Annie Ernaux
Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022. ©Catherine Hélie, Gallimard/ Nobel Prize Outreach

Ernaux, una fuerza literaria indiscutible

Annie Ernaux es una voz literaria única y excelente en su particular visión de la memoria histórica y en hacer que ésta se aproxime a vivencias personales como la sexualidad o el aborto

El Premio Nobel de Literatura es ese galardón que querríamos ver entregado exclusivamente a nuestro escritor favorito. Cuando la Academia Sueca dictamina contra la prosa que consideramos excelsa, se nos llena el hígado de piedras y uno empieza a disparar refunfuños sobre las cuotas de género, raza o corrección política que han terminado urdiendo una condecoración forzada (en el caso de la desdichada tribu, siempre añadimos la coda de lloricas según la cual la nación oprimida debiera tener siquiera una estatuilla, incluso a riesgo de que se la acaben regalando al plasta insufrible de Jaume Cabré). Cuando los suecos anunciaron el Nobel de Annie Ernaux, repetí la mueca, y no sólo porque odio con toda la fuerza de la que soy capaz a los franceses –líderes indiscutibles de esta corona literaria por encima de América y Reino Unido–, sino también debido a la injusticia manifiesta de haber dejado sin laurel a mi adorado Pascal Quignard quien, aunque gabachísimo, resulta ser, conjuntamente con el ya premiado JM Coetzee, el mejor escritor del planeta tierra con una diferencia sideral.

A la injusticia de no adherirse a mi particular gusto, el Nobel para Ernaux todavía se me hizo más costoso de digerir por el hecho de que la escritora sea ídolo indiscutible de nuestro mujerismo nacional, que celebró la decisión como un hito de orgullo literario-uterino. Pero leyéndola vi que Ernaux resulta una voz literaria mucho más sólida que la turrafandom que provoca y, por supuesto, que mis prejuicios infantiles; sus embajadoras en nuestra casa son mi querida Rosa Rey, editora de Angle, y la incansable traductora Valèria Gaillard. Una vez leídas tres de las novelas que han publicado (Els anys, Pura passió i L’esdeveniment), opino que la fuerza literaria de Ernaux es indiscutible. De la autora, ante todo, me sorprendió precisamente su escasa francesidad estilística a la hora de recrearse en la memoria. Por muy traumática que sea la vivencia de un aborto o de una aventura sexual parsimoniosa, Ernaux se adentra en el recuerdo de las cosas como si desconfiara del propio mecanismo y tuviera que salvarlo a través de ir describiéndolo con una prosa tan clínica como heridora.

Es así como el artista puede escribir una torrencial memoria cultureta como es Els anys a través del sumatorio descriptivo de historia, notas filosóficas y manías de su generación, prácticamente como si se viera de lejos a sí misma repasando un álbum de fotografías (Anna Punsoda me hizo notar que, retórica aparte, Ernaux es más francesa que una baguette porque, en el fondo, su retahíla de experiencias se configura como un resumen estricto de la grandeur y, a su vez, acaba describiendo perfectamente un viaje que la lleva del extrarradio marginal a convertirse en una parisina como dios manda). Esa aproximación al recuerdo es de herencia proustiana, faltaría más, pero Ernaux transforma la mirada al pasado en una metódica descriptiva tan gélida que provoca un efecto terrorífico. Su prosa llega a metas auténticamente demenciales en L’esdeveniment, texto que da la vuelta al heroísmo y la autotortura que implica interrumpir un embarazo exprimiendo el dolor con un estilo propio que sólo puede alcanzarse después de podar mucho la prosa.

De la autora, ante todo, me sorprendió precisamente su escasa francesidad estilística a la hora de recrearse en la memoria 

“Vaig sentir unes ganes violentes de cagar. Vaig córrer al lavabo a l’altre costat del passadís, i em vaig posar a la gatzoneta davant del vàter, de cara a la porta. Veia les rajoles entre les cuixes. Empenyia amb totes les forces. Allò va sortir disparat com una granada i en caure a l’aigua va esquitxar fins a la porta. Vaig veure un ninot penjant del meu sexe al final d’un cordill sangonós. No havia imaginat mai que veuria això en mi. Havia de tornar caminant fins a l’habitació. El vaig agafar amb una mà –tenia una pesantor estranya–  i vaig avançar pel passadís comprimint-lo entre les cuixes. Jo era un animal”. Esta aproximación al pasado me ha placido particularmente en Pura passió, un texto muy interesante porque se fija en el trajine sexual (un tópico literario habitualmente narrado desde la prosa del hombre que posee la hembra a libre disposición) a través de los ojos de la mujer que le espera en casa volcada con una sumisión tan bestia que provoca una mezcla de incredulidad y de vergüenza ajena en el lector (en especial, el masculino).

“Quan ell em trucava per veure’ns, la seva trucada esperada mil cops, no canviava res, continuava immersa en la mateixa tensió dolorosa que abans. Havia entrat en un estat en què fins i tot la realitat de la seva veu no aconseguia fer-me contenta. Res no tenia sentit, llevat del moment en què estàvem junts fent l’amor. I encara així estava obsessionada pel moment de després, en què se n’hauria anat. Vivia el plaer com un dolor futur”. Diría que fragmentos como éstos son trascendentes no sólo en lo que se refiere a la excelencia descriptora; también son interesantes, insisto, en la catarsis que pueden provocar en un lector testicular. Entiendo que las fans de Ernaux quieran defenderla como una escritora para todos los sexos, faltaría más, pero creo especialmente catártico que los machos nos acostumbramos a leer experiencias literaturizadas que provienen del otro lado. Mientras leía este Pura passió experimenté una incomodidad notoria, y cabe decir que había pasado mucho tiempo leyendo textos complacientes sin haber sufrido un quebradero anímico similar.

 Sólo por este hecho, y porque leer debe obligarnos a pensar de otra forma y situarnos en un plano diferente de visión de las cosas y de los afectos, recomiendo la lectura de esta justa Nobel y me avergüenzo de mis estúpidas reservas (de hecho, ya me diréis quien pollas soy yo para ir repartiendo cartas de justicia poética). Eso sí, señores de lo sueco; Quignard es mejor.