El Gran Hotel Continental de Barcelona, en La Rambla, del archivo de 'Barcelona Desapareguda'.

El alma de Barcelona también son sus hoteles

Firmado por la experta en Historia Contemporánea y en Geografía del Turismo Josefina Romero, el recién publicado 'Hotels de Barcelona' traza la historia de la hostelería en nuestra ciudad a través de tres momentos históricos especialmente relevantes, situados entre mediados del siglo XIX y la Exposición Internacional de 1929

Barcelona como escenario de viajeros y visitantes. Mujeres y hombres que han recalado en esta ciudad a lo largo de su historia por infinidad de motivos: placer, trabajo, evasión, obligación, exilio. Las calles, los monumentos, el paisanaje. Los sitios donde comer y beber adecuadamente. Los puntos desde los que disfrutar de las mejores vistas. Los rincones donde hallar paz entre el bullicio. Los antros donde abandonarse al frenesí de noches cuyos secretos mueren con el siguiente amanecer. Y, en todas estas historias, en todos estos peregrinajes a las entrañas de la urbe, los hoteles, pensiones y fondas. Los lugares que acogen al viajero y que, de forma tan paradójica como innegable, representan un trozo del alma de la ciudad ignoto para sus propios habitantes.

Y tan desconocida como su alma es su historia, algo a lo que Josefina Romero, profesora jubilada, experta en Historia Contemporánea y en Geografía del Turismo, ha querido poner remedio con Hotels de Barcelona (Albertí). Este tomo profusamente documentado e ilustrado recorre la historia de los hoteles de la ciudad a través de tres momentos históricos: 1849, poco antes de que la urbe trascendiera sus murallas para florecer en el Eixample; 1888, con la Exposición Universal, y 1929, con la Exposición Internacional. Y se cierra con una historia de los numerosos establecimientos centenarios que Barcelona sigue atesorando, en no pocos casos con el nombre que los vio nacer.

“La base de este libro está en el trabajo de grado que hice del Máster en Geografía del Turismo de la UAB en 1991, un momento en que se preveía la carencia de plazas hoteleras para los Juegos Olímpicos”, explica la autora que, al jubilarse, ha retomado el tema, “con mucho tiempo para visitar archivos, leer prensa de la época y documentarme a conciencia”, explica.

Y sonríe, echando un vistazo a la portada, que refleja un fragmento de una espléndida ilustración que John Hassall hizo en 1906, para un cartel que anunciaba a Barcelona como ciudad de invierno. Puro modernismo.

— El libro arranca explicando la hostelería en la Barcelona de 1849. ¿Por qué has escogido esta fecha en concreto?

— Para explicar los inicios de la hostelería y su inicial evolución tenía que ir a un momento anterior a la desaparición de las murallas, y el 1849 fue el primer año de la primera mitad del siglo XIX que me ofrecía unas buenas guías de Barcelona. Y no una, sino tres, ¡con mucha información sobre los establecimientos en los que alojarse!

— En esta primera parte, citas la firma, por parte de Carlos II, del Reglamento de libre comercio con América, realizada en 1778. ¿Cómo afectó aquello a la hostelería de Barcelona?

— Este decreto aumentó el tráfico del puerto y facilitó los intercambios coloniales. Por lo tanto fue necesaria la creación de más fondas para alojar a viajeros. La Rambla, por su proximidad al puerto, iba a salir muy beneficiada, tal y como se constató con la apertura de numerosas fondas en la zona.

Antigua fonda Cal Beco del Racó de Barcelona.
Dibujo de la fonda Cal Beco del Racó de 1857, del Arxiu Fotogràfic de Barcelona.

— Otro aspecto que destacas es el de los piamonteses, que son los grandes impulsores de la hostelería en Barcelona, siendo los que abren las primeras casas de comida y las primeras fondas y posadas. ¿Quiénes eran estas familias que, durante decenios, ostentaron el monopolio de la hostelería en la ciudad?

— Este me parece un aspecto especialmente interesante de este estudio. Hay dos periodos en la inmigración piamontesa a Barcelona. El primero, entre siglos XVI y XVII, es minoritario y estuvo formado por comerciantes e inversores que, aprovechando el déficit de alojamientos en la ciudad, abrieron establecimientos. En cambio, a partir del XVIII y el XIX, fue una inmigración de personas que huían de la pobreza y de la inseguridad de su país. La mayoría provenían de Civiasco y otros pueblos de la Valle d’Orta. Emprendían un viaje largo y difícil hasta llegar al puerto de Génova para embarcarse hacia Barcelona. Una vez aquí, recibieron la ayuda de sus compatriotas que estaban instalados ya en la ciudad. Esta última oleada fue el artífice de la hostelería en nuestra ciudad. Nombres como Durio, Maffioli, Antonietti, Fortis, Primatesta y otros muchos merecen ser recordados.

— ¿Qué les caracterizaba?

— Fue una inmigración con fuertes vínculos familiares entre ellos. Operaban como sociedades mercantiles y participaban activamente dentro de la organización industrial y comercial de la ciudad. Además, fue una inmigración de éxito que hizo fortuna, pero sin olvidar sus raíces: viajaban periódicamente a su país, donde se casaban y donde se retiraban cuando eran mayores, a veces convirtiéndose en mecenas del talento local, y dejaban la dirección de los negocios a los parientes que habían llegado después. Curiosamente, eso sí, en la década de 1920 dejaron sus establecimientos en manos de la población local. Así, Durio vendió el Hotel Oriente a Esteve Sala Cañadell, y Cacciami, el Majestic a Martí Casals Galceran. En todo caso, lo dicho: es justo y necesario recordar a aquellos italianos que introdujeron el concepto de hotel, la hostelería para viajeros, a diferencia de las fondas o posadas que servían más bien a la demanda de los arrieros.

Barcelona cuenta con 21 hoteles centenarios

Hotels de Barcelona se detiene en dos momentos fundamentales para la universalización de Barcelona: la Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929. ¿Por qué son tan fundamentales estos momentos en términos de hostelería?

— Son dos momentos en que Barcelona se proyecta al exterior con el deseo de ser una ciudad atractiva y captar visitantes. En 1888, sufría una carencia de hoteles: sólo había cuatro, lo que hizo que se construyera el Hotel Internacional en tan sólo 53 días, para ser derrocado inmediatamente después de la Exposición. Luego, en 1929, se nota que ha habido un cambio. Para entonces, Barcelona disponía de más de 60 hoteles, y el turismo era ya una industria.

Imagen del Hotel Internacional, cedida por el Museu d'Història de Barcelona
Imagen del Museu d’Història de Barcelona del Gran Hotel Internacional, construido para la Exposición Internacional y destruido después.

— El volumen se cierra con una impresionante lista e historiografía de los hoteles centenarios de Barcelona. ¡Sigue habiendo muchísimos!

— Sí, me pareció interesante mostrar qué establecimientos perviven de la época abordada por el libro. Hay 21 hoteles centenarios que, en el casco antiguo, se localizan alrededor de la Plaza de Catalunya y la Rambla. En cambio, de los establecimientos que se articulaban en torno a Pla de Palau y el Born, una zona que había sido tan importante antes de la ampliación de la ciudad, no queda ninguno. Dato curioso, hoy vuelve a haber muchos, pero de muy reciente inauguración.

— ¿Cómo se han conservado los que siguen en pie? 

Los hoteles centenarios del casco antiguo han sufrido la degradación de las Ramblas desde La Guerra Civil hasta las postrimerías del siglo XX. Ahora, se han beneficiado del atractivo que este barrio ejerce sobre el turismo. Algunos son sencillos, pero hay establecimientos que son testimonios de la época modernista y que habría que preservar. Por ejemplo, el Cuatro Naciones, una parte del techo de cuyo antiguo comedor se conserva en la tienda Ale Hop; el Peninsular, una maravilla que por suerte está en manos de una familia que lo conserva bien, o el España, restaurado con mucha cura. De todos modos, me resulta triste constatar la carencia de sensibilidad en la conservación del patrimonio que tiene esta ciudad. Y, para mí, el caso del Cuatro Naciones es un claro ejemplo de ello.

Imagen del Gran Hotel Colón de Barcelona.
El Gran Hotel Colón de Plaza Catalunya, del Arxiu Fotogràfic de Barcelona.

— Otro momento importante, aunque no salga ya en tu libro más allá de menciones, es el de los Juegos Olímpicos. Me comentabas que en 1991 se temía que, para asumir a los visitantes que iban a atraer, Barcelona no tendría hoteles suficientes…

— Sí, en aquel momento la ciudad disponía de 312 establecimientos, y había preocupación de no cubrir la demanda. Incluso se propuso a los particulares alquilar sus viviendas temporalmente. Los Juegos Olímpicos enseñaron una Barcelona icónica. A partir de aquel momento, el turismo aumentó de manera exponencial.

Algunos hoteles están haciendo una importante tarea de conservación del patrimonio, y muchos son espacios abiertos a la población local

— ¿Cómo definirías el actual modelo turístico de Barcelona?

— Muy mejorable. Se ha impuesto el beneficio de la industria turística a la calidad de vida de la población local.

— ¿Dirías que el actual Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos, el conocido Peuat, da respuesta a la necesidad de un equilibrio entre lo que necesitan los barceloneses y los turistas?

— El Peuat trata un aspecto, el hotelero, pero yo creo que el problema está en la gran cantidad de pisos turísticos. Algunos hoteles están haciendo una importante tarea de conservación del patrimonio. Además, también muchos son espacios abiertos a la población local. Los pisos son tan sólo una fuente de lucro y especulación para sus propietarios, que en muchos casos son fondos de inversión, y que en cambio son fuente de graves problemas para los barceloneses.