La gamba de Mariscal, icono del Moll de la Fusta.
La gamba de Mariscal, icono del Moll de la Fusta. ©V. Zambrano
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El incomprendido Moll de Fusta asoma de nuevo

La celebración de la Setmana del Llibre en Català por la covid puede dar una nueva oportunidad a un espacio que los barceloneses nunca se hicieron suyo

El Moll de la Fusta está resurgiendo estos días, al menos temporalmente, de sus cenizas con motivo de la celebración de la Setmana del Llibre en Català. El certamen ocupa por segundo año esta superficie portuaria, obligado por las restricciones de la covid a abandonar su habitual ubicación en la Avenida de la Catedral.

Y es que, pese a la pérdida de centralidad, los organizadores están más que satisfechos. En la edición anterior, al recinto del Moll de la Fusta acudieron unos 25.000 visitantes. Este año, en lo que llevamos de feria, esta cifra se ha superado con creces y se espera cerrar la Setmana con un buen resultado dadas las circunstancias. Se trata de una nueva constatación de que el libro está aguantando la crisis de la pandemia.

Joan Carles Girbés, presidente de la Setmana, destaca la capacidad de adaptación que ha tenido la feria. La voluntad es sin duda regresar a la Avenida de la Catedral, pues es “especial” que el libro en catalán ocupe el centro de la ciudad. No obstante, Girbés reconoce que ambas ubicaciones tienen sus pros y cons. En el área de la Catedral, por ejemplo, no hay margen para crecer, mientras que en el Moll sí. Pero esta será una decisión que deberá analizar y decidir la junta en su momento.

En cualquier caso, la Setmana i la covid han demostrado que es posible dinamizar el Moll de la Fusta. Este ha sido un espacio con muy poca fortuna. Fue abierto al público en 1981, en una precuela de recuperación del Port Vell y el frente marítimo de Barcelona que eclosionó en el marco de las grandes transformaciones urbanísticas que propiciaron los Juegos Olímpicos.

Sin embargo, el Moll de la Fusta jamás se consolidó como un espacio para el ocio ciudadano. El Paseo de Colom fue siempre una barrera difícil de superar. Se intentó con la instalación de un conjunto de chiringuitos que tampoco gozaron del favor popular y supusieron importantes pérdidas para los restauradores que se apuntaron a la aventura. De aquello, hoy solo quedan unas pérgolas y la gamba de Mariscal.

Tras el Moll de la Fusta, siguieron otras recuperaciones de espacios portuarios, como la del Moll de Barcelona y su World Trade Center y la del Moll de Espanya, con el Maremàgnum, el Aquàrium, los Multicines y el edificio Imax, donde hasta 2014 se proyectaron filmes en tres dimensiones.

El Imax fue polémico desde el principio y hasta se convirtió en uno de los caballos de batalla en las elecciones municipales de 1995, cuando Miquel Roca le disputó la alcaldía a Pasqual Maragall. Roca sostenía que el edificio impedía la perspectiva diáfana que la transformación del Port Vell buscaba tras derribar los tinglados frente a la Barceloneta. El ex dirigente de Convergència tenía razón, pero escogió un mal momento para dirimir aquel pulso, pues los barceloneses, a diferencia del Moll de la Fusta, sí ocuparon las nuevas instalaciones de ocio del Moll d’Espanya, al que se accede por la Rambla de Mar, el puente de madera que conecta con el Portal de la Pau convertido en atracción en sí mismo. A la gente le encantaba ir a contemplar cuando la pasarela se abría para permitir el paso de una embarcación. Y también iban a ver los tiburones del Aquàrium y las proyecciones 3D del Imax, hasta que este acabó siendo un espectáculo obsoleto.

El Moll de la Fusta se inauguró en 1981. ©Hemav

El tiempo no ha hecho más que dar más razón a Roca y la demolición del edificio ya está decidida, aunque no la fecha. Su error fue enarbolar esa bandera justo en el momento en que los ciudadanos descubrían el nuevo espacio lúdico. El desaparecido Santiago Roldán, que fue presidente del hólding que ejecutó las transformaciones olímpicas, solía comentar cómo admiraba la capacidad de Barcelona para ocupar enseguida todo aquello que se inauguraba. Eran tiempos de euforia olímpica. Después vendrían otros en que este tipo de grandes obras se empezaron a juzgar con escepticismo y hasta con rechazo por buena parte de los ciudadanos.

Haciendo bueno aquello de que de las crisis surgen oportunidades, hay que admitir que la de la covid ha dado una nueva chance al Moll de la Fusta, que ha conseguido asomar la cabeza gracias a la Setmana del Llibre en Català. Lo cierto es que, por lo que significó desde un punto de vista simbólico para aquella Barcelona que recién iniciaba el camino democrático, no se merecía ser un pionero incomprendido de la transformación que la ciudad experimentó en la siguiente década.