Fotografía de Henri Cartier-Bresson.
Fotografía de Cartier-Bresson tomada en el Sena en 1938.

El momento de Cartier-Bresson

El centro KBr de la Fundación Mapfre presenta hasta el 26 de enero 'Cartier-Bresson: Watch! Watch! Watch!', una de las retrospectivas más completas de la obra de uno de los fotógrafos más famosos de la historia

Nacido en Francia en 1908, Henri Cartier-Bresson fue fotoperiodista, artista y retratista. Marcó un estilo propio y una época, y su nombre sigue resonando con fuerza. Captó encuentros y situaciones como nadie. Fotografías espontáneas que lo llevaron a ser uno de los pioneros de la fotografía callejera, y sus obras son consideradas, a día de hoy, auténticos iconos de la imagen y de la cultura popular.

A 20 años de su muerte en 2004, se presenta una muestra realizada en colaboración con el Bucerius Kunstforum de Hamburgo y comisionada por Ulrich Pohlmann. La exposición, que podrá verse hasta el 26 de enero, contiene las primeras fotografías y obras cinematográficas surrealistas, reportajes políticos, retratos de artistas y escritores, así como las posteriores instantáneas sobre la vida cotidiana. Formada por 240 copias originales provenientes de la Fondation Henri Cartier-Bresson de París, y una selección de publicaciones en revistas y libros, se centra de lleno en su trayectoria más célebre, entre el 1930 y el 1970. Cabe destacar que, poco antes de su muerte, el artista dio orden de prohibir cualquier tipo de copia de sus imágenes.

La exposición, que está siendo un éxito en cuanto a visitantes, hace un viaje en el tiempo a través de diez secciones temáticas y cronológicas, que permiten apreciar los cambios sociales, políticos y artísticos del siglo XX a través de la mirada del considerado, junto a Brassai o Brandt, uno de los padres de la fotografía moderna, y el más popular de los fotógrafos junto a nombres como el de Robert Capa, con el que fundaría la Agencia Magnum, y establecería los puentes hacia un arte que ya no estaba tan conectado con la pintura.

Considerado por muchos el ojo del siglo, Cartier-Bresson es el padre del concepto del instante decisivo en fotografía, convirtiéndose, directa o indirectamente, en el padre del fotoperiodismo moderno y de la fotografía callejera, y siendo testigo y documentalista de los fragmentos más importantes de la historia del mundo contemporáneo.

La precisión del instante era su marca; el caprichoso juego de líneas y curvas, verticales y horizontales, el obsesivo uso de la regla de los tres tercios y de la composición áurea, el magnífico uso del espacio, la maestría en la composición, el detalle en la colocación de los elementos… Son muchas las virtudes atribuibles a su buen hacer, pero destaca, por encima de todas, la precisión a la hora de captar los momentos. Estaba preparado y tenía el instinto y la capacidad de anticiparse a los hechos.

Esa virtud tan única se completaba con su amor por la geometría y la composición aprendida de sus años como estudiante de pintura. No recortaba nunca las imágenes y respetaba al máximo el encuadre. Se mostraba siempre como un observador, sin entrometerse ni interferir con los elementos. Había una austeridad natural en sus tomas: su idea era que menos es más, y prodigaba un minimalismo y una pulcritud a partir de pocos elementos, evitando sobrecargar en exceso la imagen.

Fotografía de Cartier-Bresson en Nápoles
Fotografía de Cartier-Bresson tomada en Nápoles con niños como protagonistas.

Respetuoso con el uso de la luz natural, también lo era con el ambiente y con la atmósfera que empañarían la imagen. Gustaba del blanco y negro porque enfatizaba la geometría, y disfrutaba del costumbrismo y de las imágenes que retrataban la vida cotidiana. Contaba pequeñas historias, buscaba belleza en la contemplación y partía siempre de la elegancia.

La fotografía, para él, era como dibujar un croquis a mano alzada con intuición; la organización debía ser rigurosa en las formas y consideraba que “hacer fotografía es poner ojo, mente y corazón en un mismo punto de mira”. Apreciaba la autenticidad como la mayor virtud de la fotografía y buscaba siempre imágenes vivas, en tensión entre el movimiento y la estabilidad. Suya es la frase “el único arte verdadero reside en la humanidad de tu reflexión, en tu mirada y en la coincidencia”. La vida es muy fluida a través de sus ojos, y las imágenes desaparecen con un parpadeo, se nos escapan, literalmente, de nuestro alcance.

Fotógrafo fiel a Leica, fue pintor, dibujante, cineasta, viajero, reportero, periodista gráfico, surrealista, comunista, controvertido y comprometido socialmente

De marcado carácter humanista, sus instantáneas destilan antropología, y sus inicios se encuadran en el movimiento surrealista de la Nueva Visión. Cartier-Bresson no estuvo mucho tiempo en dicho movimiento por consejo de Capa, pero no llegó a abandonar nunca del todo ese particular punto de vista. El artista fomentó siempre frente a los medios una imagen apolítica, pese a participar activamente en diversos movimientos de izquierdas.

El instante decisivo nos confiere la idea de la imagen en constante movimiento, la imagen que cambia a cada segundo, la vida fugaz que se nos escapa. En 1957, publica Images à la sauvette (Imágenes a hurtadillas), publicado en inglés como The decisive moment. Luego llegó la Agencia Magnum, creada junto a Robert Capa y David Seymour en 1947. Su creación marcó un antes y un después en el fotoperiodismo, y los fotógrafos empezaron a ser enviados a zonas de conflicto con la misión de documentar los hechos para la prensa.

Cartier-Bresson y España

El fotógrafo fue enviado en dos ocasiones a España. Primero, en 1933 por la revista Vu para fotografiar las elecciones. El mismo año, presentó su primera exposición en nuestro país en el Ateneo de Madrid, donde presentó sus imágenes más surrealistas tomadas en Sevilla y en Valencia. En 1936, se involucró en la Guerra Civil, y en 1937, rodó en Madrid Victoria de la vida, un documental sobre la atención médica suministrada a los soldados republicanos. La película sirvió de apoyo a la Segunda República y fue muy bien recibida por la izquierda francesa.

En su filosofía, destaca que la vida es una sola y es para siempre. Los momentos son irrepetibles y se desvanecen. Se consideraba así mismo un documentalista pésimo y le aburría sobremanera el fotoperiodismo. Su formación provenía de las influencias surrealistas del arte y él se consideraba uno de ellos, un pleno surrealista. No se veía como un reportero ni como un periodista. Cartier-Bresson buscaba en sus imágenes una conjunción entre el tema expresado en una instantánea y la relación que ésta tuviera con las formas. Ritmo, relación entre los elementos y geometría; estructuras, sombras y patrones. Buscaba un orden, sí, pero dejaba al azar que cada cosa pareciera estar en su lugar.

Fotografía de Herni Cartier-Bresson
Fotografía de Cartier-Bresson tomada en Valencia en 1933.

Los hechos, por sí solos, no le eran interesantes. La evocación era el nombre que usaba para hablar de su punto de vista. Creía que las fotografías deben contener una historia, han de poder mirarse por más de dos minutos, una y otra vez, y eso, es mucho tiempo…

Son célebres sus retratos a Mauriac, Matisse, Braque, Coco Chanel, Eleanor Sears, Colette, Ezra Pound o Camus. Los retratos eran difíciles para él, ya que el modelo accedía conscientemente a ser fotografiado, no era una improvisación. Urgía retratar al animal en su hábitat, le gustaba entrar en las casas, conocer a sus mascotas, su entorno… la cámara debe situarse entre la piel y los ropajes, y el fotógrafo debe ser como un gato, observando desde un rincón sin interactuar, sin participar de la escena. Todo eso era un modo de desnudar al modelo, de violentarlo, algo que el artista resolvía con la confianza y el compromiso con la realidad.

Retrato de Henri Matisse, por Cartier-Bresson
Retrato del pintor Henri Matisse tomado por Cartier-Bresson.

Todo es un tal vez. Esperas el momento y no hay garantías de nada. No puedes apostar como artista a que lo has logrado. La foto correcta, a veces, se queda en un limbo entre la primera toma y la última, y la pierdes. Todo es instinto. Se establece una relación como la del animal y su presa. Hay que ser más rápido y pasar inadvertido. Es un disparo certero, como el de un francotirador, que trabaja con todo el cuerpo, se contrae y se relaja con cada expiación, con cada latido del corazón.

Él se consideraba ansioso e impulsivo, algo que sufrían su familia y amigos. El artista se definía como alguien nervioso, que solo se relajaba fotografiando. Era él mismo cuando disparaba, no pensaba, no sentía quién o qué, solo era él. No había que pensar, eso era peligroso y arruinaba la fotografía. No hay que forzar una idea previa. No hay ni que explicar ni que probar nada. Las cosas se expresan por sí solas.

Para Cartier-Bresson, la fotografía fue una evolución natural del dibujo y la pintura, como un boceto inmediato, con al diferencia que no se puede corregir; necesitas tomar otra fotografía

La imagen parte de la primera impresión, del shock, la sorpresa… esa debe ser la única inspiración. Lo que completa el trabajo es el propio bagaje, los referentes, los gustos, la formación, los anhelos intelectuales… Y la poesía es la esencia de todo para él. La tensión sutil entre los elementos, es la clave de toda buena fotografía.

No hay ideas nuevas en el mundo, por eso no son tan importantes. Hay que buscar un nuevo orden de las cosas. La vida cambia cada minuto, y cada minuto es nuevo; el mundo se crea y se destruye a cada instante. La muerte siempre está presente, desde que nacemos. Es el sentido trágico de la vida lo que la hace tan bella y valiosa. Siempre existen las dos caras de la moneda, y son las tensiones de la vida las que nos conmueven.

El Muro en Berlín Occidental fotografiado por Cartier-Bresson
Fotografía del Muro de Berlín de Cartier-Bresson.

Lo que lo movió a viajar fueron las pulsiones y contradicciones con su cultura, con el punto de vista del conflicto. Para captar la esencia de un lugar, uno debe permanecer allí un tiempo, no vale viajar por viajar, eso no tiene sentido. Le gustaba citar a Rodin en las entrevistas: “Lo que se hace con tiempo, el tiempo lo respeta”. Foster Wallace actualizó el término refiriéndose a los tiempos contemporáneos: “El turista sabe que aquello que visita es siempre mejor en su ausencia”.

Cartier-Bresson admitía que lo más difícil no era fotografiar lo exótico, ni lo diferente, lo más difícil era siempre fotografiar el propio entorno, la propioa ciudad, el propio país. De allí donde vives, acabas por saber demasiado, sobre nosotros y nuestras vidas, y andamos siempre condicionados.

Fotografía de Cartier-Bresson en Sevilla en 1933.
Fotografía de Cartier-Bresson tomada en Sevilla en 1933.

Advertía de que nuestra mente es un radar, y de cualquier persona es capaz de tirar a lo largo de su vida diez buenas fotos, al menos. La clave estaba en seguir, en perseverar, en volverse más y más consciente, y más y más lúcido cada vez. Una cámara, en cierto sentido, podía considerarse un arma. Puede ser un instrumento de propaganda, puedes gritar a través de ella, puedes acariciar, besar, seducir… la cámara se torna ametralladora, se torna silla de psicoanalista.

Cartier-Bresson encontró en la fotografía su mayor forma de expresión

Él amaba y odiaba a la gente, pero se consideraba un optimista, un optimista sin razones; como en el famoso brindis del pintor Francis Bacon, se consideraba un optimista acerca de nada. Las razones para serlo no importaban, no importaban en absoluto.

El instante y el momento existen y están ahí, y hay que respetarlos. No hay celebración de la vida mejor que ese gozar con el instante. En sus entrevistas, el fotógrafo solía también citar el Ulises de Joyce, concretamente, sus tres últimas palabras, el famoso “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!”. La fotografía, de este modo, se convierte en un verdadero y rotundo ¡sí! a la vida.

Fotografía de Cartier-Bresson.
La fotografía de un hombre saltando sobre un charco es una de las más célebres de Cartier-Bresson.