente podemos vernos reflejados. Un espejo, el del arte, deliberadamente distorsionado -incluso cuando se muestra “realista”, sin artificio aparente- que en este caso invita a retomar las riendas del tiempo que somos, con mayor conciencia. Un tiempo falsamente enajenado. Pues, aun en las condiciones más precarias, nunca ha dejado de pertenecernos.