Visitamos las mejores barras y cafeterías de Barcelona para saciar no solo el apetito físico, sino también el intelectual.
Priorizar la conexión mental por encima de cualquier otro estímulo, incluso el físico, es el sello distintivo de los sapiosexuales. De la misma manera, hay comensales que no solo buscan satisfacer el hambre, sino que desean nutrir la mente. Para ellos, una buena conversación en la mesa es tan placentera y estimulante como el plato más sofisticado del menú.
Estos sapiocomensales encuentran en las pequeñas barras su refugio ideal. Lo que comienza con una cierta frialdad inicial pronto se transforma: los cuerpos se relajan, las conversaciones fluyen y, poco a poco, surge una complicidad natural. Este fenómeno se hace especialmente evidente en lugares como Sensato o Suto donde, al principio, reina un silencio sepulcral, pero, a medida que avanza el menú, los diálogos se desarrollan a la temperatura perfecta.
Luego está Virens, donde la barra de ocho comensales no solo es un espacio para comer, sino también para aprender. Una vez al mes, Rodrigo de la Calle ofrece allí una auténtica cátedra de alta cocina, pero con la cercanía de una conversación entre amigos. Se puede descubrir, por ejemplo, el valor (o la existencia) de la espirulina azul, la textura del tofu catalán o plantearse si los vegetales deberían ser una guarnición o los protagonistas del plato.
Mientras las papilas gustativas disfrutan, el cerebro también se activa, cuestionando todo lo que creíamos saber sobre el orden natural de las cosas. En esta barra mensual, además, se adelantan platos de la nueva carta y se experimenta con recetas que, según tu reacción, podrían acabar formando parte del menú final. Al finalizar la noche, te das cuenta de que has salido con más preguntas que respuestas, pero con la mente y el estómago completamente satisfechos.
La barra de Assalto Bar de Vins, dirigida por Matteo Bertozzi, también desafía dogmas, pero lo hace a través de sabores inesperados, texturas inquisitivas y combinaciones que te hacen callar y levantar una ceja. El aparentemente clásico Ultramarinos Marin, por su parte, también oculta singularidades. Una de ellas es el toque de gárum casero que añaden a su aceite, un truco compartido solo con aquellos que están dispuestos a escuchar a un equipo con conocimientos enciclopédicos.
Los amantes de los vinos experimentales, por su lado, encuentran su lugar en la Galerie Art Nomade. Se trata de una tienda que vende camisetas bretonas y expone fotografías artísticas, sí, pero también organiza catas maridadas con ingredientes marinos. El fundador, el viticultor Olivier Verdier, tiene tanta personalidad que incluso es el protagonista de documentales como Du vin dans les voiles, donde explora la producción de vino bajo las islas mediterráneas.
Los sapiocomensales académicos, sin embargo, prefieren la tranquilidad de Philosophia, en la entrada del Grand Hyatt Barcelona. Entre estanterías de libros, café de especialidad y servilletas decoradas con un Descartes pixelado, hay tazas con los rostros de Nietzsche, Wittgenstein o Freud, e incluso libretas que juegan con frases como Así comió Zaratustra, Crítica de la razón culinaria pura o Discurso del método para cocinar. Y es que, como nos diría un René moderno: “Como, por consiguiente soy”.
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