Decía Hemingway que París era una fiesta por aquello de que eran “muy pobres, pero muy felices” a propósito del tiempo que vivieron en la ciudad de la luz con su primera esposa. Pero París ya había vivido un fin de siècle espectacular, y Montmartre, en un período relativamente breve, se había convertido en el centro literario y artístico que marcaría ese cambio de siglo. Con el tiempo, el ambiente cultural y lúdico terminó siendo comercializado por sus propios creadores, hasta el punto de que, irónicamente, la bohemia se convirtió en una gran atracción turística internacional.
Pero entre todos aquellos artistas bohemios que experimentaron con las nuevas formas de creación, destacó Henri de Toulouse-Lautrec, uno de los más representativos de la bohemia parisina que habitaba el barrio de Montmarte.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, tuvo una infancia feliz, aunque padeció una enfermedad ósea, que junto a dos accidentes que sufrió con fracturas en los fémures, condicionó su crecimiento y le impidió alcanzar una altura más allá del metro cincuenta.
Pronto destacó en el dibujo, y con el apoyo de familiares y amigos pintores de la familia, se trasladó a París en 1881, como alumno de uno de los retratistas de moda. Pero pocos años después, se fue a vivir a Montmartre, abrió su propio taller, y empezó a frecuentar los locales de diversión, a disfrutar de la vida nocturna y festiva que se respiraba en el barrio.
Allí fue donde explotó todo su potencial y coincidió con otros artistas y obras que, de algún modo, dejaron huella en su estilo. Edgar Degas o las estampas japonesas ukiyo-e, impregnaron sus innumerables apuntes y dibujos rápidos, así como los carteles publicitarios de cabarés y productos comerciales que llegó a realizar.
Pero llegó un momento en su vida en que, a pesar de ser un trabajador responsable y no faltar a su taller, el desenfreno de las noches empezó a pasarle factura, junto al alcoholismo y la sífilis que contrajo, y tuvo que ser internado para seguir un tratamiento de desintoxicación. Toulouse-Lautrec no dejó de pintar, ni siquiera cuando se paralizaron sus piernas y uno de sus costados.
Fue entonces cuando realizó una serie de 39 dibujos dedicados al mundo del circo y a su lugar favorito, el Circo Fernando, en un alarde de memoria artística extraordinaria sobre los espectáculos que allí vio. Con una perspectiva visual de influencia fotográfica y una visión original de los personajes —explicarán los organizadores de la exposición— estiliza las figuras de equilibristas y trapecistas en complicadas posturas, que sugieren la añoranza del dominio del cuerpo frente a la imposibilidad del suyo.
Edgar Degas o las estampas japonesas ukiyo-e, impregnaron los innumerables apuntes y dibujos rápidos de Toulouse-Lautrec
El Reial Cercle Artístic de Barcelona presenta esta serie de dibujos dedicados al circo, junto a otras ilustraciones, esbozos rápidos y carteles de la etapa final de Toulouse-Lautrec. Esta muestra se enmarca dentro de las actividades para la celebración del 140 aniversario del Cercle, comisariada por Rosa Perales Piqueres.
Destaca en especial la sala dedicada a los retratos, donde se contraponen la sensibilidad y delicadeza del dibujo de la serie Elles, la rapidez y espontaneidad del gesto de los personajes del Bois de Boulogne y las caricaturas de los personajes de clase más alta. La figura humana siempre fue su leitmotiv, pero las mujeres fueron sus verdaderas musas y el motor de su obra.
Él se presenta como un voyeur autorizado, espectador silencioso de una intimidad femenina que se nos muestra como pocas veces se había mostrado antes. Ellas, relajadas en los cafés o paseando por los bulevares, en actitudes amorosas o incluso adormecidas, captadas como en una instantánea, que denota la confianza que depositaban en él y la pasión que sentía por representarlas.
La capacidad para ver y entender su entorno, trasladarlo al papel, y darle un valor humano, nos permite ver la complicidad que tenía con muchas de las personas representadas, tanto en sus dibujos como en sus carteles, y darnos cuenta con quienes se sentía más cómodo. Jane Avril, su gran amiga y bailarina, nunca aparece representada de forma vulgar o provocativa, sino grácil y risueña, o el poeta y compositor Aristide Bruant presentado con solidez y seriedad.
Su etapa en el sanatorio mental, hacia el final de su vida, se hace patente en la gama cromática de sus dibujos, que se ensombrecen como la memoria de un tiempo pasado que no va a volver. La temática, el circo y los caballos, rememora la infancia con sus padres, y el esplendor de la época parisina, con la representación de personajes reconocibles que ya no iba a volver a ver más. Es curioso como la mayor parte de las figuras humanas, están de espaldas a nosotros, como si Henri quisiera posicionarnos entre bambalinas.
Se contraponen la sensibilidad y delicadeza del dibujo de la serie Elles, la rapidez y espontaneidad del gesto de los personajes del Bois de Boulogne y las caricaturas de los personajes de clase más alta
La exposición podrá visitarse hasta el 19 de septiembre, y merece la pena pararse ante su obra, sentir la energía de los dibujos y ese pellizco de melancolía que nos encoge el corazón. Toulouse-Lautrec murió a los 37 años con parálisis, pero el dinamismo y movimiento de sus obras, y de su vida, seguirá presente en el tiempo.